Capítulo 16

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Pasa el tiempo y ella parece reaccionar bien. Se mantiene estable y el brazo empieza a volver a su color original. Sin embargo, el experimento con la rata dejó claro que de un momento a otro las cosas pueden cambiar y esa aparente cura desaparecerá. Llevo horas haciendo antídotos que contrarrestan las fallas que tiene el primero, pero es muy difícil lograr uno sin ellas. Si hago uno suave que se aplique en abundantes dosis puede provocar una sobredosis —valga la redundancia— pero si hago uno muy fuerte que se aplique en pequeñas dosis provoca problemas cardíacos que incluso ocasionan la muerte (como a la rata). Hago uno en término medio, pero no me atrevo a aplicárselo a mi esposa. No quiero matarla, no me atrevería.

Escucho unos pasos, haciendo eco, acercarse a la puerta.

—Benjamín, por favor, sal ahora del laboratorio. No tendrás cargos ni serás despedido solo si sales ahora —las palabras del jefe de la investigación suenan tentadoras, pero no quiero dejar a mi esposa aquí, no después de haberlo intentado.

Pienso en qué decir. Elijo las palabras cuidadosamente, todo para lograr su conveniencia y la mía.

—Solo si me dejas experimentar con ratas y luego aplicárselo a mi esposa —mi voz se quiebra en la última palabra. Ha sido estresante estar tantas horas en esta habitación buscando una forma de hacer un antídoto que dure más.

—Trato hecho —que haya aceptado me sorprende. Me levanto seguido por mi esposa. Nos ponemos las mascarillas (sobre todo ella que es una contagiada, aunque es casi imposible que yo no lo sea). Salimos del laboratorio mientras llevo el último antídoto que he hecho.

El jefe nos recibe mejor de lo que esperé, de hecho, recibe muy bien a mi esposa.

—Benjamín, tenemos que hablar de esto... sin que escuche tu esposa —dice después de hablar un poco con ella.

Asiento impaciente. Cada hora es crucial. Sé que ella ahora vivirá mucho más que unas horas, quizás un día, pero la experimentación demora mucho. No hay tiempo que perder.

Me lleva hasta su oficina. Me hace tomar asiento, como cualquier ocasión en que me llama hasta acá. Aunque, para mi sorpresa, no se queda mirando muestras ni resultados del laboratorio. Parece ser algo personal en vez de laboral.

—Benjamín... comprendo perfectamente lo que estás pasando, y por eso te permitiré ayudar a tu esposa —habla de forma franca. Sus palabras me sorprenden aún más que su actitud. Él jamás ha sido así, tan... cercano y comprensivo. Siempre hace las cosas como se debe, sin excepciones. Este cambio no me lo esperaba.

Comienzo a levantarme de la silla, aceptando incrédulo lo que dice, pero de pronto se levanta y se vuelve a acercar a mí.

—También tuve una esposa, Amanda. Fue una de las primeras en morir por la enfermedad. En ese entonces yo era un respetado médico de la clínica más costosa de la ciudad. Ganaba bien, tenía buena vida. Pero... de un día para otro mi esposa murió, y no entendía cómo. No tuve la oportunidad de ayudarla o de hacer algo por ella, pero tú sí. Si en el momento hubiera tenido la oportunidad como tú habría hecho lo mismo, así que sería ilógico no darte la oportunidad. Experimenta cuanto quieras, no olvides que las ratas están en el cuarto al lado del laboratorio, aunque son limitadas. Suerte con tu esposa, ojalá salga con vida mañana —asiento al escucharlo. No logro articular palabra alguna ante su confesión.

Me apresuro en salir de su oficina y correr al cuarto en que se encuentran las ratas. A una le aplico el virus y después el primer antídoto. Espero el tiempo proporcional a lo que mi esposa lleva sin recibir dosis y le aplico el nuevo antídoto. Este no debería provocar problemas al corazón así que espero que funcione. Pasan unas horas en que la rata evoluciona bien, incluso está durando más que la anterior. Con rapidez le aplico la dosis a mi esposa. Si dura más que la anterior entonces es válida.

Mi esposa parece ponerse cada vez mejor, incluso parece estar completamente normal.

—¿Cómo te sientes? —hablo de la forma más fría que puedo, tratando de no demostrar la ansiedad que siento en este momento.

—Bien —ella sonríe como si no pasara nada. Su sonrisa me hace llorar un poco. No quiero pensar en que quizá será la última vez que la vea. Ella me abraza, tratando de darme ánimos. Me sorprende su semblante, mucho mejor que de costumbre. Quizás es un efecto del antídoto. Lo sea o no, mientras la mantenga viva no me importa.

El día vuelve a comenzar en el laboratorio. Los demás parecen sorprenderse de verme aquí. Estoy realmente exhausto. Apenas he dormido con todo lo que ha ocurrido.

Mi esposa duerme en la camilla que le traje, lleva horas así. Apenas logro mantener los ojos abiertos pues estos se cierran sin siquiera pensarlo. Salgo del lugar a pesar del sueño. Me dirijo a la oficina del jefe. Toco la puerta tres veces, rogando en la mente que siga igual a cómo lo estaba hace unas horas.

Abre la puerta y al verme esboza una tímida sonrisa. Agradezco en mi interior que siga igual, eso ha facilitado las cosas.

—¿Qué ocurre? —habla preocupado.

—Mi hijo... lo dejé solo en casa y... quiero buscarlo, pero no puedo dejar a mi esposa sola —asiente. Parece entender mis razones para no querer dejar a mi esposa sola.

—Ve por él, me quedaré cuidando a tu esposa

Le agradezco cómo no se imagina. Salgo de inmediato del lugar. No hay tiempo que perder.

Voy lo más rápido que puedo al departamento. El cansancio me traiciona algunas veces, pero no es un impedimento para llegar.

Encuentro en el departamento a mi hijo, llorando. En cuanto me ve, corre a abrazarme. Tuvo que pasar muy malas horas durante la noche sin sus padres y sin saber cómo está su madre. No hace falta decirle que su mamá comenzó a presentar los síntomas, eso se puede saber sin ser un genio.

—Hijo, tu mamá está en el laboratorio dónde trabajamos. Te llevaré a la guardería mientras trato de curar a mamá —hablo lo más paternal que puedo en esta situación. Él asiente de forma seria.

—Pero en el momento en que sepas que va a morir... llévame. Quiero estar ahí, por favor —habla de forma suplicante así que es obvio que está seguro. Me sorprende su petición, de hecho, cualquier niño de su edad evitaría ver a su mamá en esa situación.

—Estarás así, te lo prometo —lo abrazo mientras me prometo a mí mismo no hacerlo. No quiero que vea algo así a su edad.

Salimos del lugar. Llevo en brazos a mi hijo y camino lo más rápido que puedo. En este momento lo único en que pienso es en dormir. Me imagino en una suave cama durmiendo antes del trabajo, al lado de mi esposa, cuando estaba sana. Anhelo esos momentos en que la vida de mi esposa no estaba en riesgo, no de esa manera. Cuando todo estaba bien y la vida parecía tan sencilla, solo me preocupaba por el trabajo y no en encontrar una cura en el menor tiempo posible. Todo estaba bien y en ese momento yo no lo sabía... hasta ahora.

 hasta ahora

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