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Aquella mañana había sido de lo más aburrida. Había intentado hacer los deberes de la universidad, pero tan pronto empezó, se aburrió.

Era sábado y no tenía ningún plan. Tampoco es que se muriera de ganas de salir a disfrutar de la vida. No. Pero no estaba demás hacer algo más productivo que rendirse en los deberes o quedarse en casa, dejando que la pereza invadiera todo su cuerpo.

Se dispuso a limpiar el piso, a dormir, a ver diversas series, pero nada parecía lo indicado.

Un viejo recuerdo vino a su mente mientras jugueteaba con su pulsera. Eran Lucía y ella, sentadas sobre un viejo mantel de picnic. Estaban jugando a un juego de cartas, fue poco antes de la desaparición.

Lucía siempre se enfadaba cuando perdía. Sin embargo, no se rendía y no paraba hasta conseguir lo que quería.

Sonriendo, se quedó embelesada girando su brazalete rosa. Una música empezó a sonar insistentemente, su móvil. Se levantó del sofá donde minutos antes se había echado y descolgó el teléfono.

-¿Dígame?

-Al habla Gabriel.

Se volvió a sentar antes de contestar.

-¡Hola!

-¿Cómo vas?

-Genial, aquí... aprovechando el tiempo -soltó con sorna.

Gabriel rio ante el comentario irónico de su amiga.

-Me preguntaba si querrías ir a comer conmigo.

Amaya se lo pensó. En realidad, no era un mal plan. Había empezado aburrirse sin nada qué hacer.

-De acuerdo.

-¿Qué? ¿Así de fácil?

Amaya se permitió reír.

-Si quieres, te lo pongo más difícil pero entonces saldrás perdiendo.

***

Después de pegarse una buena ducha y prepararse por completo, puso rumbo hasta su destino, bajo los efectos de The Fray. No pudo evitar que su mente recordara aquel viernes en el que Gabriel y ella habían desayunado en la cafetería. Cabe decir que también cumplían con el turno. Le hizo mucha gracia ver al chico pasearse con los bordes de los labios llenos de espuma de la leche. A él no le pareció tan gracioso cuando se dio cuenta.

Al llegar a la puerta del local se fijó en la bonita fachada. Era de ladrillos rojos, con un inmenso letrero de madera con un nombre francés. Unas guirnaldas de colores decoraban el marco de la puerta.

Gabriel le había dicho que nunca había entrado, pero que tenía muy buenas referencias de la comida y del servicio.

Se apoyó en la pared para esperar a su acompañante y se puso a juguetear con una pequeña piedra. El clima era frío, aunque las temperaturas tendían a subir por el día.

Metió las manos en los bolsillos del abrigo, las tenía heladas. Cuando volvió la vista al frente pudo distinguir la silueta de su compañero moviéndose entre la gente, acercándose.

-Por fin -murmuró, justo cuando el chico finalmente cruzaba la calle que les separaba.

-¡Amaya! -dijo dándole un cálido abrazo.

-¿Entramos? -contestó ella.

Gabriel asintió abriéndole la puerta. La fuerte calefacción les chocó y un fuerte escalofrío les recorrió el cuerpo.

El ambiente del lugar era muy sofisticado, quizá demasiado para ellos. El maître se les acercó.

Se quedaron mirando al hombre de arriba a bajo. Llevaba un traje negro de lo más elegante y una camisa blanca adornada con unos brillantes gemelos. En las manos sujetaba un aparato electrónico.

Bajo efectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora