Capítulo 11

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La paniquesa estaba bien adaptada a los viajes en barco. No se mareaba ys e dejó curar las heridas superficiales que tenía. Ocupaba un buen trozo de bodega, no insistía mucho en salir y explorar, a pesar de ser animales nerviosos.

Con quienes no se llevaba bien era con los miriápodos de a bordo. Aparte de la capitana y el segundo oficial, había tres o cuatro marineros de esa raza. Cada vez que veía uno, se ponía en posición de ataque. Tria sospechaba que había sido agredida recientemente por alguien con seis brazos.

Para evitar alguna tragedia, la guerrera tuvo que acostumbrarla a ese tipo de personas. Utilizó a Miri, poniéndole el pañuelo del Gran Caudal al estilo corsario. Le dieron entre las dos unas ratas que habían atrapado, a modo de golosina. Pira seguía sin fiarse, pero por lo menos dejó de gruñirles.

El siguiente alto lo hicieron en Puerto Acuerdo, en la isla central de mayor tamaño. El nombre venía dado porque allí se encontraba el lugar de reunión del Consejo del Mar de Las Lunas, donde las cofradías mercantes y marineras dirimían sus desacuerdos pacíficamente. También era un lugar de pactos de precios y alianzas. Por supuesto, todas las hermandades comerciales jugaban ala política en las sombras, con múltiples tratos y negociaciones en paralelo.

Zhersem, por lo poco que sentía la reliquia, creía que estaba ya en la costa este. Pero Miri tenía unos asuntos urgentes que resolver en la ciudad. Los servidores de la Muerte decidieron esperarla, pues no creían que otro capitán les dejara llevar a la comadreja en su embarcación. El tiempo que perdieran allí lo recuperarían entierra firme al tener montura, por no hablar de su utilidad en combate.

Tria insistió en sacar a dar un paseo a la bestia, para que correteara un poco por el campo e hiciera ejercicio. Consiguieron unas sillas de monta que tuvieron que adaptar.

Se enteraron de que en la isla había un pequeño monasterio dedicado ala Diosa de Las Alas Fuertes. No era uno de los importantes, pues no tenía nombre propio, solo el de la ciudad. Y hacia allí partieron.

De no ser por una monja que lo guardaba, la construcción religiosa hubiera estado desierta. Los tres pares de paladina y sacerdote se encontraban fuera. Dos parejas estaban haciendo viajes de purificación por las islas cercanas. La otra se encontraba investigando un incidente de supuestas actividades necrománticas. Seguramente algunos hijos de papá aburridos, con mucho tiempo libre y un libro de prácticas oscuras, sin verdadero poder, ya que había habido apariciones de no muertos, pero no duraban en pie más de un día. Sea como fuera, el pecado debía ser castigado y limpiado.

La religiosa les pidió que purificaran unos cuerpos que guardaba a la espera del retorno de los sacerdotes, así ella podría bajar a comprar víveres a la ciudad y a preparar unas piras funerarias.Últimamente se daba que las familias no querían aguardar por las cenizas y, si tenían dinero, los cadáveres eran incinerados por medios naturales. Les pidió que la esperaran, pues iba a recoger los restos de las purificaciones en unas urnas. Así aprovecharía el viaje para entregarlas a los parientes de los fallecidos.

Como era tradición, la monja se había cambiado el nombre. Compasión fue el elegido. Le gustaba hablar. No paró de hacerlo en todo el viaje de vuelta a la urbe. No calló ni cuando vio que el camino estaba bloqueado por un grupo de gente armada con lanzas y ballestas.

—Como les iba diciendo —explicaba a Tria y a Zhersem—, para que la incineración purifique correctamente, es necesario un tronco bendecido por un sacerdote de la Diosa. No hace falta uno grande, pero sí que el ritual esté bien hecho, lo que cuesta tiempo. Si no, queda bastante esqueleto, que puede ser usado por los necromantes. Incluso las cenizas podrían ser utilizadas para alguno de sus hechizos. Y me quedan ya pocos, espero que lleguen... ¿Y qué quieren estas buenas gentes? —dirigió la pregunta a los obstruccionistas.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum