— No puedo evitarlo. Lo siento. —Me sincero.

—Es hora de rehacer nuestras vidas.

—¿Le has dicho a Ale que me echas de menos y ahora me dices esto?

—Y aun encima me espías. Este no es el Álvaro que yo conocía.

—Sigo siendo yo, Lucía.

No obtengo respuesta. Cenamos en absoluto silencio hasta que ella decide levantarse. Recogemos la mesa entre los dos y se despide de mí.

—Sigue lloviendo.

—¿Y qué quieres? ¿Qué duerma aquí?

—Sí. Yo dormiré en el sofá, no me importa.

—No voy a dejar que duermas en el sofá, es tu casa.

—Ni yo voy a permitir que tú duermas en el sofá.

—¿Y qué propones?

—O dormimos juntos o no dormimos. —Digo serio. —Y no te pienses que es porque quiera dormir contigo, —que también —, pero después de cuidarme y aguantarme no voy a dejar que duermas aquí. —Suspira indignada.

—Cómo te acerques más de la cuenta esta noche...—Empieza a decir.

—Vale, vale, no sigas que ya me lo imagino. —Hago el símbolo de las tijeras con mi mano como señal de que lo he entendido y ella asiente.

—¿Me dejas una camisa para utilizarla como pijama? —Pregunta.

—Coge la que quieras, aunque tu favorita sigue en el armario. —Se va sin responderme y vuelve con una camisa que ni sabía que tenía.

—Bueno, esa también te queda bien, pero no tanto como la otra.

—¡Álvaro! ¡Ya! —Le estoy agotando la paciencia.

—¿Quieres ver una película? —Cambio de tema.

—Me da igual, la verdad, mientras que no sea de miedo como la última vez... —Deja de hablar al darse cuenta de lo que está diciendo.

Hemos quedado todos para ver una película. En realidad, es todo un plan de los chicos para que me acerque a Lucía, lo que no sé es si debería fiarme de ellos. Una vez que estamos todos en mi piso elegimos una película y, a pesar de las quejas de Lucía, gana la de miedo. Me siento a su lado y empieza la película. Noto como en muchas de las escenas, me aprieta fuerte los brazos con sus manos y se esconde en mi hombro.

—Tranquila, que no está pasando nada. —Susurro y me mira. Se aparta un poco y vuelve a mirar la pantalla.

Paso mi mano por su cintura y la atraigo hasta la mía donde se acomoda en mi hombro. Parece que no se ha dado cuenta de que los demás nos miran más a nosotros que a la película.

—En esa época ni siquiera estábamos juntos. —Dice de repente. Parece que hemos recordado lo mismo a la vez.

—Yo estaba pilladísimo por ti.

—Pero eso ya pasó... —Me dice sin ganas. —Creo que me voy a ir a dormir, ha sido un día muy largo y...

—Te acompaño. —La interrumpo. Ella me ayuda a subir las escaleras ofreciéndome su hombro para subir.

—No hace falta, puedo yo solo. —Piso mal y un quejido sale por mi boca sin que pueda evitarlo.

—No te hagas el durito anda. —Llegamos a mi habitación y me tumbo. —Como mañana sigas así te llevo al hospital. —Se tumba a mi lado mucho más alejada de lo que me esperaba.

—Buenas noches, Lucía. —Digo.

—Buenas noches, Álvaro. —Responde. Pasa una media hora y veo que sigue dando vueltas.

—¿Tienes frío? —Hago un amago de acercarme, pero me frena.

—Estoy bien.

Nos volvemos a quedar el silencio hasta que el cansancio puede con nosotros y nos dormimos.


Narra Lucía

Me despierto al día siguiente abrazada a algo o más bien a alguien. Lo miro, sonrío y al darme cuenta de que está abriendo un ojo borro la sonrisa de mi cara.

—Oye. —Ni buenos días ni nada.

—¿Qué? —Respondo borde.

—¿Por qué estás sin ropa y por qué tú me estás abrazando? —Pregunta como si nada. Me separo de él y me pongo la camisa que está en el suelo, rápidamente.

—Me desvelé por la noche y me la tuve que quitar del calor que hacía, ¿vale? —Le digo al ver que se está riendo por mi reacción. —Ni que nunca me hubieras visto así. —Está claro que yo por las mañanas solo digo gilipolleces.

—Oye. —Me dice otra vez. —Gracias por quedarte y... que lo siento por todo, pero no me acostumbro a ser solo amigos.

—Pues te tendrás que acostumbrar. ¿Te importa si me doy una ducha?

—No, mientras yo voy preparando el desayuno. —Dice saliendo de la habitación.

—Como lo hacías siempre... —Susurro.

Me despierto esa mañana en la cama de Álvaro recordando lo sucedido el día anterior. Sonrío y busco a Álvaro. No hay nadie. Que raro. Me pongo su camisa de botones porque no encuentro otra y bajo hasta la cocina donde lo veo en calzoncillos haciendo el desayuno. Lo abrazo por la cintura, se da la vuelta y me besa.

—Buenos días, enana.

—No me llames así.

—Pero si te encanta.Me vuelve a besar dulcemente.

—Cómo me prepares este desayuno siempre, me vengo aquí a vivir.

—A mí no me importaría, ¿lo sabes verdad?

—Pues claro que lo sé tonto.

Me ducho y bajo a la cocina encontrándome con el mismo desayuno que me hacía cuando vivíamos juntos. Cada día que pasa es más difícil no echarlo de menos.


Desde que no estás | Álvaro GangoWhere stories live. Discover now