38- El Imperio de Nieveterna

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*Narra Evelyn*

—¡Zhan zhu! —me espeta una voz.

Dos espadas se cruzan enfrente de mis narices. Sus dueños son una mujer y un hombre, llevan armadura.

—¿Ni shi shui? —dice la mujer en modo de pregunta.

Sus expresiones son serias y duras. La mujer alza una de sus finas cejas, seguramente esperando mi respuesta.

—Lo siento, no entiendo vuestro idioma —sonrío para parecer amigable.

—¿Ta shuo le shen me? —le pregunta a su compañero.

Miro a mi alrededor. Unas montañas con la cima cubierta de nieve por aquí, otras que rasgan las nubes por allá. Distingo el olor a pino que hay en el ambiente, mezclado con el de otras plantas arropadas por capas de nieve.

—Ta jue de wo men hao xiao ba —me taladran con la mirada y cada uno me levanta de un brazo.

—¡Eh! ¡Que no he dicho nada malo!

Estoy segura de no estar en el mundo de los magos.

Antes de achicharrarlos, paro a pensar. Quiero ver ante quién me llevan, tal vez ese alguien pueda ayudarme. Me dejo llevar, como un cachorro que cuelga de la boca de sus padres. Nos detenemos en la base de una montaña empinada y llaman a alguien.

—¿You shen me wen ti ma? —dice un joven despreocupadamente, asomándose desde una de las piedras salientes de la montaña.

El dueño de la voz baja deslizándose por el lateral de la montaña. Los soldados hincan una rodilla en el suelo y bajan la cabeza. La mujer me agarra de la nuca y me hunde la frente en la nieve.

—Mis más sinceros respetos —digo con ironía. Me quema la frente del frío.

—Puedes levantar la cabeza, joven viajera.

Alzo la cabeza, sorprendida. Habla mi idioma.

El chico me mira desde arriba. Lleva una gorra grisácea y está mejor abrigado. No parece mala persona, aunque sus ojos verdes parezcan haber salido de las hojas de una planta venenosa.

Habla un rato con los soldados y me pregunto cuánto frío puede llegar a aguantar una ignis. Me encojo y cierro los ojos. Me cuesta respirar por el dolor que causa el gélido ambiente en mi nariz y garganta. Hago un último esfuerzo y levanto una mano para comprobar que mi nariz sigue en su sitio.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me encuentro en una habitación de cristal opaco. Parece hielo, pero no debe serlo. No hace frío, la temperatura es agradable, comparado a hace un momento. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Perdí el conocimiento? Me levanto de la cama. Es pequeña y elegante, parece haber sido diseñada para que cualquier clase de persona se sienta conforme y a gusto con ella.

Bajo mis pies hay unas suaves zapatillas. No tienen pinta de estar por casualidad. ¿Midieron mi altura y calcularon en qué posición colocar las zapatillas para poder meter mis pies justo al levantarme? Si es así, ¿cómo supieron que me levantaría por este lado?

Me inclino hacia el otro lado de la cama y compruebo, con asombro, que hay otro par de zapatillas, preparadas para recibirme. Me pellizco la mejilla.

¿Quién me ha cambiado la ropa? ¿Habrá sido el chico de antes? ¡Qué vergüenza! Veo mi antigua ropa doblada minuciosamente sobre una mesita de noche. Sobre ella, está mi diminuta escoba mágica. Parece que respetan mis pertenencias.

La puerta se abre y levanto la mirada. Una señora hace una inclinación de cabeza y me saluda con una sonrisa. Le devuelvo la sonrisa, debe significar lo mismo en todos los idiomas. Carga con una bandeja; la deja sobre el escritorio y se retira con una reverencia.

La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora