Epílogos

109 19 1
                                    


Tanto Primer Pion, como Garrote y Jamur llevaban cara de resaca. Atardecer, que estrenaba nuevas manos, se negó a aliviarles. Se excusó con que tenía que guardar energía para atender el muñón de Miri durante el camino. La verdad era que lo hacía para que aprendieran, ya se había hartado de su constante borrachera durante los tres días de celebración de la victoria.

La Doncella, Dos Pares y Mordedor, se habían sumado al soldado en la despedida. El guardaespaldas puso cara de envidia, al ver que Pion le daba al sacerdote como regalo un odre de un licor que hacía su madre. Pero a Garrote le hizo más ilusión que el mago le regalara una copia del libro de Segundo Curandero.

—Por supuesto —le dijo al dárselo— que no es la única copia para el clero. He preparado varias para el Monasterio de La Última Que Te Ve, para que las guarden en su biblioteca.

—Entonces mande a la Doncella con ellas. —Tria no se olvidaba de la promesa que le había hecho—, así podrá visitar la biblioteca en busca de historias para sus canciones.

—Gracias, Devota. Pero creo que con lo que he visto últimamente tengo bastante material para un tiempo, aunque prometo visitarles si su invitación aún continúa en pie.

—Por supuesto, bardo. En el monasterio tienen que escuchar su versión de "la carga".

—Y usted también tiene permiso, artesano —extendió la invitación Zher—. Y Mordedor, y no habría que decirlo, Primer Pion. Y no nos olvidemos del capitán Jamur y de la capitana Miri.

—Y por Tres Rocas también pueden pasar —replicó Atardecer—. Supongo que a Bruma y a mí ya nos quedará poco para graduarnos.

—Claro, y vosotros por Puerto Acuerdo —remató la miriápodo.

—¡Dok, dok, dok! —gritó Pira por detrás, sumándose a la alegría general.

La Doncella se encontraba pensativa ante la piedra que señalaba donde se guardaban las cenizas de Remachador. Ni Dos Pares, ni su compañero Mordedor, le habían dicho su verdadero nombre, excusándose en que no era conveniente que se supiera. Así que se tuvo que conformar con mandar grabar en ella: "REMACHADOR", con un martillo a cada lado. Ella se mantenía de pie, a pesar que la pierna aún le tiraba un poco.

—No riegues sus cenizas con lágrimas —oyó la voz del mago a su espalda—, si quieres mojarlas... mejor con cerveza.

La bardo alzó un odre que llevaba en la mano, mostrándole las manchas de espuma y sonriendo tristemente.

—Fue un leal guardaespaldas —continuó el artesano—. El lugar que has escogido como reposo a sus cenizas le hubiera gustado.

—Entonces, ¿por qué no me dice su nombre?

—No es conveniente que se sepa, te lo aseguro. De esto y de alguna cosa más quería hablarte. Hagamos una cosa, pregúntame lo que quieras, yo te responderé tan bien como pueda.

—Los martillos que llevaba tenían un poder mágico, ¿los fabricó usted?

—Sí, son una copia de unos ya existentes. Debido a ellos empezaron a llamarme Dos Pares. Por cierto, gracias por traerlos de vuelta. Pero eso no es lo que me querías preguntar, ¿verdad?

—¿Es de verdad de la Orden del Culebre?

—Sí. Pero la pregunta de verdad interesante es: ¿a qué se dedica la Orden del Culebre? En realidad lo de ser unos mercenarios es una tapadera. Somos una organización, patrocinada por varios magos mucho más poderosos que yo, que se dedica a luchar contra La Cofradía. Pero ya te contaré la historia cuando ingreses en ella.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora