17: Cazando (II)

153 22 10
                                    

(...)

La brisa desde el último piso del estacionamiento lateral era muy fresca, el sol estaba siendo tapado por algunas nubes y la tranquilidad era muy acogedora al esperar a que Robbie saliera de aquella madriguera que llamaba taller, que no era más que una gran carpa blanca donde hacía sus locuras como esos guantes que le dio a Jace.

—Entren, no sé por que se quedaron ahí parados —dijo desde el interior. Entramos y lo vimos con las manos cubiertas de aceite y el lugar olía a metal quedado—. Van a necesitar estas cosas que les voy a dar a ustedes dos —dijo Robbie mientras rebuscaba entre las cosas que tenía en su pequeño taller, mucho suido metálico se escuchaba, piezas y herramientas cayendo entre su búsqueda—. Aquí está Érika —asentó una pequeña armadura hecha con cuero y placas de aluminio con la forma de un perro—, así Carter se podrá proteger cuando vayan a la cacería.

—¿Estás bromeando cierto? —contestó ella.

—No, no es broma. Sé que llevas a tu perro a todos lados, sería una lástima que lo mordieran así que le hice esto.

—Esto es una tontería no le voy a poner esto a... —Carter subió sus patas delanteras a la mesa para olfatear aquella armadura; recordar al pequeño y escuálido cachorro que habíamos encontrado cerca del paso elevado, y compararlo con la tremenda bestia que estaba ahora con nosotros era como contar un chiste—. Parece que le gusta.

Carter ladró mirando a mi hermana al rostro.

—Al parecer vas a tener algo más allá de ese paliacate que te pongo en el cuello —acarició sus orejas.

—¿Robbie ya terminaste de usar mí espada? —pregunté—, no iré a ningún lado sin ella.

—Por supuesto que terminé, ¿por quién me tomas? ¿un imbécil acaso?

—Más o menos siempre eres un imbécil —dijo Érika.

—Aquí está —me la enseñó sacándola de una pequeña vitrina donde había carcasas de rifles desarmados—. Tú espada asesina versión dos punto cero.

La desenfundé para observar el daño que pudo haberle hecho; la observé minuciosamente, no tenía nada más que un pequeño alambre muy, pero muy delgado soldado a la hoja que salía del mango de mi espada que se veía un poco más grande.

—¿Que le hiciste a mi espada?

—Primero ponte el guante que me pediste arreglar, para evitar que pierdas algún dedo de algo salé mal.

—¿Qué? ¿Cómo que salir mal?

—Olvídalo solo presiona ese pequeño botón amarillo de la empuñadura y lo veras.

—De acuerdo. —Contesté sintiendo algo de miedo por la manera en que dijo que algo podía salir mal.

Respiré y presioné aquel botoncito de la empuñadura, esperaba alguna reacción, pero no había pasado absolutamente nada. Presioné el botón nuevamente.

—No hace nada. No creo que...

La espada se puso al rojo vivo el calor que se sentía proviniendo de la hoja era intenso, incluso podía ver las ondas que producía el calor de la espada. Era impresionante ver como en un segundo había pasado esto.

—¿Qué fue lo que le hiciste? —pregunté sorprendido.

—La volví más letal. Tiene una batería de recarga que funciona con ese guante, que lo volví algo así como un panel solar, solo que, en lugar de sol, usa la energía eléctrica que tienen tus manos y el calor para cargarse. En resumen, acabo de crear un sable laser.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora