Capítulo VIII

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De noches mirando las estrellas.

La gracia de las historias de amor es que pueden ser escuchadas a cualquier edad. Cuando era muy pequeña, papá solía contarme estas historias peculiares que me llenaban el corazón de esperanza y desencanto.

Muchas noches me contó sobre la chica con una maldición, obligada a convertirse en un bastet a la media noche, viviendo con miedo y soledad; del chico que la liberó de una jaula y la protegió, mostrándole por primera vez lo que el verdadero amor era. Otras más, la historia de dos jóvenes ansiosos por aprender cada rama posible de magia, de cómo se encontraron y se enamoraron; juntos, ayudaron a muchas personas enfermas. Algunas, la historia de una doncella que se casó con un legendario rey. Muy pocas, la historia de una niña valiente que se acercó a un niño maldito y le ofreció su amistad sincera. Y cuando era un día especial, la historia de una chica de un pueblo pequeño que alojó a un señor del dragón durante la época de tristeza.

Mi favorita por mucho era la de los dos hechiceros que se amaban en secreto. Papá nunca dijo que los hechiceros eran varones o un hombre y una mujer, pero siempre decía ellos. Y era su mirada lo que yo más amaba de esta historia, sus palabras bien elegidas. Y el amor, porque esta historia parecía ser su favorita también.

"Ellos se conocieron en el claro de un bosque y, al principio, no se agradaban para nada. No se hablaban ni se apreciaban, simplemente se miraban sin saber si debían confiar el uno en el otro. Pero de alguna forma ellos sabían que su historia estaba comenzando". Solía decir.

"¿Cómo lo sabían, papi?". Pregunté una noche.

"Pues verás, mi pequeño amor, uno simplemente lo sabe. Cuando miras a alguien y sientes que podrías decir algo, hacer algo, es cuando sabes que una historia comienza. Porque todo comienza con un deseo, incluso el universo mismo fue creado de esa forma. El deseo crece y crece, hasta convertirse en un sentimiento".

"¿Y este sentimiento siempre es amor?"

"No, no siempre. A veces es miedo, a veces odio. Pero en esta ocasión, el odio no forma parte de esta historia."

"¿Es solo de amor?"

"De amor" Concedió. "Y magia, por supuesto". Yo siempre esperaba a que su mirada se volviera lejana, como recordando algo especial y así, él comenzaba de nuevo. "Cuando se encontraron, fue la primera vez que sentían que realmente había algo más que la soledad en la que habían vivido, que existía un compañero para ellos en el mundo. Algunas personas llaman a este hecho como encontrar a tu alma gemela, tu igual, tu reflejo y tu complemento. Y, cuando sus labios se encontraron por primera vez, hubo chispas en el aire.

Su amor estaba prohibido por muchas razones, que ahora carecen de importancia, y se escondían, solo pudiendo disfrutar de momentos robados durante el día; un apretón de manos cuando nadie miraba, almuerzos rápidos en las afueras de la ciudadela y muchos, muchos intercambios mentales. No obstante, había un lugar en el que podían ser ellos mismos. Era una torre vigía, donde la luz de las antorchas del castillo no alcanzaban a iluminar. Durante las guardias, ambos se tiraban sobre la fría piedra para mirar el firmamento y pasaban toda la noche charlando de cosas sin sentido, solo contentos de escuchar sus voces y deseando que la compañía del otro nunca se terminara.

La torre fue testigo de besos suaves y ojos que brillaban en oro. Y fue su única confidente cuando estaban lejos y se extrañaban. Si uno salía en una misión, el otro acudía todas las noches para mirar sobre las luces del pueblo y añorar a su viajero errante, pidiendo por su bienestar y regreso.

Si había algo de lo que podían estar seguros es que al volver el otro estaría allí, esperando para que fueran uno de nuevo.

Por siempre".

Era curioso como todas las historias de amor que papá me contaba tenían un final triste.

Todas, menos esa.

Hija de la magiaWhere stories live. Discover now