Capítulo 33

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Kirvi

Corrí de un lado a otro con prisa. Agarré un cuchillo de la encimera y lo escondí en mi cintura trasera. Me giré sobre mis talones para correr hacia la puerta de la cocina y salir a por una salvación sea cuál sea. Antes de llegar a esta, mis ojos se toparon con algo que los sorprendió. En la pared de una de las paredes descansaba una puerta de metal cuadrada. Incluía un pomo hecho del mismo material. Me sonreía con ánimo, era eso o nada.

Puse un pie detrás de otro con nerviosismo. Una vez delante, alcé mi mano y le di media vuelta al pomo. Abrí la puerta rezando para que sea lo que pensaba. Era lo que pensada. Vi como un agujero me saludaba. Adiviné como ese agujero obscuro iba acompañado de un tobogán que llevaba a muchas bolsas de basura a su nuevo destino. Eran las típicas basuras de pared que veíamos en las películas y siempre deseábamos tener para no bajar a tirar la basura. Nunca me había alegrado tanto de ver una basura.

Miré hacia los lados examinando el lugar en un intento de visualizar una silla.

Ni rastro de una.

Apoyé las palmas de las manos sobre la parte inferior del obscuro cuadrado dispuesta a tirarme de cabeza sin importarme lo que hubiera al otro lado. Prefería morir intentando salvarme a morir sin hacer nada. Así soy yo. Elevé mi cuerpo metiendo la cabeza al completo y estiré mi cuerpo hacia delante para deslizarme hasta el final del tobogán que salvaría mi vida.

Antes de conseguir deslizarme por completo, mis piernas fueron agarradas por algo que tiró de ellas hasta que acabé en el suelo de la cocina retorciéndome de dolor en el suelo.

—¿Te pensaste que escaparías tan fácilmente de mí? —Se acarició la barbilla con el dedo índice y pulgar mientras arrugaba la boca.

Mi espalda empezó a arder a pesar del frío suelo. Solté un respiro ahogado abriendo los ojos con sorpresa. No había conseguido escapar. «Maldita sea la vida» pensé mientras acariciaba mi espalda baja aún en el suelo.

Me incorporé bajo gemidos de dolor y levanté mi cabeza para clavar mi oscura y enfadada mirada en su coqueta y divertida mirada con un fondo cabreado.

—Nunca he odiado a nadie en tan poco tiempo —escupí con repugnancia.

—Cuando sepas que más te tengo preparado hoy, no solo me odiarás, me repugnarás.

Sus palabras siguieron las ondas del aire hasta llegar a mis oídos y después adentrarse dentro de mi organismo para provocar que mi corazón se acelerase de manera alarmante.

Empezó a dar pasos en mi dirección a la vez que yo retrocedía con la ayuda de mis manos hacia atrás. Mi espalda rozó la pared dándome a entender que ya no había más camino. Una sonrisa de lado se asomó por la comisura de sus labios. Lo había entendido: él ganaba. O eso se creía.

Llevé mi mano de nuevo a mi espalda baja y abracé con la palma de la mano la única arma de la que disponía. «Sería defensa propia. Sí, defensa propia» me animé con nerviosismo.

Cuando se inclinó para agacharse, en cámara lenta, mi cuerpo subió por instinto mientras sacaba el cuchillo para clavárselo en el muslo con ganas. Se cayó al suelo mientras soltaba gritos incontrolables. Me puse de pié y como una estatua en shok empecé a observarle con sorpresa y miedo. El cuchillo seguía en su muslo: chorreaba sangre como fuente de vino tinto.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al ver como se retorcía en el suelo bajo gritos de dolor. «Defensa propia» repetí para mí misma.

Me recuperé del shok y observé la puerta. Tenía que correr, tenía que desaparecer de ahí. Algo me impedía hacer tal cosa. Mi maldita empatía. Esa que no tiene él.

Sin pensármelo dos veces, me agaché junto a él y abracé de nuevo el cuchillo con la palma de la mano. Cerré los ojos. Sin importarme que pudiera herirlo más, saqué el utensilio que aguardaba en su pierna y tiré de él hasta que un grito ensordecedor que provenía de su garganta inundó la cocina haciendo eco a través del agujero que acompañaba las bolsas de basura en su viaje al otro lado.

Miré el arma aún en mi mano. Gotas de sangre se deslizaban por el metal del que estaba formado. Lo tiré al suelo, lejos de mí. Llevé la mano al pañuelo que había atado alrededor de mi cuello. Lo desaté y hice un puño con él.

Desconcertada visualicé como jadeaba mientras el sudor vestía su rostro. Posicioné el pañuelo en su herida con delicadeza. Soltó un gruñido entre dientes agarrándose la frente con las manos. Segundos después llevó su mano derecha hacia mi brazo y lo apretó sin hacerme daño. Esta vez no tenía intención de hacerme daño. Parecía un perro rabioso después de haber sido ayudado. Sentí como buscaba refugio con desesperación dentro de mí. Pero no había refugio para él, ayudarle no significaba perdonarle. Le ayudaba para no sentirme mal después por mis acciones.

—Hay... una... un maletín... de auxilio —tartamudeó mientras señalaba con su sudorosa cabeza un cajón.

Me levanté a toda prisa y abrí el cajón. Saqué el maletín. Una vez a su lado, lo abrí y empecé a sacar todo con nerviosismo. Las manos empezaron a sudar me. Todo resbalaba.

Resoplé y dejé todo en el suelo dejando de buscar. Rebusqué en sus bolsillos para después sacar un Samsung táctil negro.

—¿Qué... ha...ces?

—Llamar a emergencias —informé tecleando las teclas armadas con números.

—No —carraspeó—. Por... favor, no...

Sin rechistar dejé el móvil a un lado y empecé a rebuscar de nuevo entre los medicamentos.

«¡¿Cómo se cura una maldita herida?!» maldije. Google. Volví a agarrar su móvil y le pedí que me diera la contraseña. Una vez abierto busqué soluciones. Agua y jabón. Me levanté y llené un recipiente con agua y jabón. Corrí hacia él para empezar a lavar la herida para evitar infecciones.

La hemorragia no paraba. Miré el móvil. Segundo paso: parar la hemorragia. Mi pañuelo estaba hundido en sangre, no servía. Toallas. Haciendo zigzag acabé en el baño. Abrí y cerré cajones hasta que encontré toallas. Volví a la cocina a la velocidad de la luz. Tropecé y caí justo al lado de él. Hice caso omiso a mi caída y posé una toalla en su pierna con la intención de acabar con esa pesadilla que yo misma causé.

No. Él es el único culpable. Bueno, y mía por confiar a ciegas en cualquiera.

—¿Por...qué... me... ayu... das? —preguntó entre jadeos.

Conecté mi mirada con la suya. La suya cansada y la mía triste. Di vueltas a su pregunta durante largos segundo con mi mirada en la suya mientras elaboraba una respuesta digna.

—Porque esa es la diferencia entre tú y yo.

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¡Hola!

¡Ya, ya, ya sé que tardé! ¡No me lancen tomates, weeeey! ¡Los invitados y el maldito wifi son enemigos puros! ¡Cúlpenles a ellos, no a ! "¿Qué te ha dado a ti ahora por el mexicano?" El mexicano mola, maldita.

Espero que os haya gustado el capítulo aunque no sea gran cosa.

¡Gracias y os quiero de aquí(España) a China!

¡No olviden que son hermosas!

Instagram: wassilahaddadi

Todos Somos Africanos©Where stories live. Discover now