23- Elisabeth

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*Narra Evelyn*

Darleen se ofrece a acompañarnos al mundo de magos, así que busco una manta más. He dejado mi cama a las gemelas, por tanto estoy en intentando dormir en un sillón. Ya dormí sentada una vez, puedo volver a hacerlo. Recuerdo a Arturo y me entristezco debido a la última charla que tuvimos. Espero que se encuentre bien.

Me quito la manta de encima y camino de puntillas hacia la ventana. ¿Por qué Darleen no ha vuelto aún? Ya es tarde, se supone que debemos dormir para despertar con energías. La veo fuera, de espaldas, sentada sobre la enorme piedra que siempre estuvo cerca de la casa. Abro la ventana y salto fuera.

—Darleen, ¿qué haces aquí? ¿Te preocupa algo? —me siento a su lado—. Yo tampoco tengo mucho sueño, pero no nos viene mal descansar.

Me mira de reojo. Sus ojos parecen de color diferente bajo la luz de la luna.

—Estoy bien. Vuelve dentro, Evelyn. No te vayas a resfriar.

Sus palabras son tranquilas, pero su voz no suena de la misma manera. Pongo una mano sobre su hombro para hacerle saber que estoy con ella, aunque ahora no quiera hablar. El frío que transmite traspasa su ropa y llega al tuétano de mis huesos.

—¡Estás helada! —aparto la mano y un escalofrío me recorre el cuerpo—. Te traigo... ¿una manta o algo?

—No. Vete —dice apretando la mandíbula.

Logro levitar mi cuerpo hasta la ventana de mi habitación. Entro torpemente y me meto bajo la sábana. ¿Qué acaba de ocurrir? Darleen no estaba respirando. ¿Por qué estaría conteniendo la respiración? Levanto el cuello de mi camiseta y olisqueo. No huelo mal.

Y esos ojos rojos... ¿Fueron producto de mi imaginación? Darleen no puede ser una vampiresa, ¿verdad? ¿Aguantaba la respiración para no oler mi sangre? Pero la salvé de una mordedura de serpiente, y los vampiros no tienen sangre en sus venas.

Una sombra se estira en el suelo de mi habitación.

Reacciono apartándome la sábana de encima y encendiendo una bola de fuego en mi mano para iluminar el cuarto. Darleen se ha colado en la habitación de alguna forma, sin abrir puertas ni ventanas. Camina hacia mí. Retrocedo unos pasos y choco contra un montón de libros, tirándolos al suelo. Detrás de ella, las gemelas se están despertando.

—No tienes ni idea de cómo luchar contra un vampiro, ¿verdad? —sonríe.

Algo golpea a Darleen en las costillas y es lanzada al otro lado de la habitación. Ha sido Jenni, se las ha arreglado para empujar a Darleen sin tocarla.

Me aplico el hechizo de la invisibilidad y me precipito hacia la cuerda mágica con la que Arturo ató a Darleen una vez. Logro atar las manos de Darleen a sus espaldas antes de que sepa qué ocurre. La cuerda mágica se encarga de anular su magia y Darleen cae tumbada boca abajo, sin fuerzas. Su rostro ha cambiado de aspecto.

Me doy cuenta de la presencia de La Sanadora.

—¿Qué clase de fiesta de pijamas es esta? —pregunta mi abuela.

—¡Darleen es una traidora! —exclamo.

La Sanadora formula un conjuro que no conozco.

—Es el hechizo de la verdad —explica—. Puedes interrogarla, Evelyn.

—Eh... Pues... Empieza desde el principio. Acláranos todo, Darleen.

—Eso no es una pregunta —observa Jenni.

—De acuerdo, pues... ¿acláranos todo? —improviso.

Suena raro, pero funciona.

—Soy Elisabeth, de la Isla Vampírica —dice forzosamente.

Abro la boca del asombro. Me resultaba extraño salir de la isla sin ser perseguidos, pero ¿Elisabeth? ¿No es ella la hermana de Lizz? ¿Qué tiene un vampiro que ver con el Consejo de Magos? No sabía que recurrían a cualquier clase de criatura para deshacerse de los ignis.

—¿Eres la hermana de Lizz? —la interrumpo.

—Sí.

—Ella me contó que escapaste y la dejaste atrás, ¿por qué lo hiciste?

—No hice tal cosa. La engañé para que se marchara sola de la isla. Cuando Lizz escapó, volví a la isla diciendo que fui tras ella para impedírselo. No me gusta tenerla cerca, solo se necesita una heredera.

—¿Desde el principio fuiste Darleen?

—Somos dos personas diferentes. Ella es la maga que conocéis, el Consejo no se creyó su historia. Necesitaban de nuevo a alguien en quien confiar la misión y se toparon conmigo.

Justo entonces habíais sacado los esclavos de la Isla Vampírica, mi padre estaba furioso por ello, por lo que decidí aprovechar la oportunidad. Si me encargaba de los ignis que vivían contigo, además de devolver los hombres lobo a su lugar en la isla, sería recompensada por el Consejo de Magos y mi padre estaría orgulloso. He estado esperando a esta noche, el barco llegará a su destino. Podré solucionar los problemas en el mismo lugar y momento.

—No lo entiendo porqué el Consejo pone tanto empeño en darnos caza —comenta Jenni.

—Pues porque somos ignis, ¿en qué mundo vives? —respondo.

—Sé que somos ignis, pero...

—¿El barco llegará esta noche al muelle? —interrumpe La Sanadora.

—El mago ha hechizado el barco, no tardarán en llegar.

La cara de Elisabeth se está descomponiendo debido al efecto de la cuerda, los vampiros deben ser especialmente sensibles a ella. Vane camina hacia Elisabeth y pone la mano en el nudo. La detengo agarrando su muñeca.

—¿Qué haces? —pregunto mirándola a los ojos. Vane tiene la mirada perdida, como si estuviera bajo hipnosis.

No es fácil hipnotizar a alguien con la mirada, ¿por qué Elisabeth es capaz de hacerlo aún teniendo la cuerda mágica encima? ¿Qué clase de truco vampírico será, que ni puede entenderlo la magia? Me entra un escalofrío con solo pensarlo.

—Buena chica —dice Elisabeth convirtiéndose en niebla.

Vane la ha liberado con su otra mano.


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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora