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Me gustaría avisar de que este capítulo incluye violencia explícita, espero que no os dañe la sensibilidad ;)
***

La mujer morena se paró frente al local y levantó la mirada, fijándose en el oscuro cielo. Tan solo hacía una hora que la noche había caído. Mirando su reloj y dándose cuenta de que era el momento, puso rumbo al interior del edificio. Por dentro era más grande de lo que parecía.Sin embargo, caminó por los pasillos siguiendo las indicaciones de los letreros. Eran pocas las personas con las que se cruzó; estaba claro que el horario influía. No podría haber escogido uno más favorable. Las paredes eran de un pálido amarillo y había una gran cantidad de fotografías colgadas desordenadamente por el lugar. Un par de giros a la izquierda y encontró los camerinos.

***

Leo cerró los ojos una vez más intentando ganar concentración. Su mente no parecía acompañar a su cuerpo, estaba cansado. El estreno de la obra sería en apenas siete semanas y había demasiado que organizar. Lanzó el guión frustrado sobre un escritorio. Se llevó las manos a la cabeza y tiró de sus cabellos.

Suspiró derrotado. Se miró en el espejo rodeado de bombillas. Sus ojos se fijaron en una segunda persona reflejada. Aterrorizado, quiso girarse. De una gran zancada, la presencia se había abalanzado sobre él rápidamente.

Intentó mirar su rostro cuando lo empujó a una silla. Quiso gritar. Los movimientos de su agresor fueron demasiado rápidos y casi no pudo darse cuenta. En seguida estuvo atado de pies y manos con unas bridas blancas. Emitió un grito de terror,pero la cinta americana hizo que tan solo pareciera un lastimero quejido.

Alzó la vista y resultó ser una mujer de cabello negro, sujeto en una larga coleta. Sus ojos eran verdes y pequeños, la nariz respingona y los labios gruesos. Las facciones le resultaron familiares. Su vestimenta era formal. Camisa blanca bajo una americana negra y una falda de tubo del mismo color. Tenía una figura esbelta con esa ropa, pero no la logró reconocer.

-Hay algo que quiero preguntarte, Leo.

La chica apoyó el dedo índice sobre el hombro de él y empezó a trazar un camino invisible por sus omoplatos dando la vuelta a su alrededor.

Leo empezó a forcejear y a mover la silla, pero la mujer, cuando llegó frente a él le agarró de los hombros para pararlo. Tragó saliva, atemorizado. No entendía nada de lo que sucedía ni por qué alguien que no conocía lo había retenido a la fuerza.

-No tenemos mucho tiempo, Leo.Pero debo felicitarte, porque hasta ahora, es la primera vez que eres buen chico.

Los ojos de Leo empezaron a bañarse en lágrimas, que resbalaban desde la cinta gris de su boca hasta sus rodillas. ¿Cómo que la primera vez que era buen chico? ¿A qué demonios se refería?

En seguida supo la razón.

-¿Qué te hizo la pequeña Amaya de trece años para que derramaras tu zumo de melocotón en su nueva camiseta?

Los ojos de Leo pasaron de asustados a confusos. ¿Así que Amaya estaba detrás de esto?

-¡Mec! -dijo la chica sobresaltándolo-. La respuesta correcta es: nada.

Volvió a forcejear para intentar librarse de la silla. De pronto sintió un fuerte escozor en la mejilla derecha. Lo había abofeteado.

La chica suspiró y lo miró a los ojos sin un ápice de lástima.

-Estate quieto de una vez.

Leo respirando entrecortadamente cerró los ojos con tremendo pánico. Ni siquiera lograba reconocer la voz.

-¿Qué te hizo la Amaya de quince años para que escupieras el chicle de tu asquerosa boca en su cabello? -Leo negó con la cabeza, angustiado, sin abrir los ojos-. Nada.

-¿Qué te ha hecho Amaya? -preguntó desafiantemente.

Leo notaba la mirada de la mujer sobre él. Sintió un frío aliento en su oreja que en un susurro le dijo:

-Creo que está más que claro quién es el villano de la historia.

Vio que se alejaba de él, así que aprovechó el momento para intentar desatarse. Las bridas le apretaban demasiado. La chica le miró cuando los sollozos empezaron a escapar de su boca. La cinta empezó a despegarse.

Con prisa, agarró algo del bolso que Leo no pudo llegar a distinguir. Se acercó y le despegó la cinta de la boca.

-¡Ah! -gritó el chico por el fuerte dolor que sentía en los labios. Tuvo un impulso de acariciárselos con las manos. Las lágrimas siguieron cayendo, pero no consiguió emitir un nuevo grito.

Su agresora cortó un nuevo trozo y le cerró la boca.

Leo empezó a desesperarse. Se sentía tan impotente y a su vez tan culpable.

-Si tan solo hubieras medido tus putos actos.

El chico empezó a negar con la cabeza a medida que ella se acercaba. En la mano izquierda llevaba una diminuta cajita de la que sacó una pequeña cuchilla.

-Eres el único culpable de esta situación. Que esto esté sucediendo, es solo culpa tuya-. Leo negó con la cabeza tan deprisa, tan desesperadamente, sintiéndose miserable.

De pronto, su mano derecha estuvo libre. En algún punto de la noche la fuerza le había abandonado y ni siquiera quiso mover el brazo. No dejó de mirar a aquellos ojos verdes intentando encontrar una pizca de arrepentimiento, de culpabilidad que le salvaría de tan tremenda situación. Pero tan solo encontró una mirada vacía de sentimientos.

Ella agarró el brazo izquierdo del muchacho y entonces lo hizo. Hundió la punta afilada de la cuchilla cortando la blanca piel de manera vertical, desde la muñeca hacia arriba.

El chico se abalanzó hacia delante por el dolor y abrió los ojos reprimiendo un fuerte grito de auxilio, que no fue capaz de decir.

La mujer dejó caer el cuerpo prácticamente inerte sobre el respaldo y le cogió el otro brazo, e hizo lo mismo. El dolor había pasado a segundo plano.

La última vez que la miró a los ojos, pudo reconocerla.

Bajo efectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora