Capítulo 31

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Uno de los orbes cayó cerca de Tria. La fuerza de la explosión le arrancó de la cabeza su yelmo del cráneo. Durante treinta segundos solo vio verde, sin distinguir formas. Incluso con los ojos cerrados seguía viendo el color. Sus oídos no estaban mucho mejor. Un zumbido los saturaba, aunque se alzaba por encima el ruido de más deflagraciones machacando toda la zona. Continuaron durante un minuto, que se le hizo eterno. Cuando se apagó la última se levantó del suelo, ignorando los mil dolores distintos provenientes de todas las partes del cuerpo. Una persona normal habría muerto, menos mal que ella ya lo estaba a medias desde el Rito del Cambio. También le salvó que un árbol bastante grueso absorbió parte de la onda expansiva. Una de sus hermanas de batalla no había tenido tanta suerte, había perdido las dos piernas y su cuello se encontraba en una posición extraña. Ni la legendaria resistencia de las paladinas había podido soportar tanto castigo. Al notar que había perdido el casco y el escudo, optó por usar los de su compañera caída, tanto para no perder más tiempo como para honrarla y vengarla. Justo cuando estaba desenfundando la espada, oyó el grito de guerra, esta vez completo: "A todo le llega la Muerte, pero no el olvido". El combate había comenzado. Invocó la furia divina y, rogando que Zhersem y los demás se encontraran a salvo, corrió hacia el origen del clamor.

El hechizo necromántico no causó muchas bajas entre los del roble y las del cráneo, pero sí que logró una gran confusión y desorden entre sus filas. Los sacerdotes y sacerdotisas sufrieron más muertes, aunque no dejaron de preparar sus hechizos. También modificó el paisaje, destrozando gran parte del bosque, llenando el suelo de agujeros. La pelirroja llegó al linde, encontrándose a unas pocas de sus hermanas intentando contener a los cadáveres-cicatriz. Estos intentaban sobrepasarlas para que sus amos localizaran el punto exacto donde estaban los clérigos y bombardear mágicamente la zona. Solo podían sentir a los que tuvieran un hechizo preparado o hubieran lanzado uno recientemente. Pero los necromantes sabían que las de Cherm no podrían dejar de intentar salvar a los heridos graves.

La aparición de la guerrera llenó un hueco en el difuminado frente, por donde tres abominaciones querían escabullirse. Dos de ellas no variaron su ruta, pero la otra, al verla, se desvió hacia su izquierda. Tria masculló una resignada interjección, invocando con más intensidad la furia divina. Cargó contra el dúo que tenía enfrente y, de un mismo tajo, partió a ambos por la mitad. Sin detenerse a rematarlos, inició la persecución del esquivo monstruo. Tuvo que volver a forzar su ya maltrecho cuerpo para alcanzarlo. Tras cortarle la cabeza, se giró a mirar si venían más cadáveres-cicatriz. No vio ninguno, pero lo que ahora se acercaba era mucho peor. Los brujos de los no muertos, habiendo adivinado que la mayoría de los conjuradores al servicio de las Diosas se encontraban en el bosque, lanzaban un asalto hacia el lugar.

Las bestias del túmulo se aproximaban al trote. No todas, solo las más grandes. Las pequeñas y alguna cría crecida, se habían quedado protegiendo a parte de los necromantes, que habían desmontado y se encontraban realizando alguna de sus repugnantes invocaciones. La de mayor tamaño iba montada por un extraño guerrero con una capa de plumas de cuervo, que comandaba el ataque en cuña. Tria dio unos pasos hacia atrás, para tener algo de cobertura a la espera de la acometida. Se encontró con otra paladina que también había reculado. Había extraviado su espada y escudo, mas sujetaba con fuerza un hacha a dos manos mientras rezaba:

—Tatarabuela Muerte, ayúdame a llevar estas corruptas almas a tu Jardín sin Fin.

Las dos se miraron y asintieron, disponiéndose a matar o a morir, a ganar tiempo para que sus hermanas maniobraran y contraatacaran.

Zhersem era uno de los pocos sacerdotes de la Segadora que habían sobrevivido ilesos al bombardeo mágico. Al oír la llamada a la lucha de las guerreras de la calavera, se dirigió a ayudarlas. Por el camino se encontró con dos Paladines del Roble un poco mareados, pero dispuestos a combatir. Los mandó hacia atrás a proteger a las sacerdotisas que estaban atendiendo a los heridos. Llegó donde había tres paladinas. Antes de que pudiera preguntarles por el estado del combate, una de ellas señaló la carga de las abominaciones. Él finalizó la sagrada enumeración que llevaba preparada, lanzando un hechizo de purificación contra su líder. El místico rayo, como todas las veces, se dirigió en línea recta hacia su objetivo. Una barrera invisible hizo que nunca lo alcanzara, dividiéndolo en partes más pequeñas y desviándolas en varias direcciones. El conjuro acabó extinguiéndose, ni siquiera frenando su avance. Otros clérigos de la Muerte se habían desplazado a primera línea. Sus conjuros también fueron repelidos, incluso los que iban dirigidos a los necromantes. La comandante enemiga había extendido su escudo mágico para protegerles, esa era la razón de que fuera encabezando el ataque. Hubo otra tanda. Esta vez los sacerdotes que se encontraban más cercanos entre sí, se coordinaron para aumentar la potencia en espera de romper la defensa, pero siguieron sin tener efecto.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Where stories live. Discover now