Capítulo 12

267 35 15
                                    



Kirvi

Junaid me cargó en sus brazos y me llevó a su coche. Se adentró en este a mi lado y arrancó. Fue un viaje silencioso y triste. Las lágrimas se me habían secado en las mejillas, me daba pereza limpiarlas. Estaba cansada, cansada de la vida en general. ¿Porqué de la vida? No lo sé, quizás porque era mejor echarle la culpa a la vida que a mi misma. Con la cabeza llena de pensamientos de todo tipo la giré hacia él. Tenía la mandíbula apretada y las manos en puños alrededor del volante. Su pecho subía y bajaba mientras respiraba por la nariz con fuerza, como si le faltara el aire. Llevé mi mirada justo detrás del volante. Marcaba más de 120km/h, pero me dio igual. Estaba demasiado dolida como para pensar en el peligro que corríamos. Me daba igual todo. Si tenía que morir, moriría. Estaba cansada, ya lo dije. Pero si no moría, tendría que empezar a comportarme como una mujer de mi edad y no como una niña de quince años que se arrastra detrás de algo que no le pertenecía ni le pertenecerá. Debía comenzar a entender que no todos son como yo y eso significa que nadie me dará lo mismo que yo doy.

Desvié mi mirada hacia al frente y lo vi. Era algo grande y con cuatro luces. Era lo que necesitaba. Vi como las luces del coche de Junaid iluminaban a un camión que venía justo hacia nuestra dirección. Iba a morir. Me daba igual. Punto. Se fue acercando en cámara lenta, o así fue como lo vi yo. Porque el coche iba a toda pasta. Escuché como sonaba la bocina. Fue un ruido fuerte que casi me dejó sorda. Cuando lo escuché, reaccioné a mis estúpidos pensamientos.

-¡Junaid!-el grito salió por si solo.

Metí mi cabeza entre mis brazos, como si sufriría menos si no lo viera. Uno. Dos. Tres. Nada. Levanté mi cabeza poco a poco. Miré hacia Junaid. Ahora jadeaba con los ojos cerrados y los puños aún apretando el volante, solo que esta vez con más fuerza. Miré hacia adelante. El camión se había parado al igual que el coche de Junaid. Respiré hondo. Seguía viva. Y eso significaba cambiar.

Un hombre regordete, sin pelo, con camisa y unos tejanos salió del camión con cara de enfurruñado. Cuando llegó al lado de la ventana de Junaid, dio un par de golpecitos al cristal de esta.

-Límpiate esas lágrimas.-ordenó Junaid y bajó la ventanilla.

Hice caso sin protestar. Fijé mi mirada en el hombre calvo.

-¡¿Pero tú te has vuelto loco?!-gritó el hombre sin pelo al no tener el cristal delante.

-Lo siento, iba algo distraído.-respondió con un tono muy frío.

-¡Podrías habernos matado a los tres!-le regañó señalándonos a los tres.

-Pero no lo hice, ahora váyase.-gruñó entre dientes.

-Llamaría a la policía, pero la mirada de esa bella dama me lo impide.-coqueteó sonriéndome.

¿Cómo podía coquetear en una situación como esa? Y después dicen que las mujeres somos las complicadas.

Junaid se pasó las manos por la cara frustrado. Su mano viajó con rapidez a abrir la puerta. Por impulso, lo cogí del brazo antes de que saliera y cometiera algún delito, o asesinato. Viendo como estaba, era capaz de todo.

-Vámonos.-susurré.-Hazme por lo menos este favor.

Me miró durante unos largos segundos y volvió a cerrar la puerta que estaba medio abierta. Pisó el acelerador y giró el volante para rodear el camión. El hombre que cuyo nombre desconocía no dijo nada más, simplemente se apartó y nos dejó irnos.

El silenció volvió a inundar el coche hasta que llegamos delante de mi casa. Abrí la puerta incapaz de pronunciar ni un "adiós".

-Lo siento, de verdad que lo siento.-musitó antes de que yo bajara del coche.

Todos Somos Africanos©Where stories live. Discover now