Capítulo 32

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Kirvi

Llevé las palmas de las manos a mis mejillas y las acaricié retirando las molestas lágrimas. Al oír el ruido que arrancaban sus zapatos al suelo me estremecí. Me apoyé en la pared con la mano para poder levantarme. Mis ojos no se despegaban del vacío mientras mi oído seguía su rastro. Estaba cada vez más cerca.

Sus pasos parecían la melodía de una película de terror; lentos y seductores. Andaban en busca de una presa, andaban en busca de mí.

—¿Dónde está mi monjita favorita? —canturreó acompañando a la horrorosa melodía—. Ven aquí...

Un bate béisbol. Aleluia. Me acerqué a él con sigilo con tal de no hacer ruido. Estaba apoyado en la esquina que ajuntaba la pared de la puerta de la entrada con la del pasillo. Lo rodeé con las manos para después abrazarlo con estas con fuerza. Estaba demasiado desesperada como para saber de dónde sacaría la fuerza para pegar a una persona.

—¡Te encontré! —chilló a lo lejos—. Ups, me equivoqué. —Soltó una carcajada.

Separé los pies unos centímetros poniéndome alerta, alcé el bate a la altura de mi pecho y me preparé para cualquier cosa.

—¡Estás aquí! —volví a escuchar su voz—. No —dijo divertido.

Mientras el monstruo se acercaba cada vez más a mi escondite, repasé frases chistosas del pasado. El día que Junaid esperó durante horas delante de mi casa porque me negué a ir con él. Justamente después de haberme dicho que no me quería. Debí alejarme entonces de él, que estúpida fui. «Vigilar que ningún lobo se coma a la Caperucita Roja». Esa fue la frase que me dijo entonces, una frase que provocó huracanes dentro de mí corazón. Lo que no sabía entonces era que él era el único lobo del que tenía que alejarme. Mentira. Todos los que me rodeaban eran lobos, lobos feroces.

—Te encontraré, belleza —canturreó mientras abría y cerraba puertas.

El corazón se me subió a la garganta. Estaba demasiado cerca. «Voy a morir» pensé jadeando con dificultad. Morir. Morir. Morir. Vivir. Ni hablar, había sobrevivido a situaciones mucho peores en los últimos dos meses. Apreté con más fuerza el bate lista para hacer rodar cabezas. Retrocedí hasta que mi espalda rozó la puerta de la entrada.  

Oí sus pasos cerca del pasillo. Ya estaba ahí... Tres. Dos. Uno.

—¡Aquí estoy! —volvió a canturrear saltando de una manera infantil delante de mí.

Observó el bate con las cejas enarcadas. Formuló una sonrisa titubeante de lado. Se frotó la cara con las manos con desesperación. Me miró con un destello de oscuridad en sus ojos, pero en el momento cambió su expresión a una más divertida y burlona. Llevó su mano a la cintura de su pantalón y sacó un arma. «¿Qué problema tenían las armas conmigo?»

—Baja eso —ordenó de una manera seca. No hice caso.— ¡Dije que bajes eso! —gritó y disparó a la nada.

Solté un grito a la vez que tiraba el bate para protegerme con las manos. Sentí cómo se acercaba a mí a grandes zancadas.

Cogió el bate del suelo y lo devolvió a su posición inicial.

—¡Por poco lo rompes, estúpida! —volvió a gritar muy cerca de mi cara—. ¡Ese bate me lo regaló mi padre, maldita sea!

Yo seguía protegiéndome con las manos. Una cosa que no serviría de nada, pero dolería menos si no lo veía. Cuando agarró mis manos y las tiró hacia abajo, me ruboricé mientras agitaba mis pestañas. Levanté la mirada y ahí debajo de sus cejas pude conocer al verdadero odio. Sus ojos estaban tan oscuros como boca de lobo.

Me pegó contra la pared con brusquedad. Quedé entre la pared y él. Posicionó el arma en mi barbilla baja y me amenazó con la mirada dispuesto a disparar. Mis pensamientos empezaron a perseguirse en círculos. Intenté refugiarme dentro de ellos para sentir menos el dolor de mi muerte.

Empecé a morderme el interior del moflete para evitar llorar y mostrarme más débil aun de lo que ya me había mostrado ante él. Pude oír el montón de cosas que decía a través de su mirada. Palabras que maldecían mi existencia.

—Los terroristas deben morir —escupió—. ¿No crees?

No respondí.

—Responde —masculló enrabiado.

—Tú ahora mismo estás actuando como uno —contesté armándome de valor.

—Los únicos terroristas sois los musulmanes. —Jadeaba excitado por la situación.

—Nadie atacaría a unos musulmanes si de verdad fueran terroristas, ya que se cagarían de miedo. Lo haces por simple rebeldía. A los verdaderos terroristas no tienes los cojones de enfrentarte a ellos.

—Cierra la boca —susurró de manera autoritaria cerca de mi cara—. Rézale a tu dios para que te reciba con cariño —se burló.

¿Dónde estaba mi héroe? ¿Dónde estaba el príncipe que me salvaría? Quizá estaba dentro de mí, exacto, solo yo podía salvarme. Pero, ¿cómo?

Separó el arma de mi barbilla y le quitó el seguro. Volvió a posicionarla en mi rostro preparado para darme el ultimátum. Una sonrisa pícara se asomó por su boca. No había tiempo. Cerré los ojos y esperé a que sonara el esplendor de la bala para después viajar entre mis venas.

Sonó un ruido relajante y alarmante. No era el del arma. El timbre. Mi héroe.

—Mierda —gruñó entre dientes.

Alejó el arma de mi rostro para después agarrarme del antebrazo y arrastrarme más adentro de la casa. Me lanzó de manera brusca dentro de la cocina haciendo que me caiga al suelo.

Levantó su dedo índice en modo de advertencia.—Ni se te ocurra moverte o morirás de una manera más dolorosa.

Su mandíbula estaba amenazadoramente apretada y tensa. Sus ojos estaban hinchados en sangre, se tocaba el pelo de una manera desesperada cada dos por tres. Se limpiaba la nariz con la mano con nerviosismo. O estaba drogado o era un psicópata puro y duro. Voto por lo segundo.

La imagen del Samuel que no conocía mucho, pero del que me había hecho expectativas que me parecían reales, se esfumó sin dejar rastro. Lo que tenía yo delante en ese momento era alguien al que yo desconocía por completo. 

Cuando se giró y se fue hacia la puerta me levanté en busca de una salvación más que el timbre. ¿Su amenaza? ¿A quién le importaba? Si iba a morir, ¿qué importaba que sea rápido o lento? Al fin y al cabo acabaría muerta igual, ¿no?

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¡Holaaaaaaaa!

¡Solo falta un día de Ramadán! ¡Lloremos juntos :,(!

Espero que os guste el chapter thirty-two. No olvides votar y recomendar tanto como comentar. 

Ya sé que lo he dicho muchas veces, pero: ¡os amo!. Esto no sería posible sin ustedes florindas bellas y florecidas. ¡Repartan amor y os repartirán amor!

¡Nos vemos en nada!

¡Muchos besos para ti y toda tu familia!

Instagram: wassilahaddadi

Todos Somos Africanos©Where stories live. Discover now