Capítulo 18

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Atardecer ya controlaba bastante bien a Pira, aunque de vez en cuanto la comadreja hacia amago de tirarla, mas solo bromeaba. Aún le costaba hacer que desistiera cuando algo le despertaba la curiosidad, pero a base de exabruptos de índole sexual, conseguía que fuera más o menos por el camino que ella quería. Le hubiera gustado conocer si su anterior propietario la había adiestrado así a sabiendas, o era de naturaleza malhablada.

Lo peor era cuando se creía que jugaba con ella y lograba robarle algo de comida o algún objeto cuando se distraía. Entonces empezaba a dar saltos laterales y hacia atrás, mientras chillaba emocionada: ¡Dok, dok, dok! A duras penas se aguantaba en la silla, durante lo que Tria había definido como "la danza de guerra de la paniquesa". También explicó que las salvajes utilizaban un comportamiento parecido para cazar, pero las domésticas lo hacían como muestra de felicidad o de excitación.

No solo eran útiles como bestias de monta, por la noche les daban calor. Su piel se utilizaba para fabricar mantas y abrigos, así que les hicieron olvidar que habían abandonado la tienda. Aunque tenía el efecto secundario de que algunas veces los humanos se levantaban con algo de baba por la cara.

Primer Pion había acertado, ahora avanzaban casi al doble de velocidad. Se estaban acercando a la reliquia, ya que seguía sin desplazarse.Hasta Garrote podía localizarla algunas veces ahora, sin embargo seguían confiando solo en la visión de Zher.

El barbudo clérigo, todas las noches estudiaba los libros de los herejes, cada vez quedándose más horrorizado. Una sección en concreto le llamó la atención, una dedicada en su plenitud a cómo torturar paladinas. Las hacían vivir mucho tiempo, aprovechando su conexión con la Tatarabuela Muerte. Los sectarios usaban sus poderes de dicho ámbito, para causarles grandes padecimientos, intentando que renunciaran a su fe en la "traidora". Por ahora ninguna había apostatado.

Pero lo que le hizo alarmarse fue que al final del capítulo venía una recomendación. Aconsejaba no atormentarlas hasta destrozarlas del todo, para que pudieran ser vendidas a algún necromante. A estos les encantaba experimentar con ellas en busca de una abominación que antes fuera una luchadora de la calavera. Pensaban que el resultado sería algo muy poderoso.

Para capturarlas vivas, el impío volumen aconsejaba usar el veneno de las necroquimeras, ya que las iba ralentizando hasta que no pudieran moverse. Cualquier hechicero de los muertos algo experimentado podía proporcionarlo, pero lo mejor era encontrar uno que supiera cómo concentrarlo.

Al leer sobre las ponzoñosas alimañas, el sacerdote empezó a recordar...



A pesar de la costumbre de cambiar la paladina asignada cada año, Garrote había insistido a sus superiores en que prefería continuar con la suya. No quería repetir la experiencia de su primera compañera,pues acabaron soportándose a duras penas, esperando y rogando que se cumpliera el plazo. Con esta se llevaba bien, aunque no cohabitaban durante la Decimotercera Luna. Había conseguido el permiso. Tras preguntárselo, ella estuvo de acuerdo. Dentro del clero tenía fama de excéntrico y esta solo era una más de las manías que le permitían por sus servicios prestados en Mercia.

Ella permitía que le llamara Dico, por Dicodora, en vez de por el título de Devota, como le obligaba su par anterior, mucho más estricta. Seguro que su actitud sería buena para curtir a un iniciado recién salido del monasterio, pero él ya lo estaba, habiendo recorrido mucho más mundo que ella. Con la sustituta ya llevaba tres años. De tanto estar juntos ya se conocían, se sincronizaban en combate casi sin decirse nada y compartían sentido del humor. Incluso algunas veces dejaba que la llamara Cuerva, ya que era morena de ojos negros y con una nariz que recordaba al pico de esa ave.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Where stories live. Discover now