Segunda Temporada - XIX

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El lunes por la mañana despierto a Mara para llevarla al colegio antes de ir a entrenar. Empieza una nueva semana.

—Mara, a desayunar —aviso a mi hija mientras se levanta de la cama—.

—Papiii echo de menos a mamá —es lo primero que me dice la niña en todo el día—. ¿Cuándo viene?

¿Y yo? ¿La echo de menos? ¿Lo de Elena fue para olvidarla o para sustituirla? Joder Marco, menudo lío.

—En unos días estará aquí, cariño.

No paro de darle vueltas a la cabeza. Y no mejora la cosa cuando dejo a Mara en clase y recuerdo que Elena tenía que hablar conmigo.

Hago como que no me acuerdo y al despedirme de mi hija, salgo de clase. Pero la rubia, demasiado lista, va en mi búsqueda.

—Marco —me llama—. Tenemos que hablar sobre... —me mira, mira el suelo y me vuelve a mirar— sobre Mara.

—Ah, cierto —me hago el despistado—, se me había olvidado. Bueno, cuéntame.

—La niña hace algún comentario sobre Carolina diciendo que está lejos y la echa de menos. Al igual que no entiende por qué se ha marchado. Igual deberías explicarle algo más. A pesar de tener sólo tres años es muy lista, Marco.

—Sé perfectamente lo que tengo que decirle o no a me hija, no te metas —le respondo demasiado borde quizá—. Y ni si quiera yo sé cuándo va a volver su madre. ¿Le digo eso?

—Perdona, no lo sabía —se disculpa—. Por cierto, ¿qué tal tus compañeros? El otro día al vernos salir del baño estaban muy sorprendidos y...

—Eso es cosa mía, Elena —contesto tajante—. Ahora tengo que irme.

—El viernes no fuiste tan borde, qué pena —me suelta—.

—Ah, ¿no? —me acerco a ella y la beso. Nada de un pico, mi lengua ya está con la suya—. ¿Por qué? ¿Porque hice esto? —le respondo prepotente de nuevo—.

—¿Siempre eres así de chulo y prepotente? —pregunta poniendo sus manos sobre mi camiseta—.

—Tienes a los niños en clase, en cualquier momento pueden salir —advierto serio todavía—.

—Cállate —vuelve a besarme y pone sus manos en mi cuello, atrayendome más a ella—.

—Elena, Elena —digo algo más calmado separándome algo de ella—. Para o no me voy a poder controlar, y no estamos en el sitio más adecuado.

—Una pena que te eches para atrás —suelta sonriendo y dándome otro beso—. Y llegarás tarde al trabajo, porque entrenas ¿no?

—Mejor me voy —consigo contestarle mientras ella se dirige a clase—.

¿Qué cojones acaba de pasar? Marco tío se te va la cabeza.

Llego a Valdebebas y me cambio para comenzar a entrenar.

—Marquito —Isco aparece por allí—. ¿Me vas a contar ya lo que te traes con la profesora de tu hija?

—Nada, Isco, nada —digo por enésima vez desde el día que nos vieron salir del baño—.

—Carvajal, Ceballos y Kroos aseguran que nos vieron salir del baño juntos. Ya me dirás tú qué hacíais ahí dentro.

—Nada, Isco ya te lo he dicho mil veces —salimos al campo con el resto y empezamos a correr—.

—Nada bueno —comenta Carvajal a nuestro lado—. Venga ya, si no llegamos a interrumpir...

—Sois muy pesados —digo cansado y acelero más para separarme de ellos—.

—¿Qué pasa tío? —me saluda Ceballos al ponerme a su altura—. Que sepas que pasara o no algo con la chica del otro día, yo te apoyo. Últimamente no estás bien y una alegría nunca viene mal, no te sientas culpable.

—Gracias —le agradezco sincero—. Necesitaba alguien que me dijese esto.

—Pero venga, cuéntame, ¿pasó algo? —insiste Dani—.

—¡Ceballos, tío! —le digo riendo—. ¿No decías que te daba igual?

—Bueno, no del todo —ambos reímos—.

—Solo fueron cuatro besos, hasta que llegaste tú que todo se fue a la mierda—admito—.

—Joder, qué corta rollos soy.

—¿Me puedes hacer un favor? —le pido—. Necesito que te quedes con Mara.

—¿Marco qué vas a hacer?

—Confía en mí.

Tras dos horas más voy al colegio a por Mara en compañía de Isco.

Cuando llego Mara está en brazos de Elena. Y sé que la niña ha llorado en cuanto me mira.

—¿Mara estás bien? —me dirijo directamente a mi hija—.

—Se ha caído en el patio, jugando —explica Elena—. Y tiene un rasguño en la rodilla, nada más.

—Es no es nada, cariño —le limpio las lágrimas que le quedan en la cara y le doy un beso en la mejilla—.

La niña estira los brazos para que yo pueda cogerla. Para ello, Elena tiene que acercarse a mí y aprovecho para darle un papel que he apuntado una hora y un sitio. Y sin más, salgo a la calle para buscar al malagueño.

Por la tarde, Ceballos viene a casa para quedarse con la niña. Le agradezco el favor y le prometo que le contaré a donde voy y por qué.

A las ocho y media voy al parque donde le he pedido a Elena que vaya en el papel. Mi sorpresa es grata al verla allí, con un vestido a flores que le queda demasiado bien.

—Pareces un adolescente de 16 años enamorado de su profesora, dándome papelitos —dice al saludarme—.

—De alguna forma tenía que llamar tu atención —digo riendo—. Siento el carácter de esta mañana.

Elena me besa. Pasa sus manos por mi cuello y yo pongo las mías en su cadera. Cuando soy consciente de que estamos en mitad de la calle, me separo.

—Te llevaría a mi casa —le explico—, pero está un amigo haciéndose cargo de Mara.

—En la mía están mis compañeras de piso, ¿quieres que te conozcan?

—La verdad es que no —admito mientras la miro—. Bueno, entonces ven.

Nos dirigimos a mi coche. Ya sé que es un poco de locos pero yo no puedo más.

—¿En serio? —rie Elena al ver que le doy al mando del coche para que se abra—. Lo que yo te digo, todo adolescente.

—Vale ya de cachondeo —le pido mientras abro una de las puertas de atrás y le invito a subir. Y después subo yo—.

Elena observa el coche detalladamente. Yo dejo las llaves delante en uno de los sillones y la miro a ella.

—¿Qué miras tanto? —le pregunto acercándome más a ella—.

—Nunca imaginé que un futbolista utilizara un coche de lujo como este para liarse con alguien. Pero madre mía, es enorme.

—La cosa es sorprender —suelto mientras le guiño un ojo y ella rie—.

Me besa y me toca el pelo. En ese momento ya no reacciono. La cojo de la cintura para que se siente encima de mí. No dejamos de besarnos y mi camiseta acaba en el asiento de delante.

—¡Joder, Marco! —Elena no para de besarme el cuello y yo no puedo más. Y sé que lo nota—. Si cada vez que tenga que hablar contigo sobre Mara, vamos a acabar así y aquí, espero que no se porte bien nunca.

Mi pequeña casualidad - Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora