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"¿CELOSA?"

NARRA KATNISS

Tierra, paz y esperanza
Buscan los hombres al caminar,
Sólo encuentran señales
Que hay en la vida y que ya no se dan.

La primera estrofa de la canción arrulla al bosque, la voz de mi padre y su sonrisa traen a mi corazón exactamente lo que la letra que entona dice: paz y esperanza. Aquí, en el bosque, en donde yo pertenezco. Tierra, paz y esperanza.

Largas y lentas miradas,
Buscan la vida que al fin han de hallar
voces de niños que cantan,
de ancianos que ríen, que saben amar.

El sol también se ha enamorado de su voz, se ubica justo detrás de su cabeza, deslumbrándome, únicamente permitiéndome apreciar su silueta y, más allá del sol, la noche que comienza a desdibujar el color azul del cielo, degradándose a un perfecto naranja atardecer y un rosa claro  ubicado entre ambos colores.

Tiende tu mano así,
tiéndela al fin
derramarás el amor
Que habita en ti.

Mi padre siempre suele terminar la canción en aquella estrofa; sin embargo, gira su cara para verme con característica, heroica y cálida sonrisa, y continúa con la primera estrofa —por lo que entiendo— invitándome a unirme a su bohemia. Sonrío, carraspeo un par de veces y sigo el ritmo estacato en un tono más agudo; claramente mi voz lo es: más ligera y tierna.

Tierra, paz y esperanza
Buscan los hombres al caminar,
Sólo encuentran señales
Que hay en la vida y que ya no se dan.

Largas y lentas miradas,
Buscan la vida que al fin han de hallar
voces de niños que cantan,
de ancianos que ríen, que saben amar.

Tiende tu mano así,
tiéndela al fin
derramarás el amor
Que habita en ti.

Mi padre sostiene la última nota, yo, como se me ha acabado el aire, abro la boca para llenarme de él y poder, aunque sea, terminar el final de la melodía al unísono. Mi padre me tiende su mano, tal y como dice la canción, prometiendo tierra, paz y esperanza. Sonrío, me levanto del tronco en el que estaba sentada y camino hacia él, observando la poca claridad que queda en el cielo y la cara de mi padre que sigue siendo oscura gracias a la luz que emerge por detrás y que su misma silueta detiene. Apenas siento un pequeño roce, cuando la luz se desvanece y se lleva la figura de mi padre poco a poco.

—No —susurro—. Regresa, no te vayas ¡Regresa!

—Señorita Everdeen, ¡señorita Everdeen!

—¿Eh? ¿Qué?

—La clase se acabó, retírese. Es la primera advertencia: no vuelva a dormirse en mi clase.

—Lo siento.

Sacudo la cabeza para intentar espabilarme, intentar deshacerme del sueño que me envuelve y, aunque no quiera, de mi padre cantando aquella canción en la puesta de sol. Tomo mis cosas para salir del salón.

Madge me espera en la banca de siempre, la más alejada de todas. Me extiende un sandwich (gesto que agradezco infinitamente) y me siento a su lado... Y la gente piensa que Madge es ufana.

—¿Qué tal la cena con los vencedores? —pregunto.

—Oh, estuvo bien, supongo.

—¿Por qué lo dices así?

—Hmmm... No lo s. Peeta y Amaranta... Ellos parecían idos, poco amables, sonrisas fingidas.

—Esa niña sólo finge su sonrisa cuando no tiene a Peeta besando el suelo que pisa —mascullo molesta. Aprieto el pedazo de sandwich por el coraje, provocando que una rodaja de tomate caiga de él al suelo. Madge se ríe y yo la miro feo, pero aun así continúa; supongo que me conoce lo suficiente como para no inmutarse con mis miradas asesinas.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora