Capítulo 4

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Kirvi

Viernes por la tarde. Un día feliz, un día de descanso. Un libro encima de la cama, una taza de té encima de la mesa de noche y una cama junto a unas mantas calentitas. ¿Qué más podría pedir? Silencio. No es fácil tener una familia numerosa. Porque llevaba durante una hora sentada encima de la cama con la primera página del libro que abrí al sentarme, ¡hacía una hora! Me era imposible leer con sus gritos. <<Mamá! ¡Nour no me quiere dejar el mando de la tele!>>. <<¡Mamá! ¡Elias me ha pegado!>>. ¿Qué venía después? ¿<<¡Mamá! ¡Acabo de matar a Elias!>>?

Hacía tan solo unos minutos que los gritos se habían apagado. Feliz por el silencio que inundó la casa, cogí mi té dispuesta a beberme lo todo de golpe, pero ¡estaba frío! ¿Qué más quedaba para acabar de estresarme? Nada, porque ya estaba estresada al cien por cien. Arrastrando mis pies, me levanté de la cama con la taza de té en mis manos. Pasando delante del espejo me di cuenta de que aún tenía el pañuelo cubriendo mi pelo. Sin darle importancia, pasé de largo y salí de la habitación de camino a la cocina. Me adentré en esta y dejé la taza dentro del microondas, apreté suavemente el botón y el microondas empezó ha hacer su trabajo. La casa estaba totalmente en silencio, era lo más raro del mundo. Mis hermanos solo están en silencio cuando hay invitados o están dormidos. Pasando por segunda vez de la vida, saqué la taza y empecé a beber con la mirada perdida en el color blanco de la nevera.

-Kirvi, sal de ahí, que vienen a arreglar el fregadero.-escuché decir a mi padre.

Lavando la taza escuché a alguien detrás de mí hablando, conmigo.

-Hola. Si no le importa apague el grifo.-pidió una voz calmada.

Me giré y ahí estaba Junaid de nuevo.

-¿Qué haces en mi casa?-pregunté sorprendida.

-¿La pregunta es que haces tú en todas partes?-respondió con los ojos como platos.-¿Puedes apagar el grifo, ya?

-¿Por qué debería hacerlo?-chuleé cruzando mis brazos.

-¿Quizás porque los tubos están rotos y el agua está mojando tus pies?-sonrió de lado a la vez que yo solté un grito cerrando el grifo.

-¡Aggg! Siempre que apareces alguna desgracia pasa. Primero un agujero en medio de una carretera, después me quemé la mano por culpa de tu retraso, y ahora, esto.

-Esto es culpa tuya.-se defendió sacando el material de su maleta de metal.

-No me vaciles.-le asesiné con la mirada.-¿Tú no trabajabas en construcción?

-No, bueno sí, pero hago trabajos temporales. Un día estoy de constructor, y otro día estoy regando flores en el jardín de una señora mayor mientras me cuenta su vida.-respondió haciendo una mueca graciosa con la boca.

Me quedé mirándole con los ojos brillantes. Una costumbre que tengo cuando no tengo nada que decir. Simplemente te miro frunciendo la boca mientras los ojos me brillan. Junaid me miró de la misma manera, sus ojos de nuevo, fijos en los míos. Mi subconsciente me lanzó gritos de alerta. Cuando vio que le hacía caso omiso, empezó a gritarle al corazón, el cual le respondió yendo a 120km/h. Cuando pensé que el corazón se me iba a salir por la boca, mi padre entró en la cocina.

-¿Está todo bien?-preguntó mirándome.

-Sí, papá. Solo me estaba preguntado cuando se estropeó el fregadero.-respondí y salí hacia mi habitación.

Cerré la puerta y me apoyé en ella. ¿Sabéis esa sensación de pánico de cuando te empieza a gustar alguien? Pues esa misma sensación me estaba invadiendo a mí. ¿Y si resulta estar prometido? O peor aún, casado. Debí mirarle los dedos para ver si llevaba algún anillo. Pero, y si se quita el anillo para trabajar. ¿Tengo que preguntárselo? No, que si no va a sospechar algo. Me tiré encima de la cama de nuevo y me senté como un indio delante del libro. Me deshice del pañuelo y me metí debajo de las mantas y empecé a leer. Sumergida en el mundo de Dylan y Daisy, caí en un profundo sueño.

¡Despierta, despierta, despiertaaa! Cantaba sin parar mientras daba vueltas sobre mi misma. Despierta, despierta,... Mi voz se fue apagando transformándose en otra.

-Despierta, despierta, despierta.-repetía mi hermana Nour como si estuviera haciendo un ritual moviéndome de un lado a otro.-Despierta, despierta, despierta.

-Mmm... ¿Qué quieres? Déjame dormir.-me quejé.

-Papá te busca.-habló y salió de la habitación.

Suspirando, me levanté. La oscuridad había invadido la calle. Miré el reloj: las nueve. Dormí tres horas. Espera, ¿yo, Kirvi Salah, había dormido tres horas durante una tarde? Pues sí, Kirvi hizo historia. Ha dormido en una casa donde los duendes de sus hermanos no dejan de gritar. Aplaudan a esa gran mujer.

Abrí la puerta de mi dormitorio y salí en busca de mi viejo. Estaba sentado en el sofá.

-¿Qué querías, papá?-pregunté sentándome enfrente de él.

-Sube a ponerte tu pañuelo, hay invitados.-ordenó amablemente.

Me giré y subí las escaleras con flojera. Tenía el pelo suelto y al parecer quería comerme la cara, ya que no dejaba de acariciármela con sus molestas puntas, maldito pelo. Asumida en los problemas que tenía con mi pelo me estampé contra algo. Era algo conocido. Algo cómodo y consolable.

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Todos Somos Africanos©Where stories live. Discover now