Capítulo dieciséis

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Capítulo dieciséis.

Esto es realmente terrible.

La vida es un asco, no quiero decir que toda porque hubo un tiempo en el que fui feliz, en donde nadie me molestaba, en donde nadie me hacía sufrir, pero en estos momentos es todo lo contrario, estoy perdida, loca y mal, no hay reparación. Pero... y ¿qué? ¿Acaso después del infierno existe el cielo? Aunque fuera así quizás yo no llegaría ni a mitad del camino, nunca he sido buena, nunca esperes algo bueno de mí.

Estoy en la esquina de una calle desierta, total y completamente desierta. Tomo asiento con mucho trabajo, con cuidado de no tocar ya las heridas profundas de mi cuerpo, recargo la cabeza en una pared y cierro los ojos.

Es mejor así, en la oscuridad, ahí nadie te ve, nadie te busca y en realidad todo se reduce a una sola palabra: nadie, la oscuridad te ayuda a ser nadie y eso es lo que hago ahora porque no quiero pensar en mis penas, no quiero pensar que necesito a mi hermana o a un amigo, no tengo a nadie y se perfectamente por qué: porqué soy la que siempre se oculta, la que siempre sale como idiota. Tampoco quiero que por arte divino mis heridas se curen, consiga un auto y pueda seguir con mi camino porque sé perfectamente que no va a suceder.

Hace frio, la maldita bata de hospital no tapa nada y creo que me dará una pulmonía si no me recuesto ahora en una cama, mira que no es una opción.

Ya nada de esto duele, ya me he acostumbrado al dolor, aunque eso no quiere decir que me he reducido al masoquismo, porque no lo he hecho.

-

Me he quedado dormida o algo así. Siento movimiento a mi alrededor, entro en pánico; no puedo estar en un hospital de nuevo, no porque no quiera que me curen lo cual quiero, pero lo que no creo posible es que pueda escapar de nuevo.

Se deja de escuchar el ruido de las personas, una puerta se cierra y sigo con los ojos cerrados, así que cuando lo único que se escucha en la habitación es mi respiración entrecortada comienzo a mover los brazos y las piernas.

—Shhh.—dice alguien a mi lado. —Duerme, no te muevas— Es hora de moverse. Me quedo quieta por unos segundos para que piense que sigo dormida lo que no es así, pero en cuanto estoy lista comienzo a patalear las sabanas que se encuentran en pies, aprieto mis ojos cerrados con fuerza, intento salir de la cama, pero las piernas no me funcionan así que caigo de bruces contra el suelo. — ¡Mierda! ¡Elizabeth, te he dicho que no te movieras! —abro los ojos como platos al reconocer la voz. — ¿Por qué nunca haces lo que se te manda? — se acerca a mí, el muy descarado y me toma en brazos. Comienzo a moverme como una cría para que me suelte. — Ricardo. —le grita. Oh maldición, no. — Ayúdame con esta fiera. — la puerta se abre lo que causa que se dé un buen golpe contra la pared y entra Ricardo seguido de Trina, corren hasta donde estoy yo luchando contra los brazos de Rodrigo y me suben a la cama a la fuerza.

— ¡Déjenme! —les grito. — Ya basta. Suéltenme.

—No, hasta que te calmes

— Estoy calmada. — agarran mis manos y las ponen a un lado de mi cabeza, lanzo la nuca contra la almohada y hago un arco con mi espalda, pero enseguida dejo escapar un grito de dolor. La espalda duele, horrible.

—Mujer, tranquilízate. — intento hacer caso a sus palabras, pero solo porque vienen de ella.

Regularizo mi respiración, cierro los ojos, respiro hondo y los vuelvo a abrir, dejo de poner tanta resistencia en mis manos y ellos me las sueltan. Ahora que estoy calmada percibo el dolor de mi cuerpo y de las heridas que ahora sangran.

— ¿Por qué te fuiste de casa de Britany? — pregunta Ricardo.

— ¿En serio? ¿Todavía me lo preguntan? — ahora es mi turno de ser incrédula.

FugitivaWhere stories live. Discover now