Capítulo 8

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Nada más entrar a la taberna del Pato Gruñón, en la ciudad de Puerto Gavilán, había una joven en el suelo. Estaba bajo los efectos de alguna droga y simulaba estar rebozándose, rodando. Cuando iba de izquierda a derecha gritaba: "¡Güiii!", y cuando retornaba:"¡Soy una croquetillaaa!". Garrote la esquivó como pudo,dirigiéndose a la mesa donde estaba Atardecer.

La muchacha había conseguido una mesa apartada, lejos de las comunales.Intentaba no fijarse en los clientes más intoxicados. Aquel local era un antro de consumidores de distintos narcóticos, el alcohol solo era el complemento. El sacerdote había elegido el lugar,recordando sus viejos tiempos de conspirador. Quería entrevistarse con algún viejo conocido de La Cofradía.

Conesta, ya eran tres visitas en otras tantas noches consecutivas. Había entrado la novicia primero, con la intención de provocar que alguien saliera del edificio al verla. Si hubiera ocurrido, el clérigo la habría seguido para conocer a quién informaba. La estrategia no dio ningún resultado.

—Fracaso—dijo Garrote mientras pedía una jarra de cerveza por señas—.No me creo que hayan dejado de venir mis antiguos compinches, ¡con lo que les gustaba! O han cambiado de lugar de reunión, o los que han cambiado son los agentes en la ciudad.

Estuvieron meditando en silencio un rato, mientras el sacerdote acababa con su bebida y solicitaba otra.

—Bueno,¿y ahora qué hacemos? —indagó Atardecer.

—Pues probar lo que yo vendo —dijo un hombre que se había acercado hasta la mesa—. El mejor concentrado de setas de toda la costa occidental.

El sacerdote impidió con los ojos que la novicia replicara, haciéndolo él en su lugar:

—¿Y qué precio tiene ese manjar?

El individuo iba vestido mitad de mercader, mitad de marinero. Con la chaqueta de múltiples bolsillos típica de lo primero, pantalones y botas de lo segundo. Les echó una mirada calculadora antes de contestar:

—Una de plata la pesada. Con eso tienes para tres días de alegría.

—Muy buena tendría que ser para que me durara dos.

—No me vengas con el cuento, que los del clero no soportáis más que el resto. Y no tendrás muy contenta a tu diosa, si necesitas de esta alegría.

—Como yo tenga de contenta a la Diosa es mi problema. Cinco pesadas por cuatro de plata.

—Hacemos una cosa: coge solo una, te la dejo solo por media. En cuanto la pruebes, seguro que vienes a por más.

—Vale,si es por media...

—Mejor lo hacemos afuera, así no tendré que darle parte de las ganancias al dueño. Pide un diezmo de todas las ventas en su local.

—Pero primero voy al baño... ¡Tanta cerveza me ha dado ganas de mear!

Estuvieron esperando unos cinco minutos. La futura sacerdotisa ignoró los patéticos intentos de comprar su afecto a cambio de drogas. Garrote volvió y se dirigieron afuera.

—Vayamos un par de callejuelas más para allí —sugirió el traficante—.No me gustaría que me viera algún empleado del Pato Gruñón. Vamos, por este, y así podréis probar esta exquisitez.

Entraron a un callejón y doblaron una esquina. Él rebuscó en su chaqueta,como para sacar la dosis prometida. En su lugar sacó un cuchillo largo y señaló tras los clérigos, hacia el final de la pared. De ella estaban surgiendo cuatro figuras encapuchadas y armadas con espadas cortas, de las que se pueden camuflar debajo de la capa. Una de ellas sostenía una cuerda.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora