Capítulo 2

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—Tranquilo hijo, nada malo pasará —dice mi esposa en voz baja tratando de consolar a mi hijo.

—Voy a morir, ¿verdad? —pregunta desconsoladamente mi hijo. Él sabe lo que pasará, tiene solo 4 años, pero entiende estas cosas. ¿Cómo no va a saber de las enfermedades si han mostrado los síntomas y las consecuencias en todas partes? El intento de consuelo de mi esposa ha fallado.

—No es eso, irás a un lugar mejor dónde todos tus sueños se harán realidad —dice mi esposa mientras unas lágrimas se deslizan por sus mejillas. Siento que se me parte el corazón al ver esto; no puedo quedarme aparte en las últimas horas de mi hijo, pero la furia me invade de repente.

—¡Cómo nadie puede hacer algo para salvarlo, maldita sea! ¡Por qué lo dejan morir! —grito enfurecido acercándome a unos doctores que se encuentran caminando por ahí.

—No hay cura, señor. Solo podemos hacer que no sienta dolor físico —me responde uno con una tranquilidad que me indigna.

No sé qué es peor, su tranquilidad o el hecho de que mi hijo apenas pudo vivir 4 años.

—Solo tiene 4 años, por qué no hacen algo para que viva un mes más —intento simular su tranquilidad, pero la rabia se siente en mi tono de voz.

Lo que dice el doctor es cierto. El virus es muy poderoso y la velocidad que posee hace mucho más difícil encontrar una manera de hacerlo más lento. Decido volver hacia mi hijo sin esperar la respuesta del doctor.

—No tuviste que hacer eso —me dice mi esposa en un susurro que suena comprensivo.

Asiento y abrazo a mi hijo, el que tiene sus ojos completamente blancos, pero parece estar tranquilo. En parte igual agradezco que los doctores hicieran que no sienta dolor. No soportaría ver a mi hijo sufrir demasiado, me devastaría.

—Tranquilo hijo, estarás bien, muy bien —digo mientras lo abrazo, aunque sé que lo que digo no es verdad. Él no estará bien, él morirá.

Pasan las horas, pero no duermo a pesar de estar muy entrada la noche. Ya son las 4 am, mas no pienso dormir. Debo estar presente en los últimos momentos de mi hijo.

—¿Recuerdas la navidad cuando te regalamos un perrito? —le dice mi esposa a mi hijo. Qué tierna manera de animarlo.

—Sí, era justo lo que quería —dice en un hilo de voz mi hijo tratando de hacer una sonrisa. Aprecio su esfuerzo por mantenerse vivo.

Mi esposa lo abraza con fuerza dejando caer muchas lágrimas. En ese momento el monitor de multiparámetros de signos vitales empieza a sonar de forma más seguida. El pulso se le empieza a acelerar y mi hijo deja de respirar.

—¡No! ¡No estoy lista para dejarlo ir! ¡Felipe, sigue luchando! ¡No te vayas! —grita mi esposa mientras llora. La abrazo mientras observo al cuerpo sin vida de mi hijo. A diferencia de lo que pensé, la muerte se produjo casi de forma instantánea, incluso él nos habló hace unos minutos.

Uno de los doctores le cierra sus blancos ojos y se acerca a hablarnos:

—Queríamos preguntarles algo sumamente importante. Espero que no se ofendan considerando las circunstancias —dice el doctor de forma amable. Ya sospecho lo que quiere preguntarnos—. Queremos saber si están dispuestos a donar el cuerpo de su hijo a la ciencia. Nos servirá de mucho en la investigación de la enfermedad, los efectos que provoca y cómo actúa

¡Sabía que quería preguntar eso!

—Me niego —dice mi esposa, tajante. Le preguntaría por qué se niega, pero la comprendo. Tengo las mismas razones, pero una parte de mí me dice que debo ayudar a la investigación.

—¿Podemos conversarlo en privado? —le pregunto al doctor tratando de no demostrar mi postura, más al ser empático con mi esposa.

—Claro. Cuando tengan una respuesta, hablen conmigo —dice el doctor dejándonos en el box.

—Sé que no estás de acuerdo, pero... creo que donando su cuerpo podemos ayudar... —alcanzo a decir cuando mi esposa me interrumpe.

—¡De ninguna manera! —dice sin mirarme a la cara.

—Podemos ayudar a que otras personas no mueran. Piensa en lo que dijiste, que su muerte no sería en vano —espero convencerla. De todos modos, si no logro convencerla, respetaré su decisión.

—No sé... me duele dejar su cuerpo y no darle la sepultura que merece —caen unas suaves lágrimas por sus mejillas, pero me mantengo tranquilo. Si los dos terminamos llorando no llegaremos a un acuerdo pronto.

—Solo piénsalo. Pero si no quieres no importa, no creo que sea el único cuerpo que será donado

Dejo la decisión en sus manos. Tarda unos segundos pensando, pero finalmente contesta:

—Bueno, como dije antes: no dejaré que su muerte sea en vano. Me dolerá dejarlo, pero al menos ayudará a la humanidad... su sueño —vuelve a dejar caer unas lágrimas. No logro evitar hacer lo mismo, esta vez ante las palabras de mi esposa, las que me transportan por miles de recuerdos de mi hijo, el que a pesar de su corta edad ya quería seguir mis pasos. A pesar de no haber podido, me enorgullece cómo no se imaginaba.

El doctor vuelve a acercarse a nosotros en cuanto le hacemos una seña de que se acerque.

—Hemos decidido que donaremos su cuerpo a la ciencia —digo en tono firme a pesar de que por dentro estoy destrozado.

—Excelente decisión. Bueno, esperamos haber ayudado lo suficiente

Pasamos a hacer los trámites pertinentes y nos vamos, devastados ante la muerte de nuestro hijo, pero esperanzados en que se encuentre una cura a la enfermedad. Me siento un poco satisfecho de poder ayudar a la ciencia, pero ciertamente tengo un mal presentimiento de lo que puede pasar con el planeta. Ahora es la primera vez que se va una persona muy cercana a mí, pero nada me garantiza que esto se detenga, y la verdad no creo poder soportar más muertes. La de mi pequeño ya me ha dejado devastado.

Regresamos en medio de la fría noche. Siento la vista nublada por las lágrimas que amenazan mis ojos. Por suerte sé que estas no son por la enfermedad sino por tristeza, pero me asusta la idea de que la enfermedad puede pasar meses silenciosa porque es muy probable que toda mi familia esté contagiada, incluyéndome.

No sé cómo le diré a mi otro hijo que se quedó sin hermano, la única compañía para sus juegos. Ignorando el vacío que siento en el pecho, voy con mi esposa de la mano hasta la casa. Al entrar veo a mis suegros y a mi otro hijo en la sala bajo un silencio sepulcral y unas miradas que muestran poca esperanza. Deben sospecharlo... ¡No! Lo saben, ya todos sabemos el destino que sufren los contagiados.

Mis suegros corren a abrazar a mi esposa, la que, al sentir el contacto de los brazos de sus padres, deja salir toda su tristeza. Debo admitir que cuesta mucho mantenerse con frialdad.

Mi hijo se acerca rompiendo mi frío semblante. Lo abrazo mientras siento mi hombro humedecerse con sus lágrimas. Dejo lágrimas caer, ya no fingiré.

—¡Mi niño! ¡Mi pobre bebé! ¡Tenía tanto por vivir! —las palabras de mi esposa me llegan al corazón. Tiene razón, él tenía mucho por vivir.

 Tiene razón, él tenía mucho por vivir

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Caos || Publicado En Amazon #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora