rouge.

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Rojo, rojo, rojo, rojo.

Los dientes de Antoine rozaron la curva de su pecho. Sus dedos se deslizaban como si fueran lágrimas por su abdomen, suaves, ligeros, tristes.

Ava nunca había estado tanto tiempo fuera.

No de su hogar.

No de sí misma.

Pero su rey siempre lograba lo imposible.

Rojo, rojo, rojo. Era lo único que veía si cerraba los ojos. No podía distraerse con las caricias sensuales de aquel que quería, solo podía presagiar cosas malas.

Entonces Antoine la besó y Ava comenzó a llorar.

—¿Qué te angustia?–preguntó su rey. Ava negó. Nunca compartía sus sentimientos. Ni siquiera con él.

Antoine frunció el ceño.—Qué te angustia—repitió. No parecía una pregunta. Una orden.

—No...—la voz de Ava se quebró—No es nada—dijo. No podía decirle que se veía muerta en su propia cabeza. Por eso, prefirió mentir—Solo tengo hambre.

Una sonrisa socarrona cruzó el apuesto rostro de Antoine—¿Hambre?—sus labios besaron su frente—Lo hubieras dicho antes.

Y por primera vez en un mes, Antoine se vistió para salir.

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Nada más que el ansia cruzaba su mente. Nada más que la necesidad de sujetar un arma con sus manos y disparar a un inocente.

Eso le llenaba el estómago. No le divertía, pero la necesidad de algo que le hiciera latir el corazón lo llevaba a pecar.

Y mientras su princesa de alas manchadas escogía un croissant con almendras, Antoine pecó.

Con la mente.

Y en su pecado no estaba sino Ava. Desesperándolo. Amándolo. Haciéndolo sentir culpable.

Rojo.

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Su rey no había dicho ninguna otra palabra desde que salieron del sitio de mala muerte donde había escogido un croissant que había terminado botando, sin que Antoine se diera cuenta, en el asfalto.

Le preocupaba. ¿La había visto? Ella lo sabía: era una descarada. Votaba lo que se le daba y lo hacía sin mirar atrás. Se retorció las manos.

—Amor, ¿qué haremos mañana?—probó.

No dijo nada.

—¿Mi rey?

Nada.

No habían hecho nada desde hace un mes. Pero hacer nada no era agobiante, no era más agobiante que ir al instituto todos los días y ver la cara de su madre juzgándola todas las noches.

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Antoine vio que Ava se retorcía las manos, ¿estaría considerando irse para siempre de su lado?

Había cometido un error llevándola consigo. Le había quitado su vida.

Le había quitado sus sueños.

Y para reemplazar todo se había colocado él: un hombre al que le gustaba matar personas.

Rojo, era el color que más habían visto sus ojos.

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Ava alcanzó a Antoine cuando cerraron la puerta del piso que habían alquilado. Olía a hierba. Le tomó la mano. Cruzó su mirada, y notó que sus pupilas estaban negras, y sus ojos rojos.

Y pensó en la sangre.

EuthanasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora