Capítulo 29

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Frank salió lo más rápido posible de su casa, sin que Clarisse se enterase que él había estado ahí para encontrarla " con las manos en la masa".  Pecadora y repugnante, pensaba Frank al salir.
Sus pasos eran rápidos, sus manos se escondían en su abrigo, y su mirada pérdida lo llevaba justo a ese lugar viejo y artístico en el sentido oscuro pero sensible, donde los faroles de media noche iluminaban las ventanas de una antigua iglesia. Inolvidable para Frank; no por el hecho de ser la casa de Dios donde el podía profesar cierta religión, si no, por el valor sentimental. Sentimientos profundos e intensos que le hacían crearse dudas. — Basta de catolicismo— pensaba él en la parte izquierda de su conciencia; pero en su parte derecha, recordaba los miles de asesinatos a católicos " inocentes e ingenuos", sin conocimiento o sin una explicación realista que respaldara el escepticismo. Así mismo, junto a esas miles de imágenes, se le presentó una en especial. Una anciana, absorbida por los años y por las largas experiencias plasmadas en su aspecto físico, su cabello blanco y las arrugas alrededor de sus ojos. Su fragancia inquieta que olía a un " Tengo que irme, sé lo que quiero que seas"; ella tenía a una pequeña bebé en sus brazos, sonriente y con esos hermosos ojos enormes, con los que los niños ven a las personas cuando están comenzando a conocer, experimentar... "Vivir".
Frank sabía que esa mujer anciana no debía morir aún, no quería descansar; pues debía cuidar de esa pequeña bebé, que posiblemente creció desamparada junto a otra familia con desórdenes de todos los tipos imaginables, ya sea en la mente de un hombre "vivido", un viejo caminante o tan solo, una persona común y corriente con una imaginación desequilibrada.

— Esa anciana no debía morir, pero... Era católica. Odio pensar que las dagas se mancharon de sangre y que por consiguiente, esa bebé haya sido sacrificada ante un símbolo— pensó Frank.

Al llegar, sus pensamientos bajaron la intensidad. Estaba oscuro, así que optó por encender los viejos faroles; al encenderlos... ¡Vaya sorpresa!, La casa de Dios estaba hecha cenizas. Lo que era un espacio sagrado de reconciliación, se había convertido en rencor marchito.

Frank se tiró de rodillas y tomó cenizas en sus manos, las apretó con mucha fuerza y cerró sus ojos, preguntándose cuál había sido el motivo de la quema.

Frank ya no tenía fuerzas para llorar, no servía de nada.
Se encontraba en un sendero sin fin frente a la noche mortecina que lo abrazaba.
Ya no habían fuerzas suficientes para proseguir en el camino.

Estaba a punto de tomar determinaciones absurdas, pero encontró una carta en el costado inferior (sobre las cenizas).

Se sorprendió de nuevo. Sus manos temblaban y su tensión era penetrante. Leyó con atención aquella carta; que al parecer, era algo nuevo de Eilense.

Juegos Perversos ©Where stories live. Discover now