—Ellos bombardearon nuestro Distrito, son enemigos aunque lo único que hagan sea trapear el piso de Snow —opina Gale.

—No es su elección —le contradigo. Lo sé porque nosotros no elegimos que la mina en la que nuestros padres trabajaban explotara, no elegimos tener que sobrevivir de la caza furtiva; no elegí que mi madre se perdiera en sí misma o que Gale fuera secuestrado, que Peeta fuera cosechado junto con Amaranta.

Pero sí elegí ofrecerme como voluntaria, elegí luchar por la paz para traer a Peeta de vuelta, elegí desafiar al Capitolio...., no matar a nadie por voluntad propia y si puedo seguir permitiéndomelo, nadie va a morir mientras tenga voto y voz en este tipo de cosas.

—Tampoco fue la nuestra que nos bombardearan.

—Eso fue mi culpa. Destruyeron mi distrito porque yo destruí su arena. ¿Entonces ahora lo entiendes, Gale? Estamos jugando de nuevo, las reglas son cabeza por cabeza, sangre por sangre. ¿Quién va a pagar el precio de esto?

—Ellos mismos. Son los que saldrán heridos.

—No necesitamos herirlos. Lo único que ganarás con eso será que nos odien más por atacarlos. Tendremos a menos gente a nuestro favor. Buscamos paz. Dejemos de actuar como Snow. No somos ni seremos como él. Nuestro trabajo es cazar, lo hemos hecho toda la vida, así que, atrapemos a esta víbora sin necesidad de lastimar a otros.

—Alguien tiene que ser la carnada, si no, no funcionará, la víbora no caería en la trampa.

—¿Y ellos son la carnada? ¿Les haremos creer que morirán a manos de su propio benefactor? Porque te recuerdo que somos nosotros los que están atacando hoy y aquí, no ellos.

—Pues entonces los convenceremos de que es Snow quien debe pagar el precio de lo que estamos a punto de hacer. Haremos que caiga en su propia trampa.

—¿Y cómo haremos eso?

—Les avisaremos que estamos aquí, dejaremos que nos ataquen primero.

Intentar convencer a alguien tan obstinado como yo, en este caso Gale, no es fácil a menos que le dé una buena razón y una solución que esté dispuesto a aplicar y que sea suficiente para que las cuentas por el bombardeo de nuestro distrito queden saldadas. Destruí su arena: bombardearon mi distrito; inicié una campaña para reunir rebeldes: terminaron con un hospital, que sabían, estaba lleno de enfermos y de gente indefensa. Luego bombardearon el Trece, sin saber lo que teníamos y sin que nosotros supiéramos ese pequeño detalle, como ahora con el asunto del Hueso... Si tan sólo... ¡Lo tengo!

—No sabemos lo que tengan, con lo que se puedan defender, es como... como cuando nos bombardearon a nosotros en el Trece... ¿No te das cuenta, Gale? ¡No iban a matarnos en el Trece, era una advertencia! ¡Peeta lo pedía en su entrevista! ¡Lo llamaron traidor por ello, pero jamás se dieron cuenta de que nos protegía! ¡El Capitolio quería un alto al fuego y qué mejor manera para lograrlo que inhabilitarnos por unos meses y tenernos ocupados reconstruyendo las áreas dañadas y barriendo cenizas! ¿Cómo podrían asesinarnos si no saben lo que tenemos, con lo que podemos contraatacar o en dónde podemos escondernos? Nosotros tampoco sabemos con qué nueva arma puedan atacarnos o de cuántos agentes de la paz disponen; sin embargo, sabemos por dónde entran y salen.

—Las vías del tren —deduce.

—Exacto. ¿Por qué no cerramos todas, menos una, dejamos que crean que los estamos atacando, pero únicamente hacemos que salgan de allí por uno de los túneles?

—Hay que bombardear únicamente las entradas.

—Luego hablaremos con ellos.

—No. Hablarás con ellos y lo transmitiremos. Eres la única que tiene alguna remota posibilidad de convencerlos, así como convenciste a la gente de que Peeta no era un traidor.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora