Capítulo 4

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En unas horas llegan mis suegros con mi hijo junto a un poco de comida que podemos consumir ahora. Mientras comemos, mi esposa introduce la idea de irnos, la que tiene gran aceptación. En mi interior, solo pienso en que alejarme de este lugar también me hará no pensar más en mi hijo que apenas ayer perdió la vida. Sigo sintiendo su presencia cerca, y aunque debería querer sentirlo, sé cómo me obsesiono con una muerte, la de mis padres me lo demostró.

Tenemos todo planeado. Nos iremos en unos días. Mañana compraré los pasajes así que no creo que sea muy difícil conseguir uno.

Nos dedicamos a rescatar lo que queda mientras unos rescatistas levantan escombros y buscan más sobrevivientes. Antes pensaba que muchas personas habían sobrevivido, pero ahora me doy cuenta de que son muy pocas las que se ven cerca, y muchas menos son las que tienen algún refugio como el mío.

Aceptamos a algunas personas que nos piden refugio. Son nuestros vecinos del frente, recuerdo haberlos visto pocas veces; creo que nunca compartí una palabra con ellos. A pesar de eso, los ayudamos; en estos momentos todos somos amigos.

Ellos también tienen un hijo, aunque es mayor que el mío, debe tener unos 14 años o un poco más. En el espacio del laboratorio permanecemos todos mientras nos ayudamos con provisiones y la ropa que hemos podido rescatar. Sería bastante tonto no tener cosas para casos como este sabiendo la cantidad de terremotos que están sucediendo en el mundo.

Una gran seguidilla de remezones ha sucedido, todos de gran magnitud. Este último tiempo casi no he compartido palabras con mi esposa o con mi hijo, y cómo hacerlo con lo que está sucediendo.

Al día siguiente voy en el auto a la oficina de la aerolínea más cercana. Pero en el camino al lugar comienza a sonar una sirena muy fuerte, tengo que taparme los oídos para poder continuar. El sonido se prolonga por un minuto o más, y eso me hace darme cuenta de lo que significa: ¡estamos en cuarentena! Acelero el auto dirigiéndome a la oficina de la aerolínea, más al saber que esta está afuera del pueblo. Estoy por llegar. ¡Sí, lo conseguiré! O al menos eso pienso hasta que encuentro una valla rodeando el pueblo, con guardias protegiéndola.

—¡No puede salir! —dice uno de ellos con expresión indescifrable, sin mirar a un punto en específico, como si no estuviera hablando con alguien en particular.

Me armo de valor pensando en mi familia y en todas las que debe haber aquí y que seguramente no quieren seguir en este lugar tan inseguro.

—Necesito ir a comprar algo, por fav... —apenas alcanzo a decir cuando el que antes habló vuelve a reiterar la cuarentena— Al menos podría explicar por qué estamos en cuarenta —trato de hacer un tono fastidiado, aunque sé que suena muy fingido.

—Las enfermedades están en casi todo el pueblo —dice el otro guardia en el mismo tono frío—. No podemos permitir que se siga propagando

¡Está en casi todo el pueblo! Eso significa que es muy probable que mi familia también esté contagiada y que no servirá de nada salir, moriremos aquí tarde o temprano... oh no, prefiero pasar los últimos momentos de vida luchando por ellos que conformándome con lo mínimo.

Me devuelvo con el auto a mi laboratorio, resignándome a no discutir más con los guardias. Eso no serviría de nada, ellos no se harán a un lado por unas palabras, y atropellarlos tampoco es una buena opción. Si quiero salir de aquí, tendré que hacerlo de otra manera, una en que no esté de mi lado la legalidad.

Al llegar, mi esposa y mi hijo me reciben con un abrazo consolador. Es obvio que ellos saben de la cuarentena, la sirena se escuchó por todo el pueblo y quizá mucho más allá.

—Al menos lo intentaste, estamos orgullosos de ti —me susurra mi esposa en el oído mientras siento caer algunas lágrimas en mi hombro.

—Aunque haya sido muy difícil comprar pasajes para el avión, muchos querrían irse de acá después de lo ocurrido por lo que la oficina estaría saturada —dice mi suegro, y tiene razón. Yo había pensado lo contrario, pero lo que dice tiene sentido.

Entro al laboratorio y me doy cuenta de que mis vecinos no están ahí. Es el momento para hablar del plan B.

—Escuchen, sé que la cuarentena no nos permite salir de aquí, pero... tenemos que hacerlo —intento comenzar a decir el plan que tengo, pero no logro articular las palabras.

—No podemos hacerlo, no hay manera —afirma mi esposa de inmediato. Claro que hay manera.

—Hay una, aunque no es muy legal que digamos —apenas digo las palabras mis suegros me dan una mirada recelosa mientras mi esposa mantiene una actitud neutral. Espero no decepcionarla.

Mantengo el silencio, el que se hace insoportable. Siento como si pasaran horas, pero apenas pasan unos segundos. Espero que acepten la idea porque es nuestra única salida.

—De camino hacia acá pasé a la casa de un conocido que ofrece llevarnos en su avioneta por el doble de precio de un avión comercial... es mucho dinero, pero eso en poco tiempo dejará de importar —apenas las palabras dejan mi boca me doy cuenta de que la expresión neutral de mi esposa se vuelve desconfiada como la de mis suegros. Como me temía, parecen no aceptar la idea.

Mantienen el silencio, y la idea de recibir una respuesta se hace remota.

—¿No sería ilegal? —dice finalmente mi esposa. Al fin alguien responde, pero al menos esperaba que dijera algo más.

—Sí, pero... es la única manera de salir de aquí —espero que esto sea suficiente.

Ella niega con su cabeza mientras se queda callada. No puede ser, no está aceptando la idea. Mis suegros siguen mirándome sin decir nada, y mi hijo me mira sin poner mucha atención a lo que digo, eso se nota.

Nadie dice nada, lo que me hace tener la determinación de volver a hablar.

—Si nos quedamos aquí quizá qué puede pasarnos con otra réplica —insisto alzando un poco la voz.

—No quiero ir a otro lugar de forma ilegal, así ni siquiera podríamos encontrar trabajo —mi esposa responde de inmediato, aunque esa excusa del trabajo es totalmente falsa. Si saliéramos del país seríamos ilegales. Está inventando excusas, y eso significa que está totalmente en contra.

—¿Te llevarás las malditas leyes a la tumba cuándo nos pase algo? ¿Crees que en un momento así importan las leyes? —respondo de forma impulsiva. No me doy cuenta del tono que usé hasta que veo su rostro dolido— Lo siento si soné duro, pero no entiendo por qué de un día para otro cambias de opinión

—Es solo que... tengo un mal presentimiento —dice y se da la vuelta, dando por terminada la discusión.

—Esto no acaba, mañana iré, pagaré los pasajes y el que quiera ir que lo haga —vuelvo a decir de forma impulsiva. Realmente no permitiré eso, los llevaré a todos igual. No tendría ningún sentido irme solo—, pero no dejaré que un presentimiento tuyo valga más que nuestras vidas

Salgo del laboratorio y voy a la tienda más cercana (la que tiene una fila de más de una cuadra) a comprar alimentos para el viaje. Sé que antes pensé que no haría algo que no quieren, pero en un pueblo en cuarentena es casi imposible salvarse.

 Sé que antes pensé que no haría algo que no quieren, pero en un pueblo en cuarentena es casi imposible salvarse

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