-¿Qué desean?

-Una mesa para dos -dijo ella.

-¿Tienen reserva?

Amaya desconcertada preguntó:

-¿Era necesario reservar?

El hombre miró a la chica con deje de superioridad cosa que no le gustó en absoluto. Gabriel, que había notado cómo ella apretaba los puños, apoyó la mano en la baja espalda para tranquilizarla.

-Por supuesto que era necesario. Si me disculpan, hay más gente esperando.

Amaya le miró cabreada, y el maître se marchó para atender a otros clientes.

-Es culpa mía, no tenía ni idea que se necesitaba reservar. Perdóname.

-No es culpa tuya, Gabriel. Es que me parece increíble que nos haya tratado tan despectivamente. ¿Has visto cómo nos ha mirado?

-Vayámonos, seguro que encontramos otro buen lugar para comer.

-¡Es que estoy flipando! Yo no me voy de aquí.

-Amaya, en serio -dijo Gabriel cogiéndola del brazo-, vámonos.

La muchacha empezó a forcejear, todo el restaurante se puso a mirar la escena que estaban protagonizando. El camarero que les había atendido tenía el descaro de reírse y eso fue la gota que colmó el vaso.

Amaya consiguió zafarse del agarre y dando zancadas se acercó hecha una furia al maître, este, cuando la vio venir, se apartó. Por suerte, Gabriel logró cogerla de la cintura y frenarla.

-Amaya -le dijo al oído- necesitas calmarte, vámonos.

Salieron del local sin necesidad de que nadie les echara. Decidieron sentarse en un banco durante unos minutos, para que Amaya recuperara su autocontrol.

-¿Estás bien de veras? -preguntó Gabriel visiblemente preocupado.

La chica asintió levantándose.

-Si lo prefieres, quedamos otro día.

Sin decir nada, Amaya empezó a caminar seguida de Gabriel, que en realidad no quería dejarla sola. Él se dejó guiar,hasta que estuvieron frente a una hamburguesería.

Una vez estuvieron sentados con dos grandes hamburguesas frente a ellos, empezaron a comer. Tenían hambre, mucha, a decir verdad, así que no tardaron demasiado en acabarse la comida. Amaya todavía sentía ese regusto amargo que le había dejado el enfado.

-¿De qué conoces este lugar? -comentó Gabriel terminando su último bocado de hamburguesa.

Amaya, que iba a llevarse una patata frita a la boca, frenó el camino soltándola con asco sobre la bandeja. Bajó la mirada a la mesa, apagada.

-Solía venir hace años con Sofía.

La muchacha levantó la vista clavando sus ojos verdes fijamente en los de su acompañante. Gabriel apartó la mirada, visiblemente incómodo, y bebió un trago de su refresco.

-¿Sabías que ahora trabaja en una joyería?

El chico asintió

-¿Sabes dónde?

-Ajá... -Amaya le insistió con la mirada para que prosiguiera-. En el centro comercial Sur. ¿Por...?

-No sé -respondió mojando una patata en salsa.

Gabriel no le dio más importancia. Cuando acabaron de comer pidieron la cuenta, pero se quedaron un rato más mientras se contaban anécdotas y experiencias. Amaya, en realidad, solo se limitaba a escuchar.

Bajo efectosWhere stories live. Discover now