Capítulo 1

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A mi yayo Pascual, que se marchó hace poco.

El sacerdote iba delante y la guerrera tres pasos por detrás, como era costumbre en la orden. El polvo del camino mezclado con el sudor había apelmazado los largos cabellos pelirrojos de la luchadora. También hacía que los tatuajes del clérigo no refulgieran como era normal en los de naturaleza mágica. Llevaban mucho tiempo en el camino, sin haber parado en una posada a darse un buen baño, y los víveres empezaban a escasear.

La cota de malla de la guerrera ya no brillaba para un desfile, como en el día de la partida del Monasterio de la Muerte Plácida, hacía ya cuatro lunas. Además de la bolsa de las provisiones, portaba en el tahalí una espada recta de dos filos, de las usadas por los infantes, con el pomo en forma de cráneo y un par de rubíes engarzados por ojos. En la espalda cargaba un hacha de empuñar a dos manos, transportada en una funda especial, para sacarla rápidamente si fuera necesario. Encima, tapando la visión de gran parte del arma, un escudo redondo con una calavera en relieve en el centro. Alrededor de esta, dispuesto en círculo, el lema del credo: "A todo le llega la Muerte, pero no el olvido". Del lado contrario a la espada llevaba, colgando de una cadena, un yelmo de batalla con forma de cráneo humano. Era de color plateado, grabado con ideogramas mágicos. Por este casco eran conocidas las de su clase como Paladinas del Cráneo. Sus posesiones acababan en unas botas de cuero negro, más adecuadas para cabalgar que para caminar, aunque no se veía ninguna montura por los alrededores.

El hombre solo llevaba una tela, doblada y anudada, haciendo de bolsa para las mudas. Vestía una túnica ligera que dejaba sus brazos descubiertos. Esforzándose un poco, se podía adivinar que era blanca. Calzaba unas simples sandalias. Los tatuajes de su cuello brillaban con una luz blanquecina al ser utilizados, igual que los de alrededor del ojo izquierdo. Las luces resaltaban que era completamente negro, sin distinción de globo ocular, ni retina, ni iris, solo oscuridad sin reflejar nada.

—Se han vuelto a alejar —dijo el sacerdote—. Detecto la reliquia, pero solo intuyo la dirección, no el lugar. A este paso nunca los alcanzaremos.

—Siempre nos tocan las misiones de andar, andar y más andar... y laaargas —contestó la Paladina del Cráneo—. Llevamos siete misiones juntos, y todas han sido de mucho caminar.

—Ocho.

—¿Qué?

—Que son ocho búsquedas, si contamos esta. —El clérigo dejó de concentrarse en el uso de los tatuajes de su cuello, pero mantuvo en funcionamiento los que circunvalaban el ojo—. Y sí, estoy cansado de andar. Sigamos un rato más y descansemos ya toda la noche.

—Pues adelante, Iniciado Zhersem, detrás de Su Gracia.

Siguieron andando unas dos o tres millas zarmetsas, hasta llegar a uno de los escasos bosquecillos que crecían en la estepa desértica por la que viajaban. Al sacerdote le pareció un buen lugar para acampar.

—¿Qué te parece, Tria?, ¿dormimos aquí?

—Algo de refugio nos dará la vegetación. Estoy harta de sufrir todas las noches el maldito viento.

—¡Espera! —El tatuaje de su ojo brilló con más intensidad—. Veo algo entre los árboles...

Con rápidos movimientos, la guerrera soltó el equipaje. Se puso el casco, dejando fuera gran parte de su cabellera. Descolgó el escudo y lo sujetó con su brazo izquierdo, mientras desenfundaba la espada con su otra mano.

—Nunca son buenas noticias que veas muerte en estos lugares —dijo al terminar de prepararse para el combate.

El clérigo guardó silencio, pero señaló con el índice hacia el centro de la maleza, soltando también su bolsa. El orden de marcha se invirtió. Ahora era la pelirroja quien iba tres pasos por delante. Las puntas de su melena se levantaron como movidas por el viento, mientras invocaba el poder en su espada y músculos, para un ataque tanto físico como divino. Zhersem había visto una vez hecha pedazos una puerta de roble macizo de cinco dedos de ancho, con un golpe similar al que Tria estaba invocando.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Where stories live. Discover now