Capítulo quince

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Capítulo quince.

Quería morir.

De verdad quería dejar de sentir o lo que sea. Quería ser enterrada mil metros bajo tierra, pero primero quería que destrozaran mi cabeza, cortaran mi brazo y al final ser enterrada mil metros bajo tierra.

Luché como una hora y media en poder levantarme del suelo.

Todo el cuerpo dolía, era peor que estar enferma, peor que estar sin ayuda y no veía nada, mis parpados se cerraban y yo no hacía ningún esfuerzo por evitarlo, para que detener lo inevitable.

Camine o lo intente. Resbalaba con solo tocar el suelo con mi pie. Créanme cuando les digo que si las personas pasaron a mi lado no me ayudaron y nadie lo iba a hacer, como de costumbre, ya no era extraño para mí saber a ciencia cierta que de alguna forma esto me lo tenía merecido, ya me había acostumbrado y es por eso que cuando alguien intenta hacerlo o lo hace no me lo creo.

Estaba perdida, era obvio porque no conocía esta parte en donde me encontraba y eso era realmente malo. Mi brazo se desangraba con cada paso que daba, gotas de mi sangre caían al cemento impregnándose ahí temporalmente hasta que otra cosa absurda llegara y quitara esas gotas.

Caminaba sin rumbo fijo, estaba harta de estar lastimada, de estar dañada. Caminé, caminé y caminé hasta que la inconsciencia me pudo y la oscuridad me llevo.

-


Abrí mis ojos y.... ¡Oh Por Dios! Abrí mis ojos, se sentía tan bien, tan bien como cuando recibía buenas notas en la escuela, tan bien como cuando golpeaba al que era mi compañero de pupitre y me llamaba "mi amor", así de bien se sentía.

La felicidad me inundo por completo, tenía ganas de festejarlo, pero de pronto me di cuenta de algo y mi felicidad cayó en picado.

Estaba en una cama, tapada con las sabanas hasta la cintura y traía una bata de hospital con mi ropa interior debajo, los aparatos a mí alrededor solo decían una cosa: estaba internada y eso era realmente malo, malo como cuando mi madre quería meterme a la escuela militar, así de malo.

Lo peor fue ver que no era libre y... ¡Zas! Supe en ese mismo momento que tenía que hacer algo rápido y ya. Inspeccione mi mano que estaba atada a un lado de la cama con unas esposas, reteniendo mi escape, reteniendo mi libertad. Malditos.

Me habían reconocido aun teniendo una cara irreconocible lo hicieron los malditos y me atraparon cuando yo no era consciente. Cobardes.

Comencé a mover mi muñeca bruscamente, intentando zafarme de las esposas, era imposible.

Busco con la mirada algo que me ayude, algo que sea mi gran escape y lo encuentro. Estiro la mano que no tengo esposada hacia el suero que tengo aun lado de la cama, cuando lo tengo en mis manos, le quito el seguro y lo desabrocho para así poder hacer un pasador con la cosita de metal. Una vez ya, con mucho esfuerzo e intentos logre hacer una rendija, pero al momento en que estaba por meterla a la cerradura la puerta de la habitación se abre bruscamente.

Quien quiera que sea que entro este vestido completamente de negro y con la capucha de su suéter en la cabeza de forma que no le veo la mitad de la cara, mete las manos en sus bolsillos del pantalón y se acerca con paso relajado. Escondo la rendija que he hecho en mi mano esposada.

— ¿Qué? ¿Te han descubierto? —Ah, maldito desgraciado.

— ¿Qué haces aquí? —escupo. —No tienes nada que hacer aquí.

—Ya verás que a donde te llevaran, aprenderás a no ser como eres ahora.

— ¿A ti que te importa? —él está detrás de todo esto, lo sabía.

—Mira, primero tienes que calmarte. —dejo que hable y pongo un aspecto serio. —Dos, me vas a escuchar. Tu situación es muy grave por lo que—sigue hablando, pero he dejado de escuchar para concentrarme en meter la rendija en la cerradura de la esposa. Me concentro y hago como que lo escucho, aunque en realidad no tengo ni la menor idea de lo que dice y ni siquiera quiero saber. Mi oído se agudiza, escucho el familiar clic que hacen las esposas al ser abiertas. Lo miro alarmada pensando que se ha dado cuenta, pero como sigue refunfuñando y diciendo cosas eso me afirma que no se ha dado cuenta de nada.

— ¡Ya cállate! —mi boca tonta no me deja hablar bien.

— ¡Hey! —me dice. —Tranquila. —se da la vuelta.

Salgo de la cama, tomo el tubo de fierro en donde se localizaba el suero y le doy en la espalda. Los brazos me riñen por hacer esfuerzo, pero no puedo detenerme ahora. Vuelvo a golpearlo en la espalda y cae al suelo, lo golpeo de nuevo mientras se retuerce en el suelo.

— ¡Anda! ¿Quién manda ahora? ¿Eh? —le digo. Vuelvo a golpearlo sintiendo mis brazos cada vez más débiles. Dejo de golpear su espalda, comienzo a buscar frenéticamente mis zapatos. ¿Dónde demonios están? Busco, busco y busco. Entro a una puerta que está en la misma habitación.

—Necesito al jefe de policía ahora. — dicen a mi espalda. Volteo, está hablando por el teléfono, me mira con una sonrisa cínica. —Se ha despertado. —cuelga. Maldición. ¿Que no estaba en el piso?
Se abalanza sobre mí, en un acto reflejo me agacho y gateo debajo de la cama, grito del dolor porque mi cuerpo todavía no está apto para esto. Salgo del otro lado, veo la ventana y sin pensarlo dos veces en milésimas de segundos ya estoy abriendo la ventana.

¡Madre Santa! Está muy alto.

—Es mejor que no lo hagas. — me advierte desde el otro lado de la habitación. —Vendrán por ti y no tendrás salida. Baja de ahí. —subo un pie, los músculos protestan, pero no tengo tiempo ahora para eso, subo el otro, cierro los ojos con fuerza, aprieto los dientes y aguanto el dolor. Miro de nuevo hacia abajo, descubro que hay un camión con batas, guantes, gorros y todo tipo de cosas de enfermería, eso es bueno ya que así no me lastimare, más de lo que estoy.

—Antes muerta que encerrada de nuevo. —Y me dejo caer a la deriva. Me dejo caer antes de que todo esto que he logrado se derrumbe. 

FugitivaWhere stories live. Discover now