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A la mañana siguiente, tras escribirle una pregunta al remitente del mensaje recibió una respuesta que aclaró cualquiera de las dudas que le habían surgido intentando conciliar el sueño.

"No soy Leo. Me parece increíble que ya no te acuerdes de tu hermana"

Shock, confusión y asombro eran las sensaciones que mejor describían el estado en el que Amaya estaba sumergida.

Dejó caer el móvil en cuanto vio el mensaje y esta vez no tuvo la suerte de que la alfombra amortiguara el golpe, estaba de pie en el pasillo y el aparato boca abajo, sobre el suelo.

Se apoyó a la pared aún con la boca abierta por la sorpresa. Esto definitivamente tenía que ser un sueño.

Se pellizcó el brazo y le dolió, todo estaba siendo real. Entonces miró el suelo.

—¡No me fastidies!

Se agachó y lentamente recogió el teléfono girándolo, casi gritó al ver el cristal de la pantalla resquebrajada.

Se resignó a ello, no había nada que hacer. Volvió a centrar su atención en el mensaje.

Claro que no se había olvidado de Lucía. Jamás. Pero era normal que la pillara por sorpresa todo aquello. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Amaya se preparó un vaso de agua y se lo bebió del tirón.

Con cuidado de no cortarse, tocó la pantalla del móvil para desbloquearlo.

Releyó el mensaje intentando averiguar el significado. Todo apuntaba a tres cosas.

La primera, que alguien, no necesariamente Leo, intentara decirle algo sobre Lucía.

La segunda, que alguien se estuviera haciendo pasar por Lucía

La tercera, que Lucía escribiera el mensaje.

Tecleó rápidamente el teclado táctil escribiendo lo siguiente:

"¿Eres Lucía?"

Envió el mensaje y por un momento permitió relajarse. Dejó el móvil sobre la mesa del comedor, quería dejar la mente en blanco, aunque fuera solo por un rato. Había muchas posibilidades y de entre todas, no necesariamente debía ser esa.

Cogió la escoba y se puso a barrer, limpió el baño y hasta hizo la cama. Se pegó una rápida ducha, veloz para no tener tiempo de pensar, así que cuando estuvo lista emprendió el camino hacia casa de sus padres.

No sin antes revisar su correo. No había respuesta por el momento.

Y mientras caminaba, lo hizo, pensó en ella, en su hermana gemela, en su mitad. Levantó la muñeca a la altura de su boca y besó su rosada pulsera. No era la misma. Al crecer, la pulsera original fue quedándole pequeña, pero la remplazó por otra casi igual, quizá un tono de rosa distinto, pero rosa, al fin y al cabo.

Se paró en seco frente al portal y cerró los ojos fuertemente, no quería dejar escapar ni una sola lágrima, pero no era capaz de controlarse, nunca lo había sido. Una pequeña gota viajó desde su ojo hasta la comisura de su boca izquierda.

Se fijó en el reflejo del cristal de la puerta, era el suyo. Limpió la lágrima antes de que llegara a la barbilla y con un pañuelo que previamente había sacado de su bolso se sonó la nariz.

Como nueva, pensó.

Presionó el botón del telefonillo y su madre abrió la puerta. En el ascensor volvió a mirarse. Había algo que siempre le había carcomido la cabeza. ¿Se parecería a Lucía?

Se soltó el pelo de la pinza que lo sujetaba y lo peinó con sus manos. Algunos cabellos se le quedaron en la mano. Los tiró al suelo restándoles importancia.

Bajo efectosWhere stories live. Discover now