Segunda Temporada - XI

2.9K 116 13
                                    

¡Hola, otra vez! Sé que me vais a querer matar por tanto tiempo sin escribir :( Lo siento, lo siento. He estado de vacaciones fuera y no tenía nada de Internet. Y no pude dejarme capítulos escritos porque estoy de trabajo hasta arriba. Pero, estoy aquí de nuevo. 

No me enrollo más y os dejo el capítulo once de la Temporada

Ya es casi verano y en Madrid hace muchísimo calor.

Me han dado unos días libres en Italia y justo ha coincidido el bautizo de Saúl, el hijo de Sandra, la amiga de Carol.

—Marco —me llama Carol—, ¿puedes venir?

Salgo del baño con la toalla en la cintura y me dirijo a la habitación para saber qué quiere Carolina.

—Dime —le pido al llegar y verla mirándose en el espejo—.

—Abróchame la cremallera del vestido, está en la espalda y yo no llego.

—Ven aquí, preciosa —le digo mientras me acerco a ella y hago lo que me pide—. Ya está —le doy un beso rápido—. Estás guapísima.

—Déjate los cumplidos y empieza a cambiarte —me mete prisa—, vamos a llegar tarde. Y verte así, recién duchado no me deja indiferente —insinúa mientras se ríe—.

Me rio gracioso y me dispongo a vestirme.

—Entonces, ¿cómo está eso? —pregunto curioso—.

—Pues que resulta, que Dani, el que también fue compañero de clase, insistió en que Sandra tuviese el niño porque él es el padre. Y ahora están juntos.

—Qué bonito, ¿no?

—La verdad es que sí —mi novia me sonríe—. Anda Marco, cariño, ¡no hagas tonterías con la camisa! Está recién planchada.

—Me gusta más así —le informo poniéndome un lado de la camisa por dentro de los vaqueros oscuros—.

—Mira, ¡haz lo que quieras! Pero acaba ya, por favor.

Una vez listos, nos reunimos con algunos amigos de la universidad de Carol para ir al lugar de la celebración.

A pesar de que no conozco a nadie, son todos muy amables conmigo y me tratan como uno más. Sin importar quién soy.

Mientras comemos y hablamos entre todos, Sandra, la madre del pequeño, se acerca a nosotros con el niño en brazos.

—¿Queréis cogerle un rato? —nos ofrece a su hijo—.

A Carol se le iluminan los ojos y a mí se me cae la baba con el pequeño Saúl.

—Síii —responde Carol emocionada, cogiendo al niño en brazos—.

—¿Vosotros no os animáis? —propone Daniel, el padre, acercándose a nosotros—.

Carol levanta la vista del niño y me mira, yo la miro a ella y sonreímos. Decido contestar yo, en nombre de los dos.

—Todavía no —respondo sonriendo—.

—No me digáis que vais a ser tan tradicionales —suelta Sandra—. ¿Necesitáis casaros para poder tener hijos?

—No, Sandra. Que surja como tenga que surgir, ya está —aclara Carol—.

—De momento, no es la intención. Pero que el tiempo lo diga —sentencio—.

—Bueno, yo solo digo que os queda genial —afirma Sandra—.

Carol me pasa a Saúl. Le hago cosas raras con la cara y el niño se rie. No sé quién es más feliz en este momento. Si él o yo.

—Pensároslo —nos susurra Daniel—. Se os cae la baba.

Tras un largo y bonito día, Carol y yo regresamos al hotel. Una vez allí, nos toca volver a hacer maletas para volver a Italia.

—¿Volveremos? —me pregunta Carol mientras me abraza—.

—Lo antes posible, te lo aseguro —le beso—. Echo mucho de menos España y jugar aquí.

—Italia es muy bonita pero como la tierra de uno... nada —sentencia Carol—.

—Oye, ¿le vamos a decir a alguien lo de la boda? —pregunto curioso—.

—Quiero casarme sin paripés, Marco. Ya sabes que a mí esas cosas no me van, lo veo una tontería. Sé que te hace ilusión y aceptaré una celebración típica si es lo que tú quieres.

—Déjalo en mis manos. Sé cómo arreglarlo —aclaro antes de abrazar a la mujer que me tiene loco—.

—Y sobre lo de los niños... —Carol comienza a hablar pero la interrumpo—.

—Cariño, si tiene que pasar, pasará. No te agobies.

—¿De verdad que no te sienta mal? —intenta explicarse. Sé que se siente mal. Pero yo la quiero así, tal como es—. Siento no ser la típica chica que quiere casarse, tener hijos, formar una familia y vivir como una reina. Nunca me han gustado los cuentos de hadas, ni las princesas, ni el rosa, ni cocinar, ni cosas de esas... siempre he sido atípica. Y aunque quiero casarme contigo, quiero que sea algo nuestro, íntimo. Y aunque me gustaría tener a alguien que se parezca mucho a ti, todos los días correteando por ahí, hay algo dentro de mí que me dice que los niños no son lo mío.

—Carolina, te quiero así. Como eres. Sin filtros. Con verdades. Tal cual. Con nuestras cosas. A mí sí me gustan los niños pero pienso que eso no se busca, que surge. Y si la vida quiere que tengamos algún día, los tendremos. No le des más vueltas.

La abrazo para evitar que llore. La beso y le demuestro que es lo mejor que me ha pasado.

—Vamos a perder el avión —dice separándose de mí—.

—No sé si lloras por lo que acabamos de hablar o porque dejamos España. Pero te prometo que volveremos, muy pronto.

Ponemos rumbo al aeropuerto para volar hasta Milán. La preciosa ciudad que se ha convertido en mi segunda casa.

Mi móvil suena y me alegro al leer en la pantalla el nombre de mi amigo Isco.

¿Qué es eso de que habéis estado en España y no me habéis hecho la visita?

Ha sido una visita rápida, Isco —me disculpo—.

Bueno, está bien. Tengo que deciros algo. ¿Está Carol por ahí?

Sí, espera, —llamo a Carol y pongo el altavoz del móvil—. Ya está aquí.

Paula y yo nos casamos, y vosotros seréis los padrinos.

¿Cómo? —chillamos emocionados Carol y yo— ¡Enhorabuena a los dos!

Mañana vamos a Italia, a veros. Esto merece una celebración en condiciones.

Aquí estaremos esperándoos —confirmo antes de despedirnos—.

Carol y yo descansamos del viaje y salimos a pasear por la ciudad. Ambos estamos felices por la noticia de nuestros amigos. Pero por otro lado, al menos yo, tengo la sensación de que parece que todos están comprometiéndose de una manera u otra, excepto nosotros. Y aunque a nosotros dos eso no nos importa, sé que a nuestras familias sí y no quiero hacerles daño. 

Mi pequeña casualidad - Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora