Recordaba como las chicas suspiraban por él, así que, mientras lo atendía en nuestro escondite, suspiraba por él. No era difícil, su atractivo rostro me facilitaba la tarea del todo; pasaba los dedos por sus deliciosas hebras doradas de cabello, le contaba historias de cómo siempre escuchaba hablar de él. Sabía que tenía que estar atrayendo al público con eso. Sólo era cuestión de que Peeta cooperara una vez despierto.

Y lo hizo. Actuó conmigo y, mientras tanto, en un lenguaje no hablado, él y yo nos volvíamos amigos. Llegué a tenerle verdadero cariño. Ahora yo tampoco quería que muriera.

Era muy divertido estar con él, era como si en realidad no estuviéramos rodeados de muerte. Es increíble cómo Peeta puede bromear incluso en situaciones como esas. Es único. Alguna vez me planteé si en verdad mi enamoramiento por él era sólo una actuación. Nunca lo supe.

Un buen día de estos dejé a Peeta durmiendo en la cueva mientras me iba a buscar algo para comer. Quería cumplir la promesa que le hice de no ir tras las provisiones de los profesionales. Pero era tan tentador. No sería fácil, más, si lo hacía, una vez que tuviésemos víveres asegurados, tendríamos bastante ventaja sobre ellos. Esperaría un rato, entonces iría a echar un vistazo. Sólo uno, al fin y al cabo Peeta estaba a salvo en la cueva.

Cuando por fin mi resistencia sucumbió a la tentación de ir por la buena comida, ya iba a mitad de camino hacia la cornucopia. De la nada se escucharon explosiones que venían de allá. Podía ser el momento apropiado para robar la comida y, si no lo era, con tanto ruido nadie se daría cuenta de que yo estaba allí; pero no contaba con que Peeta fuera a estar matándose en medio de la explosión con una profesional.

¡¿Pero qué carajos hacía él allí?! ¡Tenía que hacer algo!

No podía correr. Todo el lugar estaba lleno de pequeños montículos de tierra que, ya sabía, eran minas, y si las pisaba, volaría en pedacitos.

Tomé mi tiempo para cruzar. El terreno era enorme y toda su área estaba cubierta por minas. Un paso en falso y ¡Boom! Tendría que ser cuidadosa, pero la presión por ver que Peeta necesitaba ayuda me estaba matando. Tenía que moverme más rápido: las minas que estaban cerca de Peeta estaban explotando, el impacto de unas detonaba a las otras, era un efecto seriado imposible de detener. Me apresuré todo lo que pude. Finalmente, llegué a atravesarle la espalda a la profesional cuando ella elevaba dos cuchillos para enterrarlos con fuerza entre el cuello y el pecho de Peeta, mientras él tenía los ojos cerrados, esperando su final.

Teníamos que movernos rápido si no queríamos que las explosiones nos alcanzaran. La chica cayó al suelo cuando Peeta abrió los ojos y la vio muerta. Él la empujó para quitársela de encima, yo le ofrecí una mano para que se pusiera en pie, pero al agacharme, la chica profesional aprovechó su último aliento de vida para rajarme el estómago y cobrar venganza. Caí de rodillas. Estábamos junto a la Cornucopia, en un pequeño círculo libre de minas, así que Peeta me arrastró todo lo que pudo para intentar ponernos a salvo, aunque, de igual forma, salimos volando por la fuerza de las minas que nos rodeaban y lo cerca que estaban. Muchas otras estallaron junto a nosotros.

Veía borroso y las ruidosas explosiones me habían ensordecido considerablemente. Peeta puso unos frutos en mi boca. Sabía que no podía curarme con eso, pero sin tener una razón obedecí y le susurré un gracias. Era mi único amigo. Por primera vez en la vida alguien había sonreído por alguna cosa que yo había dicho, y a pesar de que quizás en su momento era fingido, se sentía bien.

Sabía de cualquier forma que su amor por Katniss seguía latente, nunca fue una mentira; en cambio, nuestra relación como pareja lo era, pero no teníamos de otra que fingir, aunque el cariño que le había tomado a Peeta no podría quitarlo nadie. Sentía aquella ilusión de tenerlo a mi lado en verdad, que no fingiésemos en absoluto. Pero no era posible. Peeta amaba a Katniss. Pude ver cómo se le iluminaba la cara cuando ella dijo que le correspondía en la entrevista que vimos luego de los Juegos, una vez que ya éramos vencedores, y supe que no podía fallarle en ello. Peeta no podía ser para mí. Peeta y Katniss se pertenecían uno al otro y yo no era quien iba a cambiar eso.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNWhere stories live. Discover now