32- Los polos opuestos se atraen

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*Narra Lizz*

—Te encontré —una voz suena a mis espaldas.

Se sienta a mi lado y mira la hoguera conmigo. No sé cuál de las dos gemelas es, hasta que se disculpa por el incidente de las piedras solares.

—Entiendo que lo hiciste para derrotar a Elisabeth y proteger a los demás.

—Pero era tu hermana. No sé cómo te mantienes tan tranquila; si estuviera en tu lugar, no perdonaría a quien dañara a Jenni.

—Supongo que sois más cercanas.

—En cualquier caso, venía a decirte que tengo la solución del problema —me señala el brazo—, para sanar tu piel debes cortarte el cabello.

—¿Qué lógica es esa?

—Es la solución menos extrema que he encontrado. Los vampiros no funcionan como los humanos; se os va mucha energía haciendo crecer el cabello. Cuanta más melena tengas, más esfuerzo pone tu cuerpo en conservarla. Si te lo cortas, toda esa atención se irá a partes que lo necesitan más —me entrega la hoja de un cuchillo—. Por si estás interesada en deshacerte de tu cabello por una rápida mejora de tu piel.

—Esto tarda en crecer en los muertos vivientes —me señalo la cabeza—, será mejor que tengas razón.

Rodeo mi cabello con una mano y lo corto con la hoja. Miro el puñado de pelo y me entra la sensación de haberme amputado una parte crucial del cuerpo. Giro el cuello de un lado a otro, dejando que mis mechones golpeen mi cara.

—Tardará unas horas en hacer efecto. ¿Notas algo nuevo? —pregunta.

—Sí, mi cabeza pesa menos.

Vane ríe.

—Pronto te sentirás como nueva —se levanta.

Eso espero. Si es así, no necesitaré por más tiempo las cremas sanadoras que prepara la abuela de Evelyn. No tendré que molestarla más. Y entonces... ¿Qué haré entonces? ¿Seguir viajando? No, no parece una opción. Debo encargarme de la isla.

Noto en la mirada de Vane que ha reconocido a alguien detrás de mí. Vuelve a mirarme, hace una amistosa inclinación de cabeza y se marcha. Me giro para ver a Connor acercarse.

—¿Peinado nuevo? —pregunta echando leña a la hoguera.

—Algo así.

Se sienta en el lugar que momentos antes ocupaba Vane y me mira.

—Te queda bien.

Noto algo diferente es su sonrisa. Es menos juguetona y más tranquila, como si estuviera cansado.

—¿Estás bien?

—Lo has notado —vuelve a la mirada al fuego y sonríe para sí mismo—. Tuve una discusión con mi padre.

—¿Quieres hablar de ello?

—No. Quiero hablar de otra cosa.

El riego sanguíneo aumenta en sus mejillas. Trago saliva. No me atrae la sangre de los hombres lobo, pero por alguna razón debo contenerme para no lamerle la cara.

—Verás, para enamorar a una chica, hay que hacerla sonreír —frota las falanges de uno de sus dedos bajo la nariz, como si tuviera un bigote—. Pero, cada vez que te veo, estás sonriendo. No me dejas sacarte la sonrisa.

Me mira, avergonzado. ¿Es una confesión? He visto muchas pupilas dilatadas de terror a lo largo de mi vida, pero nunca de amor. Está esperando una respuesta.

—Connor, esto...

Se inclina hacia mí y me besa en los labios.

Separa su cara unos centímetros de la mía y se queda ahí, con los ojos cerrados. Su cabello rizado me hace cosquillas en la frente. Mi visión es impecable, pero no me había fijado antes en lo largas que son sus pestañas, ni en las pecas que bailotean sobre sus mejillas.

—¿Qué esperas? —dice en voz baja y sus cejas se inclinan molestos—. Bésame de vuelta.

—Sonrío porque te veo.

Paso con suavidad mi lengua sobre sus labios y huyo convirtiéndome en un murciélago, dejando atrás a un Connor rojo como un tomate. Debo contenerme para no clavarle mis colmillos; si lo beso, perderé la cabeza.


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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora