Capítulo veintisiete

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Una vez que pido direcciones ubico que me encuentro muy lejos de donde debo de ir así que dispuesta a no darle un beso a otro viejo gordo camino un par de horas hasta encontrar el departamento.

Estoy en la entrada del muro con muchas habitaciones grandes, pero la puerta está cerrada, entonces una señora sale y me sonríe, deja abierta la puerta para mí y se lo agradezco demasiado. Qué suerte.

Y después la suerte se va y con ella mi sonrisa también.

Me había olvidado de las escaleras.

Beso el suelo cuando llego a la entrada del departamento y busco las llaves arriba de la puerta. Abro y resulta ser que no hay nadie e interiormente lo agradezco profundamente.

Busco el baño dispuesta a darme una ducha larga.

Ya me encuentro recostada en mi cama. Bañada, cambiada y con nuevas vendas, pero con dolor. Cierro los ojos por un momento.

-

Despierto desorientada. La habitación se encuentra a oscuras, veo el reloj en la mesita de noche y son las 9:30 p.m. Tengo media hora antes de la hora usual en la que nos cita el jefe.

Entro a paso de tortuga al almacén. Cuando abro la puerta siete pares de ojos se instalan en mí. Tres de ellos ríen, los otros cuatro solo miran. Cierro la puerta tras de mí y si no fuera por el dolor me aventaría encima de esos gorilas y les haría sufrir el mismo dolor para que vean que no es bueno.

—Bonito rostro, Elizabeth. —el jefe se burla y no hago nada. Por primera vez en mucho tiempo simplemente no le digo nada, estoy seria.

—Me gusta tu gorro. —dice con sorna uno de los guardias. Volteo furiosamente hacia él, pero es lo único que hago. No digo nada solo me situó ahí más seria y furiosa que nunca. Miro al jefe, esperando las órdenes. Éste deja de reírse al instante y sus gorilas también.

— ¿Quien fue? —pregunta. Los cuatro que hasta ese momento se han mantenido callados miran al jefe como si le hubiera salido otra cabeza y no los entiendo sinceramente. Le mando una mirada que lo explica todo.

—Ha sido él, Elizabeth. —no es una pregunta, es un hecho.

—No, no ha sido él. —se refiere a Daniel. —No te metas Rodrigo.

—Claro que lo hago. ¿Cómo puedes dejar que te haga eso? —no volteo a verlo, miro a otro lado.

—Yo no deje que me hicieran nada. Ustedes sí.

—Deja de defenderlo. Él hizo todo esto.

—Que no. —miento, aunque no del todo ya que en ningún momento lo vi, solo lo supuse mas no lo sé con certeza. —Deja de echarle la culpa a otros.

— ¿Tan ciega te has vuelto que no lo quieres ver?

—No fui yo quien los abandono. —estoy esquivando sus preguntas y ellos lo saben.

—Solo di la palabra. Dilo y juro que lo mato.

—Él no fue. —miro un punto fijo en la pared porque no quiero que sepan que estoy mintiendo. Si los veo directamente a los ojos les diré la verdad y la única razón por la que no se las digo es porque ayer me dejaron y de todos modos no serviría de nada.

El jefe nos da todo lo que necesitamos saber para recoger la mercancía de esta noche. Salgo antes que todos y me voy antes que todos. El lugar no queda tan lejos por lo que voy caminando.

Escucho el rugir de un motor de auto a mi lado. Pongo los ojos en blanco y sigo caminando.

—Elizabeth, sube. —ignoro a Ricardo. Ajusto mi gorra, meto las manos a los bolsillos del suéter y continúo.

—No estás bien, Eli. Por favor sube. —ahora ignoro a Trina. Ellos dejan de intentarlo, pero me siguen con el coche a un lado.

Llegamos y no me detengo, sigo hasta donde está la mercancía. En un edificio de cinco pisos en media construcción. Odio los edificios. Ellos bajan del auto y corren a lado de mí, pero es como si no estuvieran.

Diviso un vehículo negro detrás del edificio. Entrecierro los ojos hacia él, alguien baja la ventanilla delantera. Volteo nerviosamente hacia los que me siguen, pero no se han percatado de nada. Miro de nuevo hacia el auto y Daniel levanta el pulgar antes de volver a subir la ventanilla.

No sé lo que trama así que tengo que improvisar cuando la puerta trasera del edificio se abre. Voy directo hacia las escaleras e ignorando el dolor corro. Los que me siguen hacen lo mismo. Corremos hacia el cuarto piso y luego el quinto. Una vez ahí agarro las tres bolsas de mercancía y bajo las escaleras, pero en eso tres chicos van subiendo. Estoy dispuesta a atacar si me atacan, pero sorprendentemente ellos me ignoran y corren hacia ellos, hacia quienes me dejaron la vez pasada. Volteo completamente, asustada y con sorpresa.

— ¡Elizabeth! —grita Rodrigo. Trina y Ricardo que están a lado de él me hacen señas para que me vaya. Para que huya y los atacantes me dejen en paz, pero no me han hecho nada. Esta es la idea de Daniel. Atacarlos a ellos y no a mí.

Por un momento me detengo a pensar que puedo ayudarlos, que puedo servirles de algo, pero entonces pienso en como ellos me dejaron, en cómo se fueron sin mí y sonrió. Les sonrió a los tres. Una sonrisa malvada.

Entonces ellos se dan cuenta, caen en cuenta que todo esto es parte de mí, que yo lo he planeado, aunque no fue así. Por un momento están en shock con los ojos bien abiertos y mirándome aterrados, pero yo no me inmuto. Agarro la visera de mi gorra y la jalo hacia abajo como un saludo de despedida, giro en mis talones y no me quedo a ver como pelean, simplemente me voy.

Ayer me atacaron a mí, hoy a ellos. Ayer me dejaron a mí, hoy yo los dejo a ellos.

Y cambiamos posiciones. 


FugitivaWhere stories live. Discover now