Capítulo 46

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Cada razón significaba un sentimiento especial en Cristopher; las calles con pavimentos agrietados, la fantástica y perfecta mezcla entre sol y lluvia, las personas graciosas en los restaurantes, los parques sin nombres, los ancianos dedicando los últimos momentos de sus vidas alimentando aves, la casita extraordinaria frente al mar; cada suspiro actuaba hasta el último momento. Y lo mejor de entender las consecuencias de la lejanía de Cristopher en Coralie, era que ella, ante todo, iba a estar bien donde sea que estuviera, por otra parte, Cristopher, lucharía incansablemente porque eso se cumpliese y su posible, y casi aprobado, trastorno psicológico quedase impune de cualquier culpa que la vida de Coralie pudiese colocar como un sello en la frágil conciencia de Cristopher. Porque Cristopher detestaba los castigos, nunca tuvo uno, y por esa y muchas razones se dio cuenta que aveces hace falta más que un castigo para torturar o reprender; la tortura es más autónoma, y llega en los momentos menos esperados, cuando la soledad esté desesperada y confiese todas las cosas que se han obrado mal. Los castigos son momentáneos, pero la tortura de la conciencia es hostigante. 
Siempre es difícil saber que decir cuando hay miles de emociones inexorables interrumpiendo en los pensamientos.
Cristopher pasaba por el pasadizo llamado Huomenna, que quedaba en el final de un jirón de una calle común; allí era el lugar más visitado, tanto por turistas como por habitantes; sin embargo, ese lugar no se acoplaba a Cristopher, era un lugar hermoso, pero no quiere decir que esté apto para todo tipo de personas, ya que todo lo hermoso suele llenarse de alguna manera, o eso es lo que se dice teóricamente. Cristopher pensó en los gestos de Coralie, pasaban por su memoria vagamente, y luego cambiaban su reacción de golpazo, cada vez con más intensidad al momento en que Cristopher le decía que tenía que marcharse muy lejos. La forma de escuchar de Coralie, y ese silencio que guardaba en especial cuando algo le molestaba; la furia en ella era cómo tragar un analgésico... Primero se diluye, después hace efecto y finalmente se adapta. ¿Quién podría adaptarse a una situación en la que se pierde algo que se sentía para toda la vida?; Para Cristopher era algo inexplicable... Y pensaba que le daría gusto poder explicar una a una sus emociones más profundas y poder justificarlas a su antojo hasta el punto de darle un nombre y presumir su control. Hay miles de emociones sin nombre, son como los colores... Únicos pero al momento de mezclarlos pierden su esencia para confundirse en un detalle que resulta novedoso.
Cristopher llegó a su casa y antes de entrar, algo en su interior le decía que estaba a punto de cometer un error. Ésos nervios que causan un dolor horrible y penetrante en el estómago, como el de un niño cuando presiente el regaño de sus padres. La angustia se hacía presente, por otra, y muy favorable, discusión de Cristopher con sus pensamientos, le decían que todo estaría bien y que las palabras de Belinda acerca del riesgo y esa seguridad inmensa al hablar, eran el camino a una decisión lógica y sin más debate alguno.
— Vamos, ¡Vamos!, Es hora— pensó Cristopher empuñando su mano y pensando en esa alternativa no egoísta.

Abrió la puerta lentamente, asomó su rostro y Coralie dormía al son de la calma de la habitación con una luz tenue brillando en sus párpados.

Cristopher la miró y cerró fuertemente los ojos mientras cerraba la puerta con suavidad.

Caminó hacia ella; él siempre lo había hecho sin ningún temor, hasta entonces...

— Coralie...— Se sentó a su lado y tocó su hombro.— Coralie...— Repitió con voz suave.

Coralie despertó como quién despierta en una nube flotante que viaja por lugares con extrañas luces arruyadoras.

— Cris...— Dijo ella con sus ojos entrecerrados— ¿Te dijo algo esa psicóloga?

— En verdad, tuvimos una larga y complicada conversación— Afirmó tras un suspiro.

— Y... ¿De qué hablaron?

— Necesito hablarte de algo, Coralie— Tomó su mano que estaba cálida.— ¿Recuerdas la primera vez en la que nos escapamos de nuestros padres?

Cristopher sonrió al ver la cara de sorpresa de Coralie.

— Esa noche...

— Debemos ir, Coralie— Ideó con una sonrisa esculpida en su rostro al tanto que tomaba a Coralie de sus manos.

Coralie rió.
—¿Estás loco? ¡Ja!. No sabes que hay actualmente en ese lugar... Han pasado casi once años, debieron haber puesto alguna construcción ahí
— ¿Y qué esperas?, ¿No te gustan las sorpresas?— Río, nuevamente, de forma simultánea.

Coralie le respondió con un gesto que le decía, risueñamente, a Cristopher que estaba loco.

Cristopher pensó: Sí se puede estar loco de amor; ahora lo entiendo...

Llevó a Coralie hasta la puerta mientras ella se imponía, de una forma divertida, ir a ese lugar.

— No hagas que te obligue, Coralie— Susurró a su oído y cerró la puerta.



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⏰ Last updated: Nov 20, 2017 ⏰

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