évasion.

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Ava retorció sus dedos de los pies en la madera fría de su habitación mientras rodeaba en su índice el cable de un teléfono rosa nacido antes que ella.

--El señor Antoine Chanel me ha dejado un mensaje, señorita Suzanne--.

Bellerose asintió casi sin conciencia en la mente y escuchó atentamente el recado.
Su confusión era más grande que su angustia.

¿Por qué habría de hacer valijas? No iría a ninguna parte sin explicación alguna.

Le molestó un poco la suposición de extrema dependencia. No era una tonta; tantas agujas en su piel, tantas espinas y dedos en la garganta la ayudaron a comprender, en el paso de los años, que era mejor una ilusión que un conocimiento.

No dependía de Antoine, pero su amor dolía en su pecho fucsia. Y no sabía que la esperaba, sin embargo, decidió no enterarse.

Ava Melody agarró de su armario sus prendas favoritas, los zapatos que su madre le regaló en su cumpleaños, aquel vestidito de osos rosados que tanto le gustaba. Empacó también sus sueños, sus anhelos, su nostalgia y sus opiniones. A aquellas las sacaría después.

No guardó ropa interior. Concluyó que no la necesitaba.

Con un abrigo de pelaje blanco y unas botas rosadas, emprendió caminata, sin despedirse y sin saber qué esperar, hacia el local donde había conocido al que ella con fuerza creía (o más bien deseaba que lo fuera) el amor de su vida.

Las calles de la Île-Saint Louis no se recorrían igual. Ni la polución era la misma.

Ava cerró sus ojos, ideándose posibles futuros al lado de su rey Antoine, o también soñando sobre cómo serían los hijos de ambos.

Si pícaros, si insensibles. Si rubios y con ojos azules oscuros. O con ojos azules y pies pequeños.

Cualquier diminuta combinación era suficiente para distraer a Ava, que no veía por donde estaba yendo, ni los carros modernos correr, ni las personas ostentosas pasar, y que sin embargo, se guiaba por donde su alma le susurraba: al cuarto de terciopelo, a la morada de placer.

Cuánto deseaba llegar ya.

El frío le había entumecido los dedos, por lo que los metió dentro de las pesadas mangas de su abrigo, y con saltos de hada, llegó al burdel.

Ava suspiró de alivio cuando notó que el señor de las putas la saludaba amigablemente.

Posiblemente en su mente estaba deseando, con ánimos curiosos, descubrir que se tenían entre manos aquella pequeña colegiala y aquel hombre misterioso de aspecto joven.

O también podría estar tocándose su entrepierna detrás de ese mostrador, queriendo llevarse a la cama a tan fina jovencita.

La mente de Ava Melody estaba siendo engullida por los divagues sin sentido que querían reemplazar a las ganas de fundirse en el cuerpo de su rey.

--¡Deja de pensar!--se regañó en un susurro imperceptible, y a la vez, saludó con un gesto tímido al señor de las putas.

Caminó elegantemente hacia su habitación destinada, mientras los hombres que se tiraban a las prostitutas más baratas en público la observaban con excitación.

Cuando abrió la puerta negra y encontró a Antoine estirado en los muebles blancos, que estaban en la esquina sur de la habitación, guardó la calma para poder cerrar la puerta con candado sin dubitaciones, y se tiró en las sábanas rojas, como cualquier nena lo haría, y abrió sus piernas disfrutando el aire fresco que chocaba entre estas.

Ava miró con sus ojos grandes a Antoine, esperando alguna palabra, algún gesto, o algún sonido que le indicara que no estaba soñando.

El asesino la complació, mirándola de la misma forma anhelante. Antoine quería salvarla. Debía hacerlo.

No podía sentarse sin hacer nada (e irónicamente era justo lo que hacía) mientras el remordimiento quería comérselo cual águila arpía a su presa.

Antoine se levantó del mueble sin darle oportunidad a sus piernas de recuperarse de la quietud en la que estaban sometidas, y por eso al momento de dirigirse a Ava (nombre realmente doloroso) ellas, traicioneras, flaquearon, llevándolo al suelo helado.

La prostituta fina de inmediato movió su cuerpo hacia el de Antoine, que no hizo ademán de querer ponerse de pie. Los nervios estaban marchitando su mente.

--Tengo un sobre de color oscuro justo debajo de las almohadas--tartamudeó el asesino. Ava ladeó la cabeza, queriendo saber más. Antoine comenzó a acariciar su muslo por consuelo--Contiene una cantidad considerable de dinero, y quiero tomarlos para sacarte de aquí, mi dulce Ava--al decir su nombre, su voz se quebró. Bajó la cabeza, intentando ocultar sus ojos rojos de insomnio y alcohol.

Ava comprendió a su manera, con la mente consternada por su amor platónico, que él quería hacerla suya. Y que por eso quería escaparse con ella hacia dónde no los encontraran.

--¿Por ello me pediste que empacara ropa?--sonrió dulcemente la princesa de Antoine, que con suave atisbo asintió, casi esperando un no por respuesta.

Por lo que tendría que hacer lo inevitable, o él moriría.

No quería que dijera no.
Él de verdad no quería que dijera no.

Ava pensó un momento, en lo más recóndito de su cerebro inmaduro, que era arriesgado, peligroso, impulsivo y suicida.

Pero no le importó en lo más mínimo. Tenía a quien amaba en sus brazos pálidos.

--Sí--.

EuthanasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora