60- Lágrimas

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*Narra Evelyn*

Buscamos al resto en la sala común. Los dos alumnos ilesos que me ayudaron a preparar la medicina resultan llamarse Min y Nim; ellos, junto a Arturo, Vane, Ojeras, Ana, Canela y yo, nos comprometemos a cuidar y controlar a los vampiros una vez despierten.

—¿Y si donamos cierta cantidad de sangre? —propone Min.

—No se van a morir de hambre —dice Nim, tamborileando sus dedos sobre el reposabrazos—, que se aguanten. O que beban la lluvia de sangre... Eso es, podemos recoger lluvia.

—Esta lluvia tiene algo que vuelve loco a los vampiros, no es sangre normal —Ojeras niega con la cabeza—. Hay que mantenerlos lejos de la lluvia.

—Y todo porque seguimos sin encontrar a Dios —Vane se lleva una mano a la frente—. No creo que El Correccional trate de enseñar nada. ¿Nos pondrán metas imposibles para justificar sus castigos?

—No lo había considerado así —dice Ojeras con un brillo de interés en su cansada mirada—. Los ignis pensáis de una manera especial. Me gusta.

Lo que dice Vane es una posibilidad. Pero en esta escuela abundan niños, las tareas deben poder resolverse sin mucha complejidad. Tal vez la solución es tan obvia que lo estamos pasando por alto. Encontrar a Dios... Implica que está escondido. O, al menos, debe estarlo para poder ser encontrado.

—Ojeras, solo tienes un esguince, ¿verdad? —pregunta Arturo.

—Verdad, ¿por qué preguntas?

—Sería un problema si te ha alcanzado un vampiro. Podrías no tener síntomas porque es una herida leve, pero las consecuencias son las mismas.

—Descuida, no me han puesto sus colmillos encima. Por cierto, ¿cómo te llamas tú? Sabes mi nombre, pero no nos hemos presentado.

Una idea cruza mi mente. La respuesta a este juego de niños se ha ofrecido en bandeja.

—¡Espera! —le tapo la boca a Arturo—. Solo necesito algo con lo que... ajá.

Quito el mantel de la mesa de un tirón, aplicando un poco de magia para que las cosas de encima se queden en su sitio. Esto atrae la atención de todos.

—Lyn, ¿en qué estás pensando?

—Os presento a uno de los nuevos, ¡se llama Dios! —me levanto del asiento y le echo el mantel encima a Arturo—. ¡Ahora está escondido! —le quito la tela de encima—. Y ahora... hemos encontrado a Dios.

Los presentes se quedan en silencio, mirándome, y el sonido exterior de la lluvia se detiene.

Todos, incluso Arturo, están con la boca abierta. Ojeras da una palmada, y los demás no tardan en estallar en aplausos y carcajadas. Solo se necesitaba un poco de astucia para pasar el día.

El horario del suelo desaparece y se vuelve verde, indicando el éxito de hoy. La sangre proveniente de la lluvia desaparece por arte de magia de todos los rincones, dejando el suelo libre de huellas rojas. Vane me choca los cinco.

—¡Vayamos a por los vampiros! —propone Canela—. Deben de haber vuelto en sí.

Ojeras guiña el ojo a la cerradura de una puerta. Esperamos unos momentos, hasta que volvemos a verlo asomándose por la puerta.

—No responden. Están tirados en el suelo.

—¿Se han matado entre ellos? —pregunta Arturo.

—Se encuentran bien físicamente. Tampoco respiran, aunque no necesitan hacerlo.

Ojeras vuelve a guiñar el ojo a la cerradura y se reúne con nosotros.

—La lluvia podría haber llevado algún veneno.

—Qué pena... Ni siquiera eran magos, pero se incorporaron a la escuela —dice Canela.

—¿No eran magos? —se sorprende Ana.

—¿No lo sabías? Si se notaba a la legua. No olían a magia, eran vampiros ordinarios.

—Debieron formar parte de las actividades de El Correccional —observa Ojeras—. Llegaron pocos antes que vosotros.

—Y yo que pensaba que eran tímidos y por eso apenas hablaban con nosotros...

—Debimos interrogarlos.

—Ojeras, ¿nadie más que tú entró en la habitación?

—Nadie. Solo mi guiño abre la puerta.

Si introducir vampiros fue cosa de El Correccional, alguna idea tuvieron en mente para los posibles alumnos que resultaran heridos. Tengo un mal presentimiento.

—Vayamos a revisar a los demás.

El camino por los pasillos se me hace eterno hasta llegar frente a la enfermería. Canela saca la llave y Nim abre la puerta. Miro por encima de su hombro; las camas están vacías. Min, Nim y Canela se adentran.

—¿Qué demonios?

—Esperad —dice Arturo, deteniéndome de la mano.

Canela se gira hacia nosotros, pero la puerta se cierra, bloqueando la enfermería.

—¡Canela! —exclamo.

Los muertos han despertado, y sus cerebros no parecen haberse quedado atrás.

—Estaban escondidos, era una trampa —Vane intenta abrir la puerta—. ¡Han cerrado desde dentro!

Unos gritos llegan a nosotros desde el otro lado. Arturo echa la puerta abajo y una brillante luz me obliga a apartar la mirada unos segundos.

Un conejo de considerable tamaño está con las manos sobre su cabeza, tembloroso. Frente al animal, dos cuerpos ensangrentados alfombran el suelo; son Min y Nim.

—¿Eso de hace un momento eran piedras solares? —pregunta Vane.

—Son PSBIDLR, no brillan tanto como las de verdad —dice el conejo con la voz de Canela—. He alejado a los vampiros de mí, pero no he podido salvar a Min y Nim.

Arturo saca a rastras a Zed de debajo de una cama. El otro chico ha fallecido por segunda y última vez; pocos son los vampiros capaces de cargar con el peso de la magia, ha sido cuestión de tiempo que el interior de su cuerpo colisione. Zed convulsiona y se lleva a las manos a la boca; ha vuelto en sí, sabe que se ha alimentado de sus compañeros.

Vivirá como un vampiro ignis, una combinación intimidante para el resto de magos. Deberían agregar un dato más en sus prejuicios, y es que los ignis poseemos una suerte endiablada. Para bien o para mal, somos imanes para todo aquello que el universo pueda tirarnos.



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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora