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—Mas lo característico de la experiencia humana de la muerte es que en todos los casos desemboca no solo en la comprensión del hecho de que hay muertes, sino del hecho de que la muerte es algo indisolublemente ligado a la existencia. La experiencia de la muerte, en sus diversas formas, conduce a la convicción del «tener que morir» —Hidalgo dejó de leer para limpiarse una pequeña lágrima de cocodrilo que se desprendía de su ojo derecho.

Colocó el escrito que pertenecía a José Ferrater Mora en el Diccionario de la filosofía, junto a un montón de fotografías y alguna que otra vela para rendir homenaje.

En el minuto de silencio, Amaya no hizo más que pensar en el mensaje que había recibido por parte de Lucía, esa misma mañana.

"¿Te acuerdas de cómo odiábamos a Scar?"

No se atrevió a preguntar a qué se refería, pero lo recordaba perfectamente. Se indignaban cada vez que veían El rey León, incapaces de entender por qué dos hermanos se podían llegar a llevar tan tremendamente mal.

Era un día de luto en la universidad, todo el mundo se preguntaba cuál había sido la causa del suicidio, incluso ella.

Era cruel pensar que por primera vez se sentía relajada en la universidad. Pero así era.

Cuando acabaron las clases y una vez que estuvo en casa comió una de esas sopas de sobre que tan baratas y rápidas de preparar son. Se estiró en el sofá para descansar un rato antes de ir a trabajar. Tenía muchas ganas de que todo acabara para poder pasar tiempo con Lucía. Quizá incluso podría preguntarle a Gustavo si podía contratarla.

El tiempo se le echó encima más rápido de lo esperado, pero en poco rato ya estaba sirviendo cafés.

Era lunes. Las tres y veintisiete. Le tocaba servir en la barra y llevar las cuentas de los comensales. Eso no le impedía distraerse observando cómo Gabriel y Aarón servían en mesas.

Una voz llamó su atención.

—Disculpe, ¿podría servirme un café con leche?

Había estado tan ensimismada, que ni siquiera había oído el sonido de las campanas de la puerta.

Amaya se quedó observando el rostro, como si de un difícil enigma se tratara. Asintió cuando se percató de su estado y se dignó a prepararlo.

Pero este hombre la había sorprendido. En el tiempo que llevaba trabajando en la cafetería no le había parecido verle jamás.Sin embargo, le resultaba familiar. Pero no era su rostro, era aquel jersey verde con un número siete en él. Supo que lo había visto antes.

Una vez tuvo listo el pequeño plato con la cuchara y el sobre de azúcar, cogió la taza para añadir la leche.

Al girarse para darle a aquel hombre su pedido, se había ido. Lo dejó sobre la barra.

—¿Qué haces? —pregunto Aarón apoyando la bandeja de acero en la madera.

—Un señor me ha pedido un café, pero se ha largado.

El chico cogió una bayeta del fregadero mientras reía. Amaya le hizo la burla riéndose también. Aarón era divertido, definitivamente Lucía tenía que conocerlo. Y a Gabriel, por supuesto.

Sacudió la cabeza y cogió el café para dejarlo bajo la barra, pero este jamás llegó a su destino.

El ya conocido pitido se coló por sus orejas como si un cuchillo intentara sacarle las entrañas.

Dejó caer la taza, que se rompió completamente volcando el contenido sobre el suelo. Se llevó las manos a las orejas para callar el sonido.

Gabriel se acercó rápidamente al ver la escena.

Algunos clientes se asustaron cuando Amaya empezó a golpear el suelo con los pies pisando alguno de los trozos de la taza.

—Amaya! ¡Amaya! —dijo Gabriel cogiéndole del brazo y arrastrándola hacia el área del personal. Le hizo un gesto a Aarón para que recogiera el estropicio.

La chica estaba fuera de sí, balbuceando cosas sin sentido que Gabriel no podía entender.

Dejó a Amaya sentada en los bancos del vestuario y fue a llamar al despacho de Gustavo.

La muchacha empezó a recuperar el sentido liberando sus orejas, ahora rojas por la fuerza que habían ejercido sus manos.

Suspiró cansada cuando el fuerte pitido se redujo a uno leve. Por lo general no duraban demasiado.

Gustavo la miraba confuso, sin saber qué demonios había pasado.

—Le ha dado una especie de ataque de... no...no sé de qué —explicó Gabriel, asustado y apretando la tela de su pequeño delantal.

Miraron a la chica, que en esos momentos había apoyado los codos en las rodillas y se tapaba la cara con las manos, ambos con un semblante preocupado.

Gabriel se agachó a su altura para verla de cerca.

—¿Estás mejor?

Amaya asintió sin destaparse la cara. Era la primera vez que le sucedía en público.

Gustavo tocó el hombro del chico para hablar con él a solas.

Amaya no pudo escuchar qué decían, porque se habían alejado lo suficiente.

Fuera cual fuera la razón de estos ataques, cada vez eran más frecuentes e intensos. Al final acabarían con ella.

Se negaba rotundamente a ir al médico.

Cuando jefe y compañero volvieron junto a ella, fue el mayor el que habló:

—Amaya, puedes tomarte el resto de día libre si quieres.

La voz de Gustavo había sido comprensiva al igual que la mirada que le dedicaba.

—No será necesario. Es algo que suele pasarme. Pero estoy bien —se levantó dirigiéndose al baño de los trabajadores sin dejar que nadie replicara su decisión.

Se lavó la cara con el agua bien fría. Se apoyó en el lavamanos intentando controlar su respiración al máximo.

Pensando y pensando logró encontrar un nuevo sentido a aquel misterioso mensaje sobre Scar. Un sentido muy negro.

¡Exijo que recomendéis esta historia a vuestros amigos!

Por Dios...😭😭

Y a los que me leáis.. ¡Muchas gracias! Espero que os encante ❤❤

Bajo efectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora