désespoir.

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El arrebol del cielo se asemejaba a la sangre que salía de el pulgar de Ava, quien, ni desesperada, ni llorosa, soportaba el punzante ardor que le cubría todo el cuerpo.

No había vuelto a verlo, no había vuelto a sentirlo.
Ni siquiera había vuelto a ese lugar que simulaba ser el infierno en un cielo.

El dolor de su alma era más fuerte, y para querer desembocarlo en algún pensamiento, se pinchó el dedo con una aguja que encontró en el tejar de su madre. Nada más pasó.
Nada más pudo imaginar ella.

Sus travesuras no eran lo mismo, su sonrisa tampoco lo era, ¿y cuál era la causa? El enamoramiento posesivo de su corazón latente; posesivo de su cerebro drogado.

Estaba sentada en el mismo sillón de Papi, leyendo el mismo libro aburrido de todos los domingos por las mañanas, tomando café negro. Sabía tan diferente a su habitual té, pero no quería saborear dulzura.
Quería saborear lo amargo de su sentimiento de abandono por parte de su rey.
¿Cómo había podido hacerla sentir como un demonio, para luego irse con su placer y dejarla con su dolor? No lo sabía, ni quería saberlo.

El señor de las putas no había vuelto a llamarla, por lo que sabía que él no la había buscado. ¿Y cómo hacerlo? Ni siquiera tenía su verdadero nombre.
Suzanne, que ridículo, ¿a quién engañaba? Se rumoraba que la rubia linda era una puta.
Ya no engañaba a nadie.

Mojó el libro con sus lágrimas de cocodrilo,  esperando que Papi, o siquiera Nono, la llamaran para comer. Era muy temprano, sin embargo.
Se había levantado esta vez con el aroma a mierda de su sentimiento, y lo odiaba.
Pero no podía odiarlo a él, lo amaba.

Amar a su cliente no estaba permitido entre las prostitutas, pero Ava no era conocida por ser convencional.
Su espíritu era travieso, tanto y tal cual como su mente.

Y sonreír formaba parte de esa manera de ser de ella.
Y ella no estaba sonriendo, lloraba.
Lo lloraba como si no existiera, pero lo que de verdad no existía, y eso Ava sí lo sabía, era el amor de él por ella.

Nunca, ¡Nunca!
¡Nunca se había sentido tan decepcionada de alguien en su caótica y jodida vida!
¿Y qué pasaba con su tacto, sus labios y su sonrisa coqueta? ¿qué pasaba con la supuesta insensibilidad que ella misma se había enseñado?
No había servido para nada, ¡para una mierda servía!

La dulce Ava respiró fuerte y maldijo toda su existencia y la de él, mientras elegantemente y con andar parisino tomaba de su café, y le negó el poder de hacerla llorar. Pero ya lo había hecho, así como otras varias personas en el pasado de ella. 

Entró en una oscura reservación mental cuando la acarició por vez primera con esas manos callosas y blancas; cuando la miró con esos ojos tan azules como los de ella; cuando la desnudó con el alma del color de las nubes cuando guardan lluvia, y destrozada cual espejo roto.

Miró a la ventana de al frente y pensó en él, para luego no pensar en absoluto.



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Buenas, compañeros de lectura. Quería comunicarles que los capítulos de ahora en adelante serán cortos pero aumentarán la frecuencia, o eso espero.

Les ruego que perdonen a este ser humano que convive ahogada con sus múltiples y parece que eternos deberes escolares. Y les ruego, a la par, que perdonen esta decisión.

Y entonces, me despido con quinientas sesenta y nueve palabras y un beso de los soñadores.


EuthanasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora