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Tengo un recuerdo de aquella tarde tan claro como desgarrador.

—Mamá, ¿por qué el cielo es azul? –pregunté mirando hacia arriba desde el suelo donde me acababa de sentar, justo encima de un montón de hojas naranjas y marrones.

Decidimos ir a un parque grande que tenía una zona boscosa y también unas mesas de picnic donde alguna vez nos habíamos quedado a comer.

La entrada del parque estaba delimitada por una gran carretera que cruzaba la zona rica de la ciudad. Aun así, eso no impedía que aquel parque nos encantara, porque tenía una gran variedad de juegos.

Nada más entrar topabas con la zona recreativa, con columpios, toboganes, caballitos de madera e incluso una zona de arena para jugar con cubos, palas y rastrillos.

Frente a esta, había unos bancos de madera marrón y vieja. Algunos tenían nombres escritos y grafitis. Estaban prácticamente destinados a lugar de reunión y charla de los padres mientras sus hijos jugaban juntos por el parque.

Un poco más alejada, se encontraba la zona boscosa, donde también había unas mesas de picnic que casi nadie usaba en invierno. Era un lugar sombrío y frío. Alguna vez habíamos podido sentir el aroma a tierra mojada presente en las primeras horas de la mañana, cuando paseábamos con papá.

Era la tarde. No podría decir la hora con exactitud, puesto que, en aquel entonces, yo solo tenía 6 años. Lo que sí sé es que era otoño, pues mamá ya nos obligaba a llevar chaqueta durante esas tardes que empezaban a ser más frías. Apostamos por el parque para matar el tiempo, hasta que papá se reuniera con nosotras.

—Cuando pintaron el mundo acabaron con casi todos los colores y del único que aún sobraba suficiente como para pintar la inmensidad del cielo era el azul —respondió mamá intentando darme una respuesta ingeniosa. La recuerdo como si fuera ayer.

Me levanté del suelo y pegué un salto. Ya no le pregunté nada más.

—¡Lucía! ¿A qué podemos jugar? —le dije a mi hermana, que hasta el momento había estado embelesada con el caer de las hojas marrones. Siempre solía quedarse embobada con todo.

—No sé —dijo encogiéndose de hombros y alejándose para recoger una gran hoja que yacía en el suelo—. ¡Ja! ¡Soy el lobo!

Lucía empezó a correr hacia mí, mientras mamá disfrutaba viéndonos jugar.

—¡Luego cambiamos! —gritó Lucía corriendo a buscarme.

Estuvimos un largo rato jugando juntas, nos encantaba. Mamá llevaba un fular rojo y la que hacía de Caperucita se lo ponía a modo de caperuza. Entonces me tocó ser el Lobo.

—¡Caperucita! —grité en busca de mi hermana. Había visto a Lucía metiéndose de lleno en la zona boscosa. Me daba un poco de miedo, pero yo era el lobo, así que no debía temer nada.

Empecé a caminar entre los árboles, cada vez más asustada. De golpe, oí un ruido que me inquietó tremendamente. Miré en todas las direcciones. Izquierda, derecha, al frente, detrás.

Quise salir corriendo de allí y cuando lo intenté, tropecé con una rama que me hizo caer aparatosamente al suelo.

—¡Mamá! —mi grito fue más que suficiente para alertar a mi madre.

Empecé a oír mi nombre, pero yo no podía dejar de llorar de dolor. El rasponazo dolía como mil demonios.

—¡Pequeña, estás aquí!

Mamá se acercó y me besó en la frente. Empezó a revisarme las heridas. Tan solo tenía un rasguño en la rodilla derecha.

—Vamos cariño, levanta, que el suelo está frío —fue en ese momento, cogiéndome en brazos, cuando se dio cuenta que Lucía no estaba conmigo.

Mamá empezó a entrar en pánico y salimos de la arboleda. Mirando hacia todos lados, preguntó:

—Maya, ¿dónde está tu hermana?

Yo me encogí de hombros. Mi llanto ya había cesado.

—¡Lucía! —gritó dejándome en el suelo y tirando de mi pequeño brazo—. ¡LUCÍA!

Nos acercamos a las personas que todavía estaban en el parque a pesar de que empezaba a anochecer.

Mi madre preguntaba a cualquiera.

—Perdonen –interrumpió a una pareja que hablaba entre sí. El hombre llevaba una sudadera verde con un gran número siete, blanco, en el centro—, ¿han visto acaso a una niña parecida a esta por aquí? —me señaló.

Mi madre intentaba mantener la calma. La pareja negó. Eso solo empeoró su estado.

—¿Seguro? —bramó alterada—. ¡Llevaba esta misma pulsera, pero de color naranja! —exclamó señalando ahora mi muñeca donde llevaba mi pulsera de color rosa. Empezó a quebrársele la voz.

Preguntó a un par de personas más, pero nadie sabía, ni había visto nada.

—¿Qué ocurre, mamá? —pregunté al ver que mi madre empezaba a desmoronarse—. ¿Dónde está Lucía?

—¡No lo sé! —me gritó. Asustada, me aparté. No entendía nada. ¿Por qué Lucía no venía? Estábamos jugando juntas.

Papá llegó junto a nosotras, llegaba de trabajar y no sabía nada de lo que ocurría.

—Rita, ¿qué ocurre? —dijo papá mirándonos, estaba tan perdido como yo.

—¡Lo siento mucho! —exclamó mamá como pudo, entre sollozos—. He perdido a Lucía.

En ese momento papá y mamá me sentaron en un banco mientras hacían varias llamadas telefónicas y buscaban a diestro y siniestro. Se apartaron de mí, pero no lo suficiente como para no saber de qué hablaban. Lucía había desaparecido.

Al poco rato llegaron mis abuelos y con ellos el sonido de sirenas de la policía. Así que rápidamente me sacaron de allí. Me dormí en el coche.

Me quedé unos tres días en casa de mis abuelos. Desde el sofá observaba cómo el pequeño gato rubio se dedicaba a perseguir alguna que otra mosca. Cuando vinieron a recogerme, papá y mamá me lo explicaron de la mejor forma que supieron: Lucía había desaparecido y no podían ni imaginar qué le había ocurrido.

Era una tremenda catástrofe. ¿Con quién iba a cocinar para nuestros juguetes? ¿Cómo jugaría a princesas? ¿Quién me ayudaría a coger bombones sin que mamá y papá se enterasen?

Con Lucía se fue una parte de mí, una parte tremendamente difícil de recuperar.

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Holu! No suelo poner notas de autor porque se me olvida y porque luego nadie las lee JAJAJ pero vengo a animaros a comentar, a criticar, a adorar a lo que sea. ¡A darme vuestra opinión!

Muchas gracias por leer❤

Att: Nina🍑

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