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Después de enviarle un mensaje a Lucía diciéndole cuán preparada estaba, se quedó sentada en el retrete asimilándolo todo, o intentándolo.

Salió del baño cuando habían pasado siete minutos, dándose cuenta de que quizá sus padres estarían preocupados.

No dijeron nada sobre la ausencia, ni sobre los ojos rojos ni mucho menos se fijaron en el móvil roto. Simplemente siguieron con su conversación mientras Amaya se sentaba frente a ellos, no les dio ninguna explicación.

Cuando por fin llegó a casa, se echó en su sofá naranja y dejó pasar el rato. En menos de diecisiete minutos, ya estaba dormida.

Se despertó de golpe con el sonido de la alarma del móvil. Cuando consiguió mantener la vista fija por más de veintisiete segundos, se dio cuenta de que se había quedado dormida en el sofá.

Paró el teléfono como pudo y se sorprendió al ver que tenía batería. Se levantó a ducharse. Tardó más de lo normal, así que el tiempo empezó a escurrirse de sus manos.

Cuando salió de casa ni siquiera llevaba los auriculares consigo, no tuvo más remedio que aburrirse durante el trayecto en bus.

Llegó justa de tiempo, pero consiguió entrar en la primera clase que pasó terriblemente lenta.

Cuando llegó el descanso, se fue a la cafetería a por algo de comer, pues al haber salido disparada de casa ni siquiera había tenido tiempo de beber agua.

La cola no era demasiado larga, se resignó a esperar. Su estómago pidió comida cuando su vista se posó en unas ensaimadas del pequeño aparador sobre la barra.

Empezó a escuchar las voces de sus compañeros de clase y de uno en concreto, que se puso delante de ella, colándose.

Amaya levantó una ceja incrédula. ¿Era en serio?

—¿Perdona? —dijo Amaya sarcásticamente.

Leo se giró con inocencia única.

—Perdonada.

—Te acabas de colar.

El chico se llevó la mano al pecho, simulando estar ofendido.

—Jamás.

Amaya rio secamente. No entendía cómo podía ser así.

Había varias personas en la cafetería, pero no les estaban prestando atención.

—¿Cómo eres tan mentiroso?

—¿Y tú como acusas sin razón?

Amaya arrugó el entrecejo y golpeó con el pie el suelo.

—Mira Leo, el hecho de que hagas teatro no significa que debas hacer un drama de tu vida. ¿Te enteras?

—Mira Amaya, el hecho de que tu hermana esté muerta no significa que debas...

Amaya respiró hondo y cuando soltó el aire sus manos se dirigieron al pecho del chico, empujándolo con todas sus fuerzas, interrumpiendo lo que sea que pretendía decir. Leo cayó al suelo golpeándose la cabeza con una mesa.

—¡Ni se te ocurra nombrar de nuevo a mi hermana!

Las personas a su alrededor se giraron a contemplar la escena. Amaya la daba por acabada. Fulminó con los ojos a diversas personas.

Sintió su móvil vibrar en el bolsillo y salió de la cafetería. La gente había empezado a rodear a Leo para ayudarle a levantarse. Corrió por los pasillos hasta llegar a la salida y entonces contestó al teléfono. Era un número privado.

Bajo efectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora