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El sonido del microondas le indicó que la leche ya estaba caliente. La sacó y añadió el café y el azúcar. Saltaron las dos tostadas. Les puso mantequilla a ambas. Se sentó en la pequeña mesa de su comedor y encendió el televisor. Mordió el pan. Era lunes, ocho y diecisiete de la mañana. Cuando acabó de desayunar recogió las migas de la mesa y se acabó la bebida. Tranquilamente, preparó las cosas para la universidad y sin prisa salió de casa.

El trayecto no era largo, pero sí lo suficiente como para poder escuchar cinco canciones de tres o cuatro minutos como mucho. Cuando subió al autobús, la primera canción en sonar fue "Wake me up when september ends" de Green Day.

—Mejor despiértame cuando vuelva a ser verano —susurró para sí misma.

Cuando el vehículo dio un fuerte frenazo se puso a pensar en su tío Martín. Era un hombre soltero que no solía pasar tiempo con su familia. La mayoría de veces ni siquiera asistía para el cumpleaños de Marcos. Poco sabía de él y básicamente eran cosas malas, como que no duraba demasiado en un mismo empleo. Amaya era incapaz de entender por qué una persona no querría pasar tiempo con su hermano.

Unos diecisiete minutos después, bajó del autobús junto al resto de compañeros. Estaba cursando su último año de Estudios Literarios, una carrera que escogió por su gran amor a la literatura.

Entró en la facultad de filología a paso lento, un edificio grande y alto, luminoso debido a los grandes ventanales a cada costado de la pared. Disponía de cafetería, de baños y estaba lleno de aulas. Faltaban siete minutos para empezar las clases.

—Amaya —era la voz de Leo, una de sus peores pesadillas. Había compartido con él toda la secundaria y también estos años de universidad.

A veces pensaba que el karma no dejaría que se librara de él jamás.

Se giró no muy conforme. Frente a ella, el chico sonreía socarronamente.

—Se te ha caído esto —le enseñó un paquete de pañuelos desechables que, en efecto, se le habían caído del bolsillo derecho de la chaqueta.

Leo se los tendió para que la chica pudiera cogerlos y cuando estuvo a punto de hacerlo los volvió a lanzar al suelo, no muy lejos de allí.

Leo era un chico arrogante y cretino, nunca fueron amigos. Él era muy popular por su desparpajo y su extroversión. Se puso a reír y se marchó dejando a una Amaya completamente enfadada. Sabía que en ese momento no debía tomar represalias pues las consecuencias serían peores.

Recogió el paquete de pañuelos del suelo y se dirigió a su primera asignatura: teoría de la literatura.

Cuando entró en el aula 107, el profesor Hidalgo ya estaba borrando la pizarra. Se sentó en las filas del medio, lo suficientemente cerca para poder prestar la debida atención, pero lo suficientemente lejos para pasar desapercibida del maestro.

Se pasó la clase divagando y distraída, se obligó en varias ocasiones a centrarse, pero no fue capaz. Llegó a asociar a Leo y a aquella extraña carta. ¿Y si todo era una broma de él?

Lo dejó pasar. Cuando estaba a punto de salir del aula el profesor la retuvo.

—Amaya, la semana pasada faltaste dos días, así que supongo que hoy habrás traído lo que mandé —le reclamó con un tono irónico—. Cómo veo que te vas...

—Me temo que mi respuesta no va a ser afirmativa, lo siento.

Hidalgo no dijo nada. Se movió hasta su mesa y cogió la libreta de notas, donde con un bolígrafo rojo anotó un gran cero en la franja de Amaya.

La chica suspiró irritada y se fue de allí.

La mañana se hizo tremendamente larga, así que cuando acabó su última clase no tardó ni siete minutos en salir del edificio.

El aire se coló por su cuello y por acto reflejo se cerró la chaqueta. Empezó a caminar hacia la parada de autobús, con parsimonia, disfrutando de la brisa gélida rozándole la cara.

No tardó mucho en llegar y el viaje no se hizo más largo que el de esa misma mañana.

Al bajar, pasó por un supermercado donde compró una lechuga y dos tomates.

Era difícil haberse independizado a tan temprana edad, pero tenía la suerte de que sus padres se habían ofrecido a darle dinero con la condición de que no lo malgastara, cosa que hasta ahora no había sucedido.

Y por fin llegó a casa, entró en el portal y cerró con cuidado, pues la puerta acostumbraba a cerrarse sin piedad y provocaba un tremendo golpe.

Se acercó a su buzón, introdujo la llave y cogió todas las cartas, tres en total

Subió hasta su piso y cuando llegó, dejó la bolsa sobre la encimera de la cocina junto a las cartas.

Fue a quitarse la chaqueta y los zapatos a su pequeña habitación.

Cuando volvió, abrió la primera carta, era una factura de la luz. La dejó sobre la encimera de nuevo.

Con la siguiente, una factura del agua, hizo lo mismo.

Y por último algo extrañamente familiar. No se lo podía creer.

De nuevo, el mismo sobre impoluto. Nada escrito.

Lo abrió con ansias.

"¿La rueca con la que se pinchó Aurora se compró en la mercería de la avenida Trujillo?

Su entrecejo se arrugó notablemente. Esto no podía ir dirigido a ella.

Volvió a guardar el papel dentro del misterioso envoltorio sin quitarle la mirada de encima.

Pensó en la primera carta y en su mensaje. Caperucita y el Lobo.

Ahora la Bella durmiente.

¿Qué estaban tratando de decirle?

Y lo más importante: ¿quién?

***

Segundo capítulo :)

Agradecería alguna que otra opinión.... 

att: Nina :3

Bajo efectosWhere stories live. Discover now