Capítulo VII

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De cómo un Caballero y un Sirviente conviven en un castillo blanco.

Este capítulo puede iniciar como:

Érase una vez, en un castillo que brillaba como el mármol, habitaba un sirviente triste, que vestía pañuelos al cuello y había nacido con magia. El sirviente triste atendía a un rey caprichoso y a una reina justa, trabajando todos los días para cumplir con el destino que un gran dragón le había revelado, cuidando un secreto demasiado pesado para ser cargado por sus delgados hombros.

Un día, el sirviente se enamoró de un caballero, el más joven de la mesa redonda, cuyo cabello era oscuro como el ébano y sus ojos tan claros como la superficie del lago de Avalon. Pero lejos de enamorarse de su preciosa apariencia, el sirviente se enamoró de los pequeños detalles que pudo notar siempre que lo observaba a la distancia; cómo no amaba luchar sobre todas las cosas, no era su costumbre emborracharse en las noches, no disfrutaba de la caza como todos los demás y no trataba a nadie como si fuera superior. El caballero del que el sirviente se vio embrujado, era singular, con un porte noble y una capacidad innata para decir lo que pensaba.

Las hadas del mundo, invisibles a los ojos humanos, decidieron que el sirviente y el caballero eran el uno para el otro, tomando así medidas para acercarlos un poco más. Pero ellas eran demasiado traviesas y su ayuda a veces venía de formas demasiado absurdas. Una de ellas pondría una piedra en el camino del sirviente torpe un día, haciendo que toda la ropa de la cesta que cargaba cayera sobre el caballero. Tanto Sir Percival como Sir Elyan, estallaron en carcajadas cuando los calzones del rey quedaron colgando de su cabeza y el sirviente pensó que bien podría morir de vergüenza.

Otra de ellas enredó la capa del caballero en un estante mientras los caballeros se preparaban para el entrenamiento y el sirviente pulía la armadura del rey. El caballero tropezó y cayó de bruces sobre el sirviente. Por puro milagro, ninguno se clavó nada en el pecho y los caballeros se burlaron del más joven durante el entrenamiento, hasta que sus mejillas se pusieron rojas y su estocada vaciló.

Una más, la más traviesa de todas y que, curiosamente, se llamaba Sir Gwaine, hizo que el caballero bebiera demasiada aguamiel para sacarle la verdad sobre sus intenciones con el buen sirviente del rey. Luego, dejó un ramo de flores en las cámaras del Físico de la Corte, con una nota que decía así.

"Ayer pasé por tu ventana y me tiraste un calzoncillo,

así han sido todos los días desde que llegué a este castillo.

Dime, precioso y torpe sirviente,

¿por qué tus muestras de amor tienen que ser tan hirientes?

—M"

A la mañana siguiente, el sirviente no podía mirar a nadie a la cara.

Sir Gwaine le dijo a Sir Percival: "¿Pueden ser ellos más obvios y tontos?", a lo que Sir Percival respondió: "No es tu asunto para tomar cartas, Sir Gwaine, escucha mis palabras y deja de interferir, porque realmente un día lo vas a sufrir".

Y así fue. Porque cuando el caballero y el Sirviente descubrieron lo que había estado haciendo, conspiraron juntos para vengarse.

Más pronto que tarde y sin darse cuenta de cómo, Sir Gwaine se encontró atrapado en el cepo, en nada más que su ropa interior. En cualquier otra ocasión, habría atribuido esto a su ilimitado consumo de alcohol, pero supo que había sido una broma cuando al parecer toda doncella de Camelot fue a presenciar "la caída del rompecorazones" lanzándole vegetales podridos, aquellas con las que había terminado mal se ensañaron un poco más.

Esto fue la comidilla en la cena con el rey, quien felicitaba a voces al perpetrador. Sir Gwaine supo al instante quienes eran, puesto que no pasó desapercibida la mirada brillante que cruzó los ojos del sirviente y el caballero.

A pesar de que su cara fue a parar incomprensiblemente sobre el pastel de carne en su plato cuando pensaba levantarse para hacer un comentario expresamente gracioso sobre ellos, el hombre no se quejó. En cambio, fue feliz de ver que había logrado su objetivo.

La sonrisa del sirviente jamás había sido tan brillante.

Fue así como Emrys y El caballero finalmente se unieron, en travesuras y telepatía durante largas sesiones de concejo. Pronto hubo una diferencia en sus interacciones, como casuales roces de manos y miradas puras.

Pero fue en un claro del bosque donde la historia cobró vida, cuando un primer beso rompió todos los prejuicios y temores en el corazón de ambos hechiceros. Emrys decidió que podía ignorar el destino a favor del amor y que tener un compañero que de verdad entendía todo de él bien valía la pena. Había estado esperando mucho tiempo por ello.

Hija de la magiaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin