aller.

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Las risas solían ser algo para expresar felicidad, gozo.
Pero se habían convertido en asesinas del nervio, que actualmente recorría los cuerpos de Antoine y de Ava, mientras esperaban al autobús en su parada.

No sabían que estaban haciendo pero ambos tenían algo en la mente:
Antoine debía salvar a Ava del mundo y Ava debía seguir a Antoine por el mundo.

Ava acercó su mano a la de él, desesperada por contacto físico--no, no, no, no, no--No habían tenido ni un beso desde esa noche, y ya habían pasado otras dos.

La ninfa estaba decepcionada, sin embargo, aún seguía a Antoine en cada paso que diera, aunque los llevara al mismo averno.
Ella estaba enamorada.

Antoine solo pensaba en lo inútil que sería quedarse.

El autobús finalmente llegó, y con él un aroma a aventura...
y también un fétido olor a muerte.

El miedo ya no los carcomía, o al menos no a Melody, que con sus botas de satén rosadas, su abrigo peludo y sus aretes de diamante--luciendo tan bonita, tan millonaria--, no tenía qué preocuparse por nada. Nada que ella supiera, por supuesto.

Mientras tanto su rey lucía aterrorizado--sus pupilas negras, sus manos violetas--. A él lo perseguía una fuerza más grande que un hombre de élite, llamada remordimiento.
¿Y si Ava no era feliz con él?
¿Y si...? Mejor no pensaba eso. Regresar les costaría la vida a ambos.
Él no quería morir sin dignidad.

Miró de reojo a la princesa parisina de sus sueños y sus noches.
Y, aún siendo uno de los seres más insensibles que haya pisado la tierra, el vacío de un sentimiento apretó su garganta.

Y no supo el por qué. Pero se alejó un poco de ella.

Tenía miedo de lo que sus manos podrían hacer.

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sangre, sangre, sangre, sangre, rosa.

EuthanasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora