Capítulo 22

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A las paniquesas no les gustó andar por encima de tanto hueso. En algunas zonas de la entrada a la cueva, había tres o cuatro capas de cadáveres superpuestos. Extrañamente, dentro de la gruta es donde los huesos estaban más limpios y muchos de los esqueletos estaban desarmados. Tal vez el dragón se traía comida para devorarla allí. El campo de batalla le hacía de gigantesca despensa. Hubo que descabalgar a las comadrejas y llevarlas de las riendas hasta que pasaron la mayor acumulación de restos.

Mientras entraban, Garrote sintió una pequeña aprensión al meterse en túneles de nuevo. Siempre que estaba en uno, algo se torcía. La pérdida de Cuerva y la emboscada de los trolls en las minas, eran solo los ejemplos más graves. Para distraerse empezó a darle vueltas a una idea, que iba rumiando en voz muy baja:

—¿Por qué querrán los de La Cofradía matar a Fauces Sangrientas? ¿Será por el tesoro que debe haber acumulado? No, porque entonces vendría más gente...

Zhersem llevaba activada su visión divina para localizar la reliquia, pero más que verla la intuía, como si estuviera utilizando otro sentido. Todo brillaba a muerte tras la matanza ocurrida allí. Atardecer también usaba la suya, no obstante, esta vez no se fiaba aunque viera algo vivo de pequeño tamaño. Repasaba una y otra vez cualquier pequeño foco que vislumbrara.

La cueva empezó a estrecharse, aun así cabría un palacio de cinco plantas e incluso sobraría espacio por los lados. Una de las alarmas de la novicia resultó ser una bandada de murciélagos que dormían colgados del techo. Pasaron con cuidado intentando no despertarlos.

La galería empezó a dar una curva muy abierta, justo cuando los esqueletos dejaron de ser tan abundantes y solo se veía alguno cada muchos pasos. Además, ya se distinguía alguno que fuera un caballo,  una cabra o una vaca, en vez de orcos y sus bestias.

—¡Parad un momento! —advirtió la servidora de Cherm—. Ahí hay algo vivo.

—Co, cada veinte pasicos ves algo pues —protestó Primer Pion—. Así no se puede avanzar pues.

Antes que ella pudiera replicar, un cuchillo arrojadizo se clavó en el pecho del soldado del Gran Caudal. Este bajó la vista hacia el arma y exclamó:

—¿Pero... co! —A continuación se derrumbó sobre el cuello de su paniquesa.

—¡Emboscada! —avisó la Paladina del Cráneo, protegiéndose con su escudo, ya que iba preparada para el combate—. ¡Cubridme! —ordenó, mientras azuzaba al mustélido que cabalgaba para lanzarse a la carga, intentando seguir la trayectoria del puñal.

—¡Cuidado, Tria —gritó Atardecer—, hay más de uno!

No dijo nada más, porque Garrote, montado detrás en la misma comadreja, se tiró con ella al suelo, esquivando un par de cuchillos que pasaron un instante después volando por encima de la silla de montar.

El iniciado empezó a recitar la sagrada retahíla, agarrándose con fuerza a la cintura de la guerrera para no caer, y agachando la cabeza para protegerse. Apretó la cara contra la cota de malla que cubría los omóplatos de ella, para no golpeársela a cada trote de la comadreja.

—¡A todo le llega la Muerte! —clamó la pelirroja, desenfundando la espada y pasando a manejar a su montura con las rodillas, llevándose las riendas a la boca para sujetarlas con los dientes.

Pira, al encontrarse sin que nadie la manejara, siguió sus instintos y fue tras la servidora de la Muerte al combate. Sus abandonados jinetes se incorporaron doloridos, a pesar que la grasa del sacerdote le había acolchado el golpe a la novicia.

—¡Agáchate! —requirió el clérigo—. ¡No seas un blanco fácil! —se puso a recitar la letanía y buscar su bastón.

Ni Pira ni Tria se encontraron con nada durante su carga. La pelirroja intuyó que ya habían sobrepasado el alcance de los cuchillos arrojadizos y consiguió parar a su comadreja. La obligó a que girara ciento ochenta grados, presentando el escudo a tiempo para parar dos de esos proyectiles, que rebotaron.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Where stories live. Discover now