5

1.3K 140 10
                                    


"SE LLAMA KATNISS EVERDEEN"

El impacto que provocó la caída hizo que me raspara las manos, ahora estas arden y cosquillean, están rojas.

Alzo la vista de ellas y me encuentro con una mano extendida, fuerte, las venas saliendo denotan la avanzada edad y que son de un hombre. Si las arrugas y las cicatrices de quemaduras no la delataran, pensaría que es la mano de Peeta; no estoy muy lejos, ya que pertenece a su padre.

Tomo su mano y la uso como apoyo para ponerme en pie. Enseguida el Sr. Mellark me da un abrazo, y sin que diga nada, me arrastra de vuelta a la plaza por obvias razones.

Cuando llego gran parte de la gente se ha ido y Peeta ya no está en el escenario junto con aquella otra chica. Sigo al Sr. Mellark, sin saber bien a dónde quiere ir; tal vez si pusiera más atención me daría cuenta, pero la verdad es que mi única atención en este momento la tienen el dolor y la decepción, la confusión.

—Katniss, hija. —Siento las manos de mi acompañante en mis hombros y vuelvo al mundo. Mis ojos se mueven buscando una ubicación, pero sinceramente jamás he entrado a un lugar tan lujoso en toda mi vida, entonces pienso en los únicos dos lugares con este posible aspecto en todo el distrito: la casa de Madge y el Edificio de Justicia. Recuerdo haber pasado por la plaza, eso quiere decir que estamos en el Edificio de Justicia, para decirle adiós para siempre a Peeta—. Iré a despedirme de mi hijo, tengo poco tiempo. Puedes entrar después de mí.

Asiento y veo como él se aleja. Hay dos puertas, una a la derecha y la otra a la izquierda, de una madera obscura con figuras de flores talladas en la parte superior; el padre de Peeta ha entrado a la que está del lado derecho. Las dos puertas se encuentran custodiadas por Agentes de la Paz, por lo que tomo asiento en un sillón rojo y espero.

Paso mis manos nerviosamente por la tela del sillón, es muy suave, tanto como... Un momento, mi madre solía tener un vestido así que después convertimos en funda de almohada y lo rellenamos con papel, pero ese no es el punto. Sé el nombre de esta tela, era algo como... ¡Terciopelo! Sí así se llamaba.

Suspiro. Me gustaría poder contarle a Peeta, tener la oportunidad de enseñarle el nombre de la tela así como él me ha enseñado cosas en la cocina las últimas semanas: gracias a él ahora sé diferenciar una espátula de una pala de madera y el glaseado de la cobertura. Me gustaría haber sido capaz de pasar más tiempo con él, de haberle enseñado el libro de plantas de mi padre y decirle para qué sirve cada una... Supongo que ya no será posible.

Una lágrima rueda por mi mejilla y la limpio inmediatamente. No puedo imaginar que tan horrible será para una persona como él estar en Los Juegos del Hambre, ni siquiera creo que tenga el coraje necesario como para clavarle un cuchillo a alguien o como para clavarle una flecha a algo que no sea un animal. No está acostumbrado a hacer deporte, a madrugar o a pasar varios días sin comer, aunque sea pan rancio. Sinceramente, no creo ni un solo momento que tenga la posibilidad de regresar, aunque tengo esperanza en que lo haga, porque yo quiero que lo haga.

Vuelvo la cabeza y veo hacia la otra puerta, si no voy mal, la chica debe estar allí, y parece que no hay nadie dentro. No puse mucha atención, pero seguramente estará asustada y destrozada por dentro, en especial porque nadie ha querido venir a despedirse de ella, como si a su familia le pareciera un alivio que ella vaya a morir en esa arena.

Lo medito un momento, lo suficiente o demasiado poco, que es lo más probable, pero me pongo en pie y dejo que los agentes de la paz me den el paso a la habitación. Dentro, la misma decoración de la salita de afuera me llama la atención, sobre todo un sillón muy similar al que yo usaba hace unos segundos, y allí está sentada la chica, observándome fijamente. Tomo aire antes de hablar y lo suelto pesadamente.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora