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Paolo se apretó el nudo de la corbata mientras iban en el coche. Lexington Avenue corre paralela a Park y siempre había sido una calle de segunda. Que actualmente fuera la ubicación del Chrysler había cambiado este hecho. Paolo veía como se proyectaba la sombra de aquella columna de acero y cristal que intentaba rasgar el cielo. Desde dos años después de su construcción en el veintiocho alojaba la sede de la empresa del mismo nombre: Chrysler Corporation. Era con uno de los actuales dueños Walter Percy Jr, hijo del magnate que revolucionó el mundo del automóvil. Massimo Bruno tocó el hombro del conductor indicando que parara. Desde abajo, aquel coloso parecía fundirse con el cielo cuando estaba nublado, Paolo se impresionaba siempre de lo lejos que podía llegar el ser humano. Bruno no lo hacía, o fingía no hacerlo pues avanzó hasta la entrada con paso firme sin apartar la vista. Las puertas de cristal giraron sin sonido cuando entraron, en la recepción solo se encontraban un par de hombres con mala pinta. Paolo había empezado a reconocer las leyes de la Omerta y podía ver en uno de ellos la cicatriz que se prolongaba desde la comisura que no lograba disimular con la barba. La marca del chivato tenia la finalidad de que fuera reconocido allí adonde fuera para vergüenza del tipo. Pero aun así había quien los contrataba todavía, a saber, aquellos que tenían aun menos reparos en jugar sucio como es el caso de los grandes empresarios. Con una simple cabezada los hombres se fueron hacia el ascensor y Bruno entró seguido de Paolo. El elevador los subió a los cuatro sin cruzar palabra mientras cruzaban decenas de pisos. La tensión se le hacia insoportable, no así para Massimo Bruno que tarareaba entretenido una canción caliente típica de Italia. El ascensor abrió sus puertas con ruido amortiguado, un pasillo interminable se abría ante ellos, al fondo, el agua estaba chocando contra las enormes cristaleras. El hombre que salió primero, el otro, el que no tenia cicatriz, le causó una extraña impresión. En New York te acostumbras a que, aunque sea la mayor ciudad de América, puedes encontrarte a la misma gente en sitios determinados. Lo cierto era que le sonaba la cara de ese tipo, de fracciones duras pero los ojos claros, la tez pálida donde el esparadrapo que le tapaba la nariz fusionándose con la carne. Solo pudo captar estos detalles en poco tiempo. Pues tan pronto salieron todos avanzaron por el pasillo. A la mitad del pasillo se abría una puerta doble que el de la nariz rota abrió sin golpear.

Unos ventanales aun más amplios se abrían tras el escritorio. La lluvia resbalaba de manera oblicua tejiendo largos hilos que cruzaban los cristales. El hombre de pelo rubio pajizo y cara inflamada miraba distraídamente llover sobre la ciudad con los pies encima de la mesa. Su postura de holgazán disyuntiva terriblemente con su traje de corte caro rematado con una pajarita demasiado grande. Nada mas entrar Massimo y el se quitaron el sombrero, el hombre no cesó en su estilo de vida contemplativa, solo les pidió que se sentaran.

-¿Antes pueden quitarse también las pistolas y dejarlas junto a los sombreros en el suelo?- Percy Jr. Era un tipo impertinente a la vez que corto de luces.

-Si pudiera evitarlo me gustaría dejar la pistola donde esta- respondió Massimo Bruno con simulada simpatía. El hombre de la nariz rota hizo un ademán de cogerle el brazo- Como lo intentes te termino de separar la nariz- mostró entre los dedos una brillante cuchilla de afeitar que manejaba de un lado a otro con peligrosa rapidez.

-Déjalo Nick- dijo el señor Chrysler bajando las piernas- no vamos a verter sangre de manera absurda- juntó las manos en gesto complaciente-Ustedes dirán caballeros.

-Es una mala época para la industria del automóvil- reflexionó Massimo sin dejar de juguetear con la cuchilla entre los dedos- la gente no tiene para comer, menos para invertir una alta cantidad de pasta en un coche. Al igual que ocurre con las casas cuando no se puede vender, uno se contenta con alquilar.

BrooklynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora