14. Casi

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—¡Bienvenida a casa! —Barry exclamó cuando abrió la puerta de la residencia de los West (no creía adecuado llamarla suya cuando llevaba tiempo sin realmente vivir bajo ese techo) con una sonrisa enorme. Todos gritaron «¡sorpresa!» al mismo tiempo, y algunos le fruncieron el ceño por su falta de coordinación, mirándolo como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Frotó la parte posterior de su cuello y su sonrisa se convirtió en una llena de timidez que le dedicó a su acompañante—. Lo siento, olvidé lo que tenía que decir, pero estaba emocionado porque finalmente saliste del hospital, y quería decir eso... Y sé que está no es tu casa... Quiero decir, sí lo es... —Gruñó un poco, pasando una mano por su cabello, frustrado por no poder decir lo que quería—. A lo que me refería era a que no vives aquí y probablemente solo querías ir a tu cama a descansar y nosotros interferimos con tu plan... Perdón, nadie pudo controlar a Iris y Felicity cuando dijeron que harían algo y esto pasó. ¿Quieres que te lleve a casa? Puedo hacer...

Ella le sonrió, haciendo que su corazón se saltara un latido. Colocó una de sus manos en el antebrazo de Barry para detener sus balbuceos, y funcionó. Él sonrió, tímido, y absorbió su presencia de la misma manera que había estado haciendo desde que se había deshecho de la bata del hospital. Lo cálido de sus grandes ojos cafés, los largos rizos de color caramelo cayendo sobre sus hombros, sus labios —que habían recuperado su color natural y, maldición, si dijera que no los había notado antes sería una vil mentira— y la manera cautivadora en que se curvaban sus comisuras ofreciéndole el mundo entero. Todo en ella era perfecto. Y estaba ahí, a su lado, a salvo. 

—Está bien —ella le ofreció con amabilidad, para calmarlo.

—¿Y qué, se van a quedar todo el día en la entrada? —Cisco preguntó, reventando la burbuja en la que se hallaron por preciosos segundos antes de su interrupción—. ¡Esto es una fiesta, chicos!

El hecho de que rompiera su momento, y los regresara a la realidad no les molestó. El entusiasmo de su amigo era contagioso —y había demasiados pares de ojos sobre ellos como para comportarse así; ambos lo sabían—, así que ambos le sonrieron. Caitlin se giró un poco en su dirección para observar a todas las personas que se encontraban ahí y su sonrisa relajada se convirtió en una tímida, llena de disculpas. 

—Gracias, chicos. Realmente aprecio el gesto, pero no tenían que hacer nada.

—¡No hay nada que debas agradecer, chica! —Felicity casi cantó—. Estamos felices de que estés aquí. Así que, ¿qué te parece si tienes un poco de diversión tranquila ahora que todo está bien?

Caitlin sintió a Barry tensarse bajo el toque de su mano ante aquel comentario. Había estado intentando —sin éxito, claro, solo por el hecho de encontrarse en una cama de hospital— de convencerlo de que no era su culpa y sabía que sería muy difícil hacerlo comprender que la situación había estado fuera de su alcance, y que la razón por la que ella se encontraba viva era él. Lo conocía bien y sabía que no iba a aceptar aquello por un buen tiempo, y odiaba eso. Su mano se deslizó por su brazo hasta que tomó su mano y le dio un suave apretón, sabiendo exactamente adónde se dirigían sus pensamientos. 

—Sí —ella murmuró de manera distraída, viendo a su amigo por el rabillo del ojo—. Creo que diversión tranquila es lo que necesitamos.  

—Bien, hay que hacer todo en orden, ¿no? —Cisco intervino, aún irradiando ese entusiasmo extremo que Caitlin no podía clasificar con seguridad. Estaba segura de que había otro motivo además de su regreso para mantenerlo en ese estado. Parecía un niño visitando una juguetería por primera vez—. ¡Tenemos que abrir los regalos! 

Se giró hacia Barry una vez más, dejando caer su mano para que nadie notara la cercanía que se había convertido en natural para ellos. Arrugó la nariz en su dirección. 

Abrazos, secretos y piezas rotasWhere stories live. Discover now