Capítulo 6

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La lucha iba bien. El ataque nocturno sorprendió a los esclavistas. Los Paladines del Roble se habían infiltrado casi hasta las narices delos guardias, despachándolos silenciosamente. El vigilar más hacia adentro que hacia afuera, por las posibles fugas, jugaba en su contra.

La buena y rencorosa memoria de Segundo Herrero, les había indicado dónde estaban las torres y puestos de vigilancia, y dónde guardaban a los prisioneros. Los esclavos eran conducidos todos los días arriba, para una magra cena y un sueño de seis horas. La estrategia fue decidida ya durante el viaje, aunque el pulido de las disposiciones tácticas tardó otro día más, pues esperaron a que los exploradores despejaran alguna duda.

Garrote llevaba un hechizo preparado. Había recitado veintitrés de los veinticuatro nombres de la Diosa a la espera de completar la letanía. Notaba la tensión de la mística energía en su cuerpo. El no haber nacido dentro del clero, el haber sido un converso tardío, jugaba en su contra a la hora de soportar el poder. Cuando hablaba sin haber completado el hechizo, lo hacía de forma entrecortada, ya que el esfuerzo de contención se hacía más exigente al pronunciar palabras. Andar o comunicarse por gestos era mucho más fácil.

Se encontraba en los túneles de bajada, acompañado de Atardecer y un par de Paladines del Roble. El combate se estaba realizando en la superficie, pero unos pocos de los esclavistas habían huido por las galerías. Al principio de la lucha se mantenían de refuerzo por si aparecía algún necromante. Como no lo hizo ninguno y vieron a los huidos, fueron raudos en su persecución.

«Esperemos que no haya ninguna sorpresa —pensaba el sacerdote—, no sea que nos dirijamos a alguna trampa y empiecen a caernos rocas, o salgan una veintena en una emboscada».

En cada encrucijada, uno de los guerreros de Cherm se paraba y asía con fuerza una garra de lobo disecada con su mano no arbórea. Oteaba los dos ramales, oliendo con fuerza el ambiente. Una vez incluso se agachó y olfateó el suelo. Por lo visto hasta entonces, siempre elegía la dirección correcta; ya que iba señalando alguna pisada reciente, en algún charco de barro, que confirmaba el rastro.

Atardecer iba usando su visión mágica, con el tatuaje alrededor de su ojo izquierdo fulgurando en plata, mientras el globo ocular lo hacía enrojo. La novicia intentaba detectar vida, pero en la profundidad estaba muy limitada: solo localizó algunos hongos y sabandijas.

Cada vez escaseaban más las bolas de luz que iluminaban los túneles, y eran menos potentes. Las energías mágicas que los alimentaban estaban agotándose, sin que nadie se molestara en recargarlas. Seguramente esas galerías por las que andaban ahora se encontraban en desuso.

Quince minutos más tarde, continuaban aún la persecución y Garrote se empezaba a cansar. Entre la carrera y el hechizo preparado, se encontraba sin resuello. «Me estoy haciendo viejo —pensó—, y esta barriga tampoco ayuda». Antes de que pudiera seguir sintiendo lástima por sí mismo, el paladín que llevaba la garra levantó la mano para indicar un paro en la marcha. Miró al suelo y a los alrededores con gesto pensativo.

—Aquí pasa algo raro, Bellota —habló con una voz baja—. De repente se acaba el rastro. Y no noto ningún uso de magia... No han podido desaparecer así sin más.

—Tendrán que haber usado algún truco —le replicó su hermano de orden—.Piensa, Zarpas, que tú eres uno de los mejores rastreadores del templo.

—Pues lo único raro que noto —dijo llevándose una de las uñas de la garra a los labios, con el mismo gesto que los escolares con el punzón de escribir en la cera—, es que estas pisadas son un poco más profundas. Y alguna está como un poco difuminada. Hmm. —Hizo un ruido como de concentración—. ¡Ya está! Nos están intentando hacer el truco de volver sobre sus pasos.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Where stories live. Discover now