Capítulo 10

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El caballo superviviente se encontraba también, al otro lo habían tenido que sacrificar. No habían funcionado ni las curaciones de Atardecer, ni las purificaciones de Garrote. La infame peste equina mataba con gran efectividad. Aunque parte de su fracaso lo achacaban a su desconocimiento en veterinaria, la novicia insistía en que parecía resistente a la magia, como si la enfermedad tuviera algo de brujería.

Habían estado siguiendo a una paloma mensajera, a la que habían hecho comer una bellota machacada. Previamente, la novicia había saturado de energía vital el fruto, aunque sin los efectos espectaculares que normalmente acompañaban a los conjuros de Cherm. Según sus propias palabras ahora refulgía, para su visión divina, con la misma fuerza que un dragón. El sacerdote lo tomó como una licencia literaria,congratulándose de que la viera a más distancia de lo previsto.

El ave se dirigió hacia el sureste hasta que decidió adentrarse en el mar, rumbo a levante.Garrote, previsor, se había hecho con cuatro mapas de la zona en los que apuntó la dirección. No se fiaba de la exactitud de ninguno y prefirió pecar por exceso.

-¡Maldita sea esta enfermedad! -se quejó Atardecer-. Mis cuidados solo retrasan lo inevitable, y el animal sufre mucho. Creo que habrá que sacrificarlo, como al otro. Será mejor que lo hagas tú, para que muera en paz.

-Tienes razón, además evitaremos que se extienda. Pero quitemos la silla y las bridas, aunque no podamos llevárnoslas.

-Sí, mejor, así las podrá aprovechar alguien.

Tras retirarles los arreos, Garrote purificó a la pobre cabalgadura. Las llamas eran naranjas, el color de los animales. Las discusiones metafísicas llegaban a la conclusión de que era porque no tenían alma, a pesar de que algunos sí que ardían con las llamas azules de la pureza, olas rojas de la maldad. El sacerdote creía que era más bien que casi todos eran neutrales, solo hacían las cosas para las que habían sido creados.

Indiferentes al problema filosófico, se dirigieron a Puerto Albatros. Con lo que les quedaba del oro requisado a La Cofradía compraron un pequeño pesquero de uns olo mástil, que pudieran manejar entre los dos. El barbudo sorprendió de nuevo a la joven por la extensión de sus saberes,esta vez marineros. A la hora de adquirir los víveres, ante la mirada de desaprobación de su acompañante, redujo sus tres barriles de cerveza a dos. Ella aprovechó la parada y reemplazó los guantes cortados en el encuentro con los matones.

Antes de partir,prepararon a otra paloma mensajera para que Atardecer la localizara a distancia. Garrote, no teniendo ganas de remar, la soltó cuando estaban un par de millas mar adentro con las velas ya desplegadas. El clérigo marcó en sus papeles la nueva dirección, haciendo una rudimentaria triangulación.

-Lo que sospechábamos —explicó—. Van hacia las Islas Centrales. Espero que nos alcancen las palomas para saber a cual van. Debe de haber casi un centenar.

-Pero tú los conoces...Sabrás más o menos donde están sus principales cuarteles.

-No del todo, estas cosas van cambiando. Y mis conocimientos están ya anticuados. Además nos tenemos que guardar un bicho, para encontrar el edificio en cuestión cuando estemos en la cuidad.

Pasaron dos días y volvieron a soltar un pájaro, ya que Atardecer apenas podía localizar al anterior. Garrote se enfadó con los cartógrafos locales, a los que empezó a maldecir de forma variada y folclórica. Ninguno de los mapas coincidía con otro. Aun así dibujó en todos la ruta del ave, esperando que alguno acertara.

Continuaron navegando durante tres días más, antes de hacer otra suelta. Para remediar el tedio del viaje, y la curiosidad pospuesta de la novicia, el clérigo empezó a narrar la parte de su pasado que le había prometido.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017حيث تعيش القصص. اكتشف الآن