Capítulo veintiocho

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Capítulo veintiocho.

Un día dije que Ricardo, Rodrigo y Trina podrían golpearme todo lo que sea, pero abandonarme nunca y ahora veo que estaba equivocada. Tan equivocada.

El jefe me señala con su dedo regordete y tengo que hacer un esfuerzo nada ameno para no morir de risa. Él está dándome una charla acerca de que no puedo abandonar a mis compañeros en medio de una misión.

—Pero no los abandoné. —contesto.

—Claro que lo hiciste, eso está mal.

— ¿Qué es? —digo con sorna. —Usted no necesita decirme que hacer y cómo hacerlo. Si los abandone a su suerte fue mi problema, nuestro problema, no el de usted. Ellos se fueron, yo me fui. Creo que es justo —asiento con la cabeza un par de veces y lo miró fijamente.

Continúa hablando, pero solo escucho no esto y no el otro. Ajusto mi gorra y me recargo en el respaldo de la silla. Ya solo me falta mi chicle y soy una chica mala; si claro. Puedo apostar que si no fuera por los dos gorilas al lado mío me reiría de su cara. Saber que los golpes en su rostro fueron obra mía da una pisca de orgullo a mi ego.

Se reconocer cuando alguien tiene el poder, él no lo tiene.

Así que arriesgando prácticamente mi vida y el dolor de las heridas que todavía no se curan, me levanto e impacto las palmas de mis manos contra el escritorio de madera ignorando el dolor de mi cuerpo.

—Entienda y entiéndame bien. —comienzo. —No voy a permitir que me siga diciendo estupideces y cosas que, claramente no voy a escuchar y que como sabe, esto me entra por un oído y me sale por el otro.

El jefe asiente hacia sus hombres.

Antes de que puedan agarrarme impacto mi puño en la mejilla del gorila a la derecha al que le voy a llamar uno y en lo que se tarda en recomponer le doy un puñetazo al gorila izquierdo, el dos. A mi espalda alguien intenta jalar mi gorra, pero me volteo a tiempo para impactar un puñetazo en su mejilla derecha y luego en la izquierda y viceversa hasta que el gorila dos me agarra con sus enormes brazos y los envuelve en mi cintura. Doy un cabezazo hacia atrás y siento la punzada de dolor que recorre mi nuca cuando impacta contra la frente del gorila dos; él me suelta y me avecino al gorila uno, esquivo su puño y voy hacia el lado derecho y vuelvo a esquivar el puño yéndome hacia el lado izquierdo, cuando ya no va a hacer nada mis nudillos van hacia su estómago primero la mano derecha y luego la izquierda, se convierte en algo constante, derecha, izquierda, derecha, izquierda y entonces, cuando menos se lo espera lo agarro de los hombros, levanto mi rodilla y golpeo la parte de él que no tiene que ser golpeada.

Doy la vuelta a tiempo para encontrarme con el gorila dos viniendo hacia mí, antes de que llegue mi brazo izquierdo sale disparado hacia el frente dándole un puñetazo de frente a su nariz. Él se agarra con ambas manos y sonríe.

— ¿Eso es todo lo que tienes, princesa? —se burla. ¿Que tienen todos con la palabra princesa? Hasta hace unos días nadie me llamaba así. Me pongo en posición mientras él hace lo posible para que la sangre deje de fluir y lo agarro desprevenido. Como hice con el anterior, mi puño impacta contra su estómago y luego otro y otro, izquierda, derecha, izquierda y derecha; luego agarro su cuello de la parte de atrás, levanto mi rodilla y estampo su nariz en ella. Él gruñe y cae al piso como el gorila uno.

Mi respiración es agitada, mi pecho sube y baja a gran velocidad, al principio creí que no los derribaría y no sé de dónde encontré las fuerzas para hacerlo, en este momento no me duelen las heridas, pero la venda de mi frente comienza a despegarse.

Miro al jefe que se encuentra mucho más asombrado que yo.

Le doy una sonrisa de suficiencia.

FugitivaWhere stories live. Discover now